Publicidad

Palabra de mujer


Hombres y mujeres se acercan a felicitarme por «el triunfo de los demócratas chilenos.» Hay entusiasmo por los pasillos de la OEA tras el triunfo de Michelle Bachelet. Sobre varios escritorios se ven periódicos de distintas partes del mundo que llevan la noticia en primera plana. Y la curiosidad cunde.



-¿Es capaz? ¿La conoces? ¿La dejarán gobernar en un país tan machista?



A las tres preguntas contestó que sí. Y cuento que tuve la suerte -por esos accidentes del destino-de darle un abrazo de feliz año en Tunquén, una bella playa del litoral central, donde cerré el año viejo en casa de mi amiga y colega Patricia Verdugo. Esa mañana del primero de enero le hablé de mi orgullo de tenerla -si todo salía bien-como Presidenta de Chile, como tantos otros compatriotas en Washington. Y aproveché el vuelo para insistirle en que debía eliminarse esa ley que impide que los chilenos voten en el exterior.



-Sale tan caro venir a votar, Presidenta- le dije con una sonrisa que no puede competir con la suya.



-Lo sé- dijo con una risa breve.



Andaba sola en su auto. Sin policía, sin guardaespaldas, sin prensa. Sola.



A los norteamericanos les llama particularmente la atención que haya triunfado una socialista, madre soltera y agnóstica en un país tan conservador como el nuestro. En Estados Unidos, dicen muchos, es impensable el triunfo de una mujer de ese perfil. Al menos por ahora. Lo más cercano es Hillary Clinton, pero tendrá que esperar con paciencia su turno porque, advierten, el affaire Lewinsky está aún demasiado fresco en la memoria de la gente. Y, por otro lado, muchas mujeres no entienden por qué decidió seguir al lado de su marido. ¿Dónde quedó la feminista, la consecuente, la profesional independiente?



Como tantas cosas, el cuadro no es blanco y negro. Si lo fuera, sería más fácil de entender. Los matices, los grises, los códigos no explicitados, anidados en los pliegues de la tradición y la memoria, complican la lectura de lo que está pasando con las mujeres y la política hoy. No sólo en América Latina. También en Alemania, Liberia y Finlandia.



En Santiago las mujeres salen a la calle con la banda presidencial al pecho y la bandera al viento. Ya no se trata de quemar sostenes sino de lucir el símbolo de la autoridad, el poder, el liderazgo. No es el grito de confrontación el que se escucha sino la expresión del deseo de participar con los hombres, en igualdad de condiciones, en la construcción de un país que se ama, se sueña y se reconoce como posible. Una patria justa, una patria nueva, una patria amable donde nadie sobre. Una sociedad que sea genuinamente solidaria el año entero, donde podamos coincidir en algo clave: la desigualdad duele, es fea, escandalosa, impresentable en una comunidad nacional que se dice profundamente cristiana. La verdadera modernidad pasa por hacernos responsables no sólo de los fracasos individuales sino de los éxitos colectivos. Vivir en un país que entiende que el verdadero desarrollo pasa por que el destino de cada ciudadano se construya a diario con esfuerzo y esperanza. Porque trabajemos para que el futuro de cada chileno y chilena ya no esté marcado a fuego según la cuna en que se nace o el apellido que se lleva. Esa es la verdadera globalización, la que nace de la justicia, la participación y la convivencia democrática.



Por eso el orgullo de tener a Michelle Bachelet como Presidenta de Chile. Porque ella y su propuesta encarnan esa esperanza, ese sueño que de tanto soñarlo, de tanto esperarlo, a ratos nos parece imposible, inalcanzable. Porque el desafío está ahí, como una tarea pendiente y urgente. Porque el reto no sólo es ineludible sino fascinante. Porque llegó el momento de entrar a la cancha y medir fuerzas, no de género, no por la pelea chica de quien es más macho o más hembra, sino de hacer el ejercicio de medirnos como país en nuestra verdadera estatura moral. Nuestra razón de ser. Nuestra elegancia de alma.



Entonces, si nos atrevemos, si nos creemos el cuento, ya no podremos echarle la culpa ni al machismo ni al clasismo ni al feminismo ni al oportunismo. Los errores y los aciertos nos pertenecerán a nosotros y sólo a nosotros. Hombres y mujeres, hijos de una misma tierra, sin importar donde nos encontremos, dentro o fuera de las fronteras. Si nos echamos a andar en una misma dirección, se nos habrán acabado las excusas y los argumentos sosos. Nosotras seremos las alfareras. Nosotras amasaremos el pan nuestro de cada día, que tendrá un afán coherente, sensato, que huela a verdad y no tenga la estridencia de los índices macroeconómicos y los slogans publicitarios.



Hay demasiados problemas por resolver para distraerse en guerras estériles. Si hay una batalla que no queremos dar es la de los sexos. Los esfuerzos y las voluntades deben centrarse en combatir la pobreza y la desigualdad, el desempleo y la ignorancia. La tarea de país debe insistir en rescatar la memoria como pueblo con capacidad de aprender de sus errores y sus dolores. Que cree en la tolerancia y la diversidad, en el respeto de los derechos humanos. O sea, los míos terminan donde empiezan los suyos. Una sociedad que tiene vocación de unidad porque Chile, verdaderamente, está primero.



Se puede. Sí, se puede hacer las cosas de manera distinta, derrotando el indivualismo, la fatalidad y la soberbia. Se pueden postergar las mezquindades personales y pensar en un plural que nos dé razones para apostar como país, para jugársela porque es ahora o nunca. Porque nos ha costado tanto, porque nos lo merecemos. Por nuestros hijos y sus hijos. Por los que están. Y por los que ya se fueron. Por los ausentes. Por los que no alcanzaron a llegar al domingo 15 de enero. Ese es nuestro compromiso. Esa es nuestra promesa.



Palabra de mujer.



____________________________________________________



Odette Magnet. Periodista. Actualmente reside en Washington (EEUU).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias