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La banda presidencial a luca


Los cabezones (las cabezas parlantes dicen algunos) de la tele ya
empezaron a buscarle las cinco patas al gato del triunfo de Michelle Bachelet sobre Piñera. Calculadora en mano, salpican cifras y porcentajes para todos lados. Los operadores políticos de la derecha se contorsionan para meter la cuña que alivie el escozor de la paliza. Que si de dónde salieron los votos acá y allá y que si más que Lagos y que Lavín pero menos que Piñera y Lavín juntos o por separado en primera o en segunda vuelta. Otros se genuflectan frente a algún libro sagrado del cual extraen
alguna verdad inapelable para consumo de los medios de prensa o de alguna clerecía de expertos. Lo único bueno de no estar en Chile en una velada como ésta es que tengo que soportar sólo a los peritos de TVN y CNN. Me libro de la calistenia mental de los demás canales nacionales.



Mientras tanto, veo y me cuentan que la gente sale a la calle a hacer su excursión celebratoria, a parar el tránsito, a bailar, a saltar de gozo ondeando banderas multicolores, a abrazarse y disfrutar una noche inolvidable. Me llegan correos electrónicos que usan palabras fuertes, como por ejemplo la palabrota felicidad: «del porte del NO. Las mujeres las grandes ganadoras». Y claro, viendo esas imágenes entremezcladas con las del discurso de la Presidenta electa, el corazoncito se me pone chúcaro y bastante sentimental. Tal vez otro día me las daré de Filopat o
de Patafil para dispensar opiniones sesudas, pero esta noche siento que el ánimo quiere meterse por otros senderos. Si el sentimentalismo le parece de mal gusto, no siga leyendo, pero acuérdese de que Neruda advierte que «quien huye del mal gusto, cae en el hielo».



En vez de estar escribiendo estas líneas, admito que me dan ganas de estar en la Alameda, en alguna calle, en una plaza de Chile, en medio de tanta alegría esperanzada. Buscaría a ese vendedor de bandas presidenciales que veo en la tele y le compraría una, o a lo mejor varias, pero no para mí, sino para algunas de las mujeres que conozco y que seguramente se alegrarían de recibirlas y ponérselas bien terciadas.



Ellas entenderían que se trata de un juego, pero también sabrían que esas bandas de a luca no son tan de juguete. Pienso, sueño, me imagino que le daría una a mi madre, que en esas mismas calles de Santiago no dudaba en salir a protestar contra la dictadura, con un pedacito de limón y un poquito de sal contra las lacrimógenas en la cartera, sacándole trote alcorazón que hoy, tanto tiempo después, late con la ayuda de un marcapasos.
Se vería preciosa mi viejita con su banda presidencial, pero también se vería hermosa mi bella, que se paraba junto con las viudas de Guerrero, Nattino y Parada frente a la Moneda, todos los viernes, a pedir justicia y a recibir patadas arteras y pisotones de los carabineros, tan caballerosos ellos.



Me imagino la banda a luca puesta en el pecho de mi hermana profesora, que sabe lo que es criar a pulso a dos retoños, dedicarle una vida entera a la enseñanza y tener la fuerza para meterse otra vez a la universidad y competir con compañeros que tienen la edad de sus hijos. Tal vez debería agenciarme otra para mi hermana menor, la pintora que sostiene a sus dos hijos haciendo clases particulares de arte y rebuscándoselas como puede,
muchas veces sola contra el mundo. Le gustaría la banda, porque a ella le tocó ser presidenta de mesa en las dos vueltas y porque además le encantan todas las cosas que valen luca o menos.



Ahora en CNN muestran una larga toma de una niña de Concepción, vestida de princesa con su banda presidencial casera. La niña chilena no dice nada, sólo mira y vislumbra que algo importante acaba de pasar. Le sacan fotos y ella se queda quieta, tan chiquitita, piolita se queda, y parece que sabe que está haciendo historia y que a partir de hoy las cosas van a ser distintas.



Cuando se acaba la toma, me acuerdo de unos versos de Gabriela Mistral (Ä„qué feliz estaría ella!), versos de esperanza para reparar sueños rotos, versos que hablan de juegos parecidos al de ponerse la banda presidencial a luca en medio de la Alameda: «En la tierra seremos reinas, y de verídico reinar, y siendo grandes nuestros reinos, llegaremos todas al mar».



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Roberto Castillo es escritor y académico. http://noticiassecretas.blogspot.com

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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