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De punta a punta (Las recetas de Aznar para la DC)


Me dicen los amigos que las intenciones que José María Aznar expresaba hace días en la prensa de Chile empiezan a hacerse subterránea realidad, y que la derecha española trata de interferir ideológicamente en la recomposición de lo que podría ser la derecha democrática chilena.



Una visión bienintencionada trataría de disculpar la intromisión alegando ignorancia: la trayectoria de la Democracia Cristiana chilena es suficientemente compleja, rica en altibajos y a veces bruscos cambios de orientación, como para poder asimilarla a la lineal trayectoria de las derechas europeas. Sin embargo, cualquier observador de la política española, por superficial que sea, apreciará trasfondos mucho más inquietantes, imposibles de separar de la personalidad de quien durante los últimos quince años ha sido el líder carismático del Partido Popular español.



Nada sería más fácil que definir al personaje mediante colores: el blanco y el negro. Ni un matiz de gris, ni un tono de colores intermedios. Por tanto, la DC no cabe en este esquema. Habrá quien diga que al fin y al cabo la actual dirección popular no está encabezada por Aznar, pero esta sería sin duda una afirmación ingenua: su sombra es alargada, y en su caso no cabe hablar de influencia, sino de poder.



Un poder que está dando no pocos quebraderos de cabeza en España: desde hace años, la estrategia del PP se ha encaminado a fomentar por todos los medios la polarización política como instrumento electoral, como medio de agrupar todos los votos. En una primera etapa, esa estrategia borró del mapa al partido centrista del ex Presidente Adolfo Suárez, de venerada memoria, y en una segunda, que continúa, se ha dedicado a buscar el cuerpo a cuerpo con el adversario socialista, tratando de hacer de él la encarnación de diabólicas esencias.



En los momentos actuales, esta estrategia se plasma en España en una confrontación constante y continua con el Gobierno en ejercicio, tensando la cuerda de la opinión pública mediante declaraciones altisonantes y acusaciones que creíamos guardadas para siempre en el baúl en el que la Historia guarda sus recuerdos más negros. Todo vale con tal de estimular la crispación política, sin importar si con ello se incita el enfrentamiento civil. Cualquier postura equilibrada es objeto de anatema. El espectro político sólo se entiende si se contempla de una punta a la otra.



No hace falta decir que esta es una política muy peligrosa, no ya para el sistema de partidos, sino para la integración de la ciudadanía. Durante los treinta años de la actual democracia, España ha sido un país de consensos, y eso ha hecho de él un país de progresos. No se trata de una receta nueva, pero sí nueva en nuestros lares. Lo que valió para España ha demostrado ser válido también en Chile. Eso es un patrimonio, y los patrimonios no se dilapidan. Ojalá la DC chilena sepa taparse los oídos con cera para no escuchar los cantos de sirena de la peor clase de globalización: la internacional fundamentalista.



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Carlos Fortea es profesor y Decano en la Universidad de Salamanca

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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