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Mientras tanto en Washington


La Dra. Condoleezza Rice se pasea impasible por el mundo dando sermones y definiendo lo que es la democracia y el buen gobierno. Las rígidas leyes del protocolo heredadas de la cultura de la duplicidad de las monarquías absolutas europeas del siglo XVI obligan a rendirle pleitesía. En los EE.UU. no hay día en que un nuevo escándalo no ponga en tela de juicio la legitimidad de la administración republicana.



Las últimas encuestas de opinión indican que el patrón de la Secretaria de Estado, George W. Bush, cuenta con el apoyo de sólo un 34% de los estadounidenses. Una baja de popularidad de un 6% con respecto al mes precedente, según las cifras publicadas por CBS News el lunes 27 de febrero pasado. Como si no fuera poco, un 62% de norteamericanos considera que las cosas van de mal en peor en Irak. Las críticas abundan; sin embargo la administración Bush persiste en mantener abierto el Camp Delta de la Base Militar de Guantánamo, donde según las Naciones Unidas se practica uno de los peores crímenes contra la Humanidad: la tortura.



A comienzos de año, Al Gore (ex candidato demócrata a la presidencia y ex vicepresidente de los EE.UU.), declaraba en referencia a la orden de la administración Bush de escucha telefónica ilegal de ciudadanos norteamericanos sin mandato judicial: «Un presidente que viola la ley es una amenaza a la estructura misma de nuestro Gobierno. La Constitución de los EE.UU. corre un grave peligro». Incluso, algunos representantes demócratas sostienen que George Bush y su vicepresidente, Dick Cheney, merecen ser sometidos a un procedimiento de destitución en el Congreso, debido a sus «crímenes».



Pero la pregunta que se impone es si los demócratas tendrán la audacia de pasar de la retórica a los actos. Poco probable, responden los analistas. Maureen Dowd, la irreverente articulista del New York Times, afirmaba con su sarcasmo habitual en un Op Ed del 19 de enero: «La impotencia crónica de los demócratas nos ha conducido directo al reino de la incompetencia de los republicanos».



Pero el secreto de la política de los republicanos de Bush en Irak y en otros dossiers como la ONU, donde John Bolton está imponiendo su marca y visión tendiente a vaciarla completamente de su contenido universalista, reside en un factor propio de la política neoconservadora: la determinación absoluta en seguir una línea sin concesiones. Lo que les ha valido las diatribas de intelectuales y ex correligionarios como Francis Fukuyama, transformado hoy en un defensor de las prerrogativas de los Estados naciones en un mundo al cual acecha el desorden.



La actitud de los republicanos contrasta con la de los demócratas que viven, cual Hamlet adolescente, en un vals ininterrumpido de dudas debido al miedo a herir las susceptibilidades de un electorado, que se imaginan cargado a la derecha.



Para algunos analistas estadounidenses, como Michael Adams, autor de American Backlash «los valores del electorado norteamericano son: la familia tradicional, el patriarcado, el patriotismo, el respeto de la autoridad…». Para otros investigadores, en la sociedad norteamericana las corrientes culturales de los ’60 echaron raíces, circulan subterráneamente, y se expresan en gustos y preferencias por obras cinematográficas de Hollywood candidatas a los Oscar, como los amores homosexuales de Brokeback Mountain, la valentía de los periodistas que se opusieron a la caza de brujas de McCharty en Buenas Noches, Buena Suerte y, Syriana, que ejemplifica el poder de los intereses petroleros en la política exterior de la superpotencia.



Sucede, además, que muchos legisladores demócratas siguen creyendo que el terrorismo es una amenaza de envergadura para los EE.UU. La lucha contra el terrorismo fue una de los principales temas de las elecciones presidenciales y del Congreso en 2004.



La regla de oro es que cuando el presidente es muy popular, el Congreso tiende a plegarse a las políticas de la Casa Blanca puesto que el objetivo principal de los legisladores es la reelección.



Durante las elecciones del Congreso en 2004, Tom Daschle, senador de Dakota del Sur y líder de la mayoría demócrata en el Senado, era un ardiente crítico de las políticas interiores de Bush, debido a lo cual fue motejado de obstruccionista por los republicanos. Es decir, un legislador que fomentaba el bloqueo sistemático a la agenda de los neoconservadores de Bush. La estrategia dio resultado y Daschle perdió su puesto. Se lo quitó un protegido de Bush, John Tune. El efecto fue evidente, los demócratas se callaron asustados.



Pero desde mediados del año pasado Bush sigue en caída libre, y la actitud timorata de los demócratas no se justifica más que por la pasividad y obsecuencia de la dirección del partido, criticada cada vez más por la activa base de izquierda antiguerra, en la cual los miembros de la organización MoveOn.org se mueven como peces en el agua. Tal es así que Tom Mattzie, uno de sus directores, atacó frontalmente a la futura candidata, Hillary Clinton, por su posición considerada tibia frente al retiro de las tropas de Irak, que otro demócrata, el reputado John Murtha exigía. «La senadora muestra cobardía ante la ruidosa máquina de la derecha», declaró el militante.



En todas partes se cuecen habas



No todo es miel sobre hojuelas para las elites imperiales, puesto que una oposición se articula en la base demócrata joven, apoyándose en el trabajo del Dr. Howard Dean como organizador del partido a escala nacional. En las próximas elecciones primarias del Partido Demócrata (noviembre de este año) para elegir los candidatos a las elecciones del Congreso, la base de izquierda antiguerra presenta en el Estado de Nueva York a Jonathan Tasini, ex presidente de la Unión Nacional de Escritores de los EE.UU., en contra de Hillary Clinton. También habrá candidatos en Rhode Island, Pensilvania, Maryland, Ohio, Minnesota… The Nation, una revista de la izquierda norteamericana, afirma con tono triunfalista: «Es la primera vez desde fines de los 60′ que candidatos antiguerra se presentan a las elecciones».



Mientras tanto, los republicanos se preparan para crear la ilusión de un leve viraje al centro con la candidatura de John McCain -considerado valiente, probo y nacionalista-, quien se alejaría de la derecha religiosa. El ex prisionero de guerra de los vietnamitas y senador republicano obtiene el 52% de las preferencias, con solamente un 37% para la senadora Hillary Clinton. Pero en el fondo, las dos candidaturas profesan el culto de los valores conservadores.



No es extraño entonces que analistas norteamericanos y canadienses vean con buenos ojos una escisión dentro del Partido Demócrata. Donald Cuccioletta, investigador de la Chaire Raoul Dandurand en études diplomatiques et stratégiques de l’Université du Québec Å• Montreal, citado por el periodista Guy Tailllefer en el diario Le Devoir del 21 de enero pasado, considera que la construcción de un nuevo partido político en los EE.UU. es necesario, puesto que el bipartidismo impide la expresión de las corrientes de izquierda y de sus militantes, ahogados por el conservadurismo y defraudados de la falta de audacia de las elites del partido de los Clinton y de John Kerry. Es así como en los EE.UU. la misma tendencia global se dibuja: la construcción de alternativas políticas que reúnen las sensibilidades antimilitaristas, feministas, ecologistas y que luchan infatigablemente por la justicia y la igualdad social.



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Leopoldo Lavín Mujica, Profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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