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«Socialismo o muerte»


Esas fueron las palabras finales de un Hugo Chávez, profundamente convencido de lo que estaba diciendo, cuando juró como presidente de Venezuela el pasado 10 de enero de 2007.



Pero eran palabras que venían de Fidel Castro. De las famosas frases con las que terminaba sus discursos: «Socialismo o Muerte, Ä„Patria o Muerte!, Ä„Venceremos!». Si leemos bien, y si hacemos las conexiones pertinentes y recientes, es claro que aquella frase estaba dirigida como homenaje, desde la distancia, a su querido amigo allá en la Habana.



Probablemente Fidel Castro estaba escuchando con emoción (los líderes viejos de izquierda también se emocionan), viendo a su amigo venezolano que le enviaba un mensaje nada en clave, sino usando su propio lenguaje. Pensaría Castro que los ideales principales de la revolución cubana no habían muerto y se extendían hacia Venezuela en el tercer milenio. O sea, que la caída del Muro de Berlín, y todo el desplome posterior, no significaba gran cosa.



Era evidente que lo dicho por Chávez fue un mensaje bien claro para decir a toda América Latina que «la revolución socialista», como la que comenzó Cuba en 1959, permanecía viva, o bien era resucitada por Chávez, y que era posible en esta globalización injusta. O como él ha dicho refiriéndose a ella: «la enfermedad del nuevo milenio.»



Nadie analizó aquella frase en los artículos que comentaron la noticia cuando fue envestido presidente de Venezuela. Sin embargo, muestra -y es imposible no verlo- que la conexión Habana-Caracas tiene y tendrá un peso muy fuerte en el proyecto ideológico del presidente venezolano. Y no sólo la conexión entre ambos, sino en «el triangulo de El Caribe»: Venezuela-Cuba-Nicaragua, extendiéndose hasta Bolivia y Ecuador en América del Sur.



Fueron palabras poderosas que (sin duda) aún remecen a mucha gente de la izquierda de los 60 o 70 en América Latina. O a los que ahora leen con desesperanza el último informe de la Cepal de diciembre de 2006 donde tenemos 205 millones de pobres -38,5% de la población de América Latina en una población de más de 500 millones de habitantes- que viven en la pobreza o indigencia completa (con dos o un dólar al día).



Aquellas palabras, en la propuesta de Chávez en su toma de posesión, constituyen la base de su revolución bolivariana del tercer milenio que es la siguiente: terminar con las grandes diferencias sociales, exterminar la pobreza y las injusticias de que sufre la mayoría de su país. Dar una humanidad a los pobres de Venezuela y ser ejemplo que otro socialismo es posible a diferencia de unos socialismos falsos o tibios, según Chávez, como el del gobierno chileno o como las dudas que merece el gobierno de Lula en Brasil, o de otros quienes no invocan planteamientos radicales como el que está comenzando a realizar Chávez.



Para hacer todo lo anterior, Chávez ha dicho que necesita control absoluto de todos los poderes y por eso ha pedido a la Asamblea Nacional reformar la constitución para, entre otras cosas, pueda ser reelegido indefinidamente. Incluso encontró necesario comenzar a cerrar un canal de televisión (el canal pionero de Venezuela, «Radio Caracas TV») porque, en sus palabras, era un «medio anticomunista, burgués, y golpista».



Oponerse en estos momentos a la propuesta del socialismo bolivariano -dice aquella izquierda latinoamericana en reciente «Foro de Sao Paulo» que se realizó en El Salvador, y cierta intelectualidad de izquierda fuera de América Latina que apoya ciegamente a Chávez y también al gobierno cubano, a Evo Morales, y sonríen placenteramente con el nuevo presidente Daniel Ortega de Nicaragua- es «no ver» lo que representa realmente aquel presidente.



Aquella izquierda en el «Foro de Sao Paulo» piensa que el proyecto de Chávez es un proyecto viable para América Latina. Además sugiere que es el proyecto que haría un frente objetivo a la globalización «salvaje e inhumana», además de la única oposición latinoamericana al «imperialismo yanqui».



Quizás con los nuevos presidentes de «izquierda» en América Latina el optimismo del «Foro» ha sido muy alto para aprobar el siguiente documento político para América Latina, esencialmente con dos grandes puntos. (1) Profundizar procesos democráticos con políticas públicas y reformas estructurales para vencer la pobreza y desigualdad. (2) Crear un proyecto económico alternativo al neoliberalismo y defender soberanías nacionales asi como promover cooperación económica, social y política entre los pueblos.



Entonces aquí es cuando preguntamos a Chávez, a la izquierda ortodoxa del «Foro», a intelectuales que creen en otro «proyecto económico alternativo» a Morales, Ortega ¿pero de qué socialismo nuevo alternativo al neoliberalismo se está hablando? ¿es cierto que sería posible y cómo? ¿Es viable «la revolución Bolivariana» para América Latina en estos momentos o en un futuro próximo?



Hay dos respuestas al «socialismo o muerte» de Chávez. O sigue la línea cubana o sigue la línea democrática. La primera no ha logrado ningún crecimiento ni desarrollo económico si vemos los resultados de la revolución cubana en estos momentos, principalmente el enojo de la CEPAL de que los datos que dan los economistas oficiales en la isla sobre el crecimiento de la economía del régimen son sumamente dudosos puesto que las sus estadísticas son manipuladas y no siguen las que propone la CEPAL.



La segunda opción es la negociación con inversionistas extranjeros si esos presidentes de «izquierda» desean nacionalizar todo. Por ejemplo Daniel Ortega ha dicho que seguirá esa opción. También en esta opción es fundamental la negociación democrática con la sociedad civil dentro del país. De esto último los enfrentamientos violentos en Bolivia ejemplifican de cómo puede allí levantarse un conflicto bien serio por toda Bolivia si no hay tal negociación (¿guerra civil?).



Chávez ha preferido claramente la primera opción controlando todos los poderes. Aun cuando su programa es ese «socialismo o muerte» o como dijo en VI Foro Mundial en enero citando al «Che» Guevara: «crear una, dos, tres Bolivias» (que también puede ser «crear una, dos, tres Venezuelas»). Sin embargo, y es muy posible mirando el ejemplo de Cuba, que pueda peligrar en Venezuela la voz de la sociedad civil que disiente del proyecto de Chávez. Pero ya se verá.



En reciente artículo de Sergio Ramírez, ex-presidente del gobierno sandinista durante los ochentas, publicado el 9 de enero -un día antes de que Daniel Ortega jurara como nuevo presidente de Nicaragua- decía algo muy importante que es valido para estos nuevos presidentes de «izquierda» en América Latina:



«Para empezar, que mejor que usar todo el poder que tiene para patrocinar un programa de reformas a la Constitución, en consenso con la nación, que prohíba para siempre la reelección presidencial. De su visión de futuro dependerá como quiere ser recordado en la historia de Nicaragua. Como un caudillo que pudo regresar triunfante al poder, para darle al país más de lo mismo y actuar como personaje de otra puesta en escena del pasado, o como el estadista que tomó ventaja de su propio poder para afirmar de manera irreversible el camino de la institucionalidad democrática, sin faltar por eso a sus promesas de justicia social y prosperidad popular». (1)







1. Sergio Ramírez. «Caminos que se bifurcan», diario La Jornada, México, 9 de enero de 2007.



*Javier Campos. Escritor. Reside en EE.UU.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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