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Día Internacional de la Mujer: Significados y desafíos


Este año se cumplen setenta años desde la primera conmemoración del Día Internacional de la Mujer en el país, y sesenta y seis desde que se promulgara el derecho a voto, gracias al empuje de mujeres como Rosario Ortiz, Teresa Flores, Micaela Cáceres, Amanda Labarca, Felisa Vergara, Ernestina Pérez, Irma Salas, Olga Poblete, Elena Caffarena y Flor Heredia, entre tantas, que en la primera parte del Siglo XX lucharon por los derechos de las mujeres.



La fiesta del 8 de marzo es emblema de las reivindicaciones de nuestras antecesoras y una ocasión para expresar rebeldía frente a la discriminación y demostrar las creativas prácticas que han caracterizado la acción política de las mujeres en años recientes. Es también un momento de homenajes y de reconocimiento de quienes han vivido violencia política y de género; es una oportunidad para dar visibilidad a nuevos liderazgos de mujeres; y es sobre todo el símbolo de la larga marcha de un movimiento que a fuerza de ser negado e invisibilizado, se ha convertido en uno de los más poderosos factores de transformación de las relaciones sociales y de la cultura política que ha existido durante el siglo XX y cuyas proyecciones alcanzan hasta nuestros días.



La elección de Michelle Bachelet como Presidenta de Chile, es una clara constatación de esta transformación. Este hecho político no será flor de un día en la historia nacional y contribuirá, sin duda, a forjar un nuevo camino para los liderazgos de las mujeres chilenas. Impulsada a luchar por su libertad personal, por su posición y presencia pública, la Presidenta Bachelet pone sobre el escenario de este 8 de marzo la paridad como acto político radical, asentando un proceso en el país y en el mundo cuyas implicancias valóricas aún no son posibles de dimensionar.



Contar con una Presidenta en Chile es un hito de gran envergadura social, cultural y política considerando que la nuestra es una sociedad que no obstante sus avances sigue siendo conservadora y excluyente. Las señales son múltiples y variadas: la persistencia de una doble moral sobre las conductas públicas y privadas es un tópico recurrente de los análisis culturales y políticos. Del mismo modo la diversidad de opciones sexuales aún es vista como algo marginal y no reconocida; nuestra Ley de Divorcio no sólo es la más reciente en el mundo sino una de las que impone mayores restricciones a la libertad de decisión de los cónyuges. En nuestras ciudades cuya fisonomía ha sido transformada por la profusión de farmacias, todavía es difícil adquirir la «píldora del día después», ello a pesar de que todas las encuestas nacionales que han indagado sobre este punto demuestran que la población defiende su libertad respecto a éste y otros temas sexuales y reproductivos; el racismo muestra sus peores facetas, en las numerosas formas en que oculta, omite o excluye lo indígena, lo originario, lo mestizo. La violencia contra las mujeres, la agresión psicológica, sexual y física, que en demasiados casos llega al asesinato de las mujeres en manos de sus parejas, se agrava con la indiferencia e indolencia de quienes defienden la subordinación de las mujeres como un lugar natural y favorable a la estabilidad de la familia.



Estos son algunos de los rasgos del contexto en que nuestra nueva Presidenta llega al poder. Es evidente que estará sometida al escrutinio público por mayores y más complejas razones que el cumplimiento o no de su programa político. Su condición de mujer y de emblema de las luchas de las mujeres por justicia en la distribución de poder, le impone desafíos que no han enfrentado otros gobernantes. Además de recaer sobre ella expectativas que superan las urgentes medidas antidiscriminatorias en cuestiones de género.



La demanda de participación social realizada desde el movimiento de mujeres, uno de los movimientos sociales probablemente más perseverantes en sus exigencias durante los años de gobierno concertacionista, no obstante sus flujos y reflujos. Las expectativas de contar con más y mejores mecanismos de apoyo a la participación ciudadana autónoma, al control ciudadano y una interlocución fluida y democrática con el Poder Ejecutivo y los distintos niveles de implementación de las políticas públicas, son propias de un movimiento que ha trabajado ininterrumpidamente en esta línea y que mantiene la esperanza de que se instale una verdadera lógica redistributiva y de reconocimiento.



Nuestra Presidenta se encuentra con un movimiento social de mujeres con experiencia y compromiso, responsabilidad política, capacidad de interlocución para proponer y desarrollar transformaciones significativas en la sociedad chilena. Sabemos que nuestros liderazgos colectivos, los innumerables hechos y gestos de libertad construidos por las mujeres, así como la irrupción en la toma de decisiones es lo mejor que le ha pasado a la democracia y tenemos la certeza que vivimos un momento histórico, en que un 8 de marzo del 2006, las «grandes alamedas se abren» para que podamos pasar todas en el futuro, en tanto individuas, sujetas, iguales y pares.



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* Alejandra Valdés Barrientos es feminista, educadora y planificadora social. Consultora en políticas públicas, género y participación ciudadana. Investigadora de Hexagrama Consultoras

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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