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Editorial: Bolivia y la política vecinal de Chile


La asistencia del Presidente de la República Ricardo Lagos a la asunción del mando del Presidente Evo Morales en Bolivia constituye un hecho histórico que vale la pena destacar. No sólo por ser la primera asistencia de un mandatario chileno a un cambio de mando en el vecino país, sino porque la visita estuvo signada por una sencilla cordialidad, llena de gestos simples y directos, que hablan de una buena disposición para mejorar las relaciones entre ambos países.



Hace pocos meses ello parecía impensable. Sobre todo porque el tema de la mediterraneidad reapareció con renovada fuerza en la agenda interna boliviana en medio de la crisis política que finalmente culminó con el triunfo del Presidente Evo Morales.



Objetivamente, la visita del Presidente Lagos y la cordialidad del Presidente Morales, partes iguales de un mismo acto y significado, no ha cambiado nada en materia legal o institucional en la relación entre ambos países. Sin embargo, se ha abierto una puerta a un cambio sustancial en la atmósfera diplomática y en las percepciones a ambos lados de la frontera, cuya maduración depende casi exclusivamente de la prudencia, constancia y agudeza política que muestren los gobiernos de ambos países.



No es efectivo, que el destino de las buenas relaciones dependan exclusivamente de la normalidad interna boliviana. Es un prejuicio y un sesgo negativo pensar que Chile es una especie de mero espectador. Esta actitud elusiva y displicente carece del realismo político necesario para asumir que, cuando nuestros vecinos del norte tienen problemas, nosotros también los padecemos. Una fuerte e irracional oposición interna impide que nos apliquemos a soluciones estratégicas de largo plazo, más allá de la exhibición de nuestras ventajas legales.

Esta actitud cómoda contrasta con las necesidades objetivas derivadas del tipo de desarrollo económico y de inserción internacional elegida por Chile, que requiere de una mayor densidad conceptual, política y administrativa en su política exterior, lo que es particularmente sensible en el entorno vecinal. Sobre todo en su aptitud geográfica respecto del resto del Sub Continente.



Lo avanzado en estos días deberá, finalmente, volver a manos de los especialistas para su seguimiento. Y es ahí donde surgen dudas pues nuestro país ha carecido hasta ahora de un dispositivo diplomático fino, capaz de comprender la exacta dimensión del substrato cultural de la sociedad andina y su incidencia en la política regional. Especialmente en sus complejidades étnicas y sociales, y en los cambios actualmente en curso y las oportunidades de paz y desarrollo que de ellos surgen.



La presencia del Presidente Lagos en la ciudad de La Paz y la recepción de que fue objeto, significan una oportunidad de rectificación en la política exterior de Chile, y en el tipo de seguimiento que merece nuestra política vecinal. Empezando por una agenda bilateral abierta, capaz de matizar y dosificar los temas, que no caiga en la ambición económica ni tampoco en el exitismo de corto plazo. Que entienda, además, que parte importante de las soluciones están en Chile, como lo es el tomar unilateralmente la iniciativa para terminar con la mediterraneidad de Bolivia.



Vea además Editoriales anteriores relacionadas:



Mar para Bolivia(10 de Enero del 2006)



Los ríos profundos de Bolivia(27 de Diciembre del 2005)

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