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De Voltaire a Antonio Garrido


Me encontraba trabajando afanosamente en las «Lecciones de Filosofía de la Historia» de Hegel en la perspectiva de construir un marco teórico susceptible de dar fundamento a una hermenéutica de los resultados del 15 de Enero que ya se nos aparecen en el horizonte con el carácter de inexorables, y que serán un quebradero de cabeza para cualquiera, cuando me vi interrumpido por un trueno que pareció venir de las mazmorras más terroríficas del oscurantismo medieval. Bernardo Gui ha vuelto, pensé preso del peor de los espantos.



No, era el alcalde de Independencia don Antonio Garrido el que espetaba acusadoramente que el Presidente de la República don Ricardo Lagos y la doctora Michelle Bachelet estaban poseídos por el demonio toda vez que aún no habían dado suficiente auto de fe de una devota y fervorosa creencia en Cristo Rey. Estará inaugurando una fonda el edil, eso puede ser, un alcalde endieciochado. Pero no los porfiados hechos indican que estamos en otra fecha del calendario.



No sólo administrarÅ• plazas y recolecciones de basura el egregio Garrido, me dije, ahora las almas son patrimonio de sus ilimitadas y hasta ahora desconocidas facultades. Una mirada, una opinión y este nuevo «dominicus» de la fe nos puede transformar en demoníacos, dios nos libre y nos guarde. Yo desde ya les digo, y les juro, que les quede bien claro, yo de Bakunin y el barón de Holbach no tengo ni noticias; de Marx… ¿quién es Marx?. Miren para otro lado.



Pero, no se menosprecie el auto acusatorio por venir de un ex pugilista, no se olviden que también lo fueron Hemingway, Boby Fischer, Platón y éste humilde servidor. Recibir mamporros en la cabeza y hablar tonterías no son un silogismo.



Poseído de un extraterrenal pavor, cual defensor de las murallas de Jericó ante el tronar de las trompetas apocalípticas que llegaban del Municipio de Independencia, caí en pánico, Brecht me susurraba, «primero se llevaronÂ… ahora a ti, que ya es demasiado tarde». Si el Presidente de la República, con su popularidad, su talento, poderes y carácter ya está en el banquillo, que queda para mi picante concejal de Cerro Navia, musité en voz baja.



Corrí en busca de una arma secreta, resto de de mis Carrizales teňricos de juventud. Olvidado y enpolvado estaba» El tratado sobre la Tolerancia» de Voltaire. Es cierto que fue simple súbdito de Luis XV, un poco bueno para el trago y las mujeres, claro, no es el alcalde de Independencia. Pero, como en la dictadura, defiéndete con lo que tengas a mano, Robertico, después la VicarÄ›a harÅ• el resto. Escuchemos entonces a este pecaminoso.



Su introducción es el relato de cómo en Tolosa, ciudad que celebraba en 1762 , el bicentenario del masivo asesinato de hugonotes en la criminal noche de San Bartolomé, y en la que campeaban cuatro cofradías de autopenintentes, una suerte de abuelo del Kukuklan, un comerciante que ya casi alcanzaba los 70 años sufrió el suicidio de su hijo Marco Antonio de 21, presa de una infausta depresión juvenil. El infortunado padre protestante, ave solitaria en una ciudad de fanáticos religiosos, recibió inmediatamente la acusación infamante: el padre y su familia habían matado al hijo que habría querido abjurar del protestantismo dando cumplimiento a un rito satánico de estos herejes. Imputaciones falsas sňlo surgidas de las más delirantes imaginaciones.



El cuerpo del infortunado Marco Antonio fue llevado en procesión por la ciudad ungido como mártir del bien. Un cura le arrancó dos dientes para conservar corpórea divinidad, una sorda aseguró escuchar las campanas de la Iglesia, otro se transformó en ermitaño al no recibir respuesta del cadáver a sus peticiones.



El viejo Pedro Calas fue llevado al potro y descuartizado, como último deseo imploró a dios perdón para sus ejecutores. La magnitud del crimen impactó incluso a las hordas de fanáticos que con teas pretendían espantar los demonios en las noches de Tolosa. El otro hijo del ejecutado, su amigo Lavaissier, sus tres hermanas y sus madre fueron confinados en conventos/prisiones dominicos, se salvaron así de la hoguera a que habían sido condenados.



Conocido el hecho en Paris, asumió la defensa de los infortunados el brillante abogado M. de Beumont, quien dio los derechos de publicación de su escrito de defensa a la viuda arruinada por la confiscación de sus bienes. Como recordándonos tiempos por venir la piadosa medida causó escasos efectos, ya que la brillante exposición fue impresa clandestinamente en muchos lugares sin pagar derecho alguno.



La familia Calas salió de las mazmorras dominicas, pero el viejo Calas no tenía reparación posible. Ese crimen motiva el texto de Voltaire, alegato formidable e irrebatible en pos de la tolerancia que debería ser texto obligatorio en nuestros colegios.



Describe cómo los fanáticos siempre dicen tener visiones que justifican las peores persecuciones. Qué habría hecho Pablo Longueira si luego de su visión de Jaime Guzmán hubiera tenido el poder total en Chile. No lo sé; pero lo presumo.



Relata y argumenta Voltaire cómo la tolerancia es un hecho natural y humano. Describe cómo la Grecia clásica y la grandiosa Roma milenaria fueron tolerantes religiosamente hablando y ello es una de las principales causas de su grandeza. Cómo la intolerancia religiosa se impone en Roma sňlo a partir de Teodosio marcando el inicio de la decadencia. HistoriogrÅ•ficamente este tesis esta corroborada en esa obra magnífica y monumental de Edward Gibbon, «La decadencia y ruina del imperio Romano». Gibbon establece expresamente su religiosidad cristina en el texto, la que incluso le sirve como primer marco teórico interpretativo de la cristiandad aunque con un cierto aire averroísta (doble verdad).



Me convence mŕs Voltaire que Antonio Garrido.



La acusación del alcalde Garrido se comprende en el contexto de la Inquisición en Chile tan bien descrita por Benjamín Vicuña Mackenna y José Toribio Medina.



Desconozco los fundamentos teóricos o el estado de temperancia del alcalde Garrido cuando formuló su invectiva, pero lo importante es que en un país de tradicional tolerancia su intervención sólo podemos considerarla como una humorada que bien sirvió para desempolvar a Voltaire, lo que es meritorio por si mismo. No da para más esta milonga. AsÄ› que sigamos durmiendo tranquilos, prosélitos de don Luci.



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Roberto Ávila Toledo. Abogado.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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