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Publicidad y tortura


«En las ediciones del sábado 4 de marzo, los diarios El Mercurio y La Tercera incluyeron un catálogo comercial de la multitienda Ripley (con locales comerciales en todo el país) donde se banalizan algunos métodos de tortura empleados durante la dictadura de Pinochet». Esa era una noticia dada por el «Clarín» de Chile» en su versión en Internet del 9 de marzo reciente, que ha provocado una reacción bastante crítica a esa «publicidad».



Es inédita esta publicidad en otras partes del mundo. No recuerdo haber visto algo semejante para vender ropa o lo que fuere. Hace un tiempo, cuando Octavio Paz, el poeta y Nóbel mexicano estaba vivo, se lanzó con furia contra la publicidad de compañías que producían sostenes para mujeres usando los senos de la estatua de la «Venus de Milo» .



Paz estaba en contra de la abrumadora publicidad de multinacionales que usaba el «arte» para vender cuanto producto salía del mercado. Paz vislumbraba el rumbo incierto del mercado global que ya comenzaba en los 80. Si aún Paz estuviera vivo, quizás habría sufrido un ataque fulminante, pues la publicidad se fue por rumbos insospechados. Más que insospechados. Se fue por rumbos impensables como en el caso de Ripley, que ha banalizado la memoria humana. Peor, reducir a un simulacro comercial el dolor que sufrieron miles (y millones) bajo torturas durante cualquier régimen represivo, militar o fascista.



La verdad es que en cualquier país que haya sufrido una experiencia de un régimen dictatorial, resulta insólito que comerciantes, tiendas poderosas, le paguen a artistas, diseñadores profesionales, quienes se graduaron quizás de una universidad chilena o extranjera, para que busquen un ejemplo en la tortura y vender ropa o lo que fuere. Por un lado, las tiendas Ripley, su gerente, o su consejo que decidió decidieron la publicidad, realmente tuvieron una mentalidad enferma para re-crear en catálogos situaciones de angustia, desesperanza humana y represión bajo condiciones donde los torturados llegaron a un límite indescriptible de sufrimiento.



Es imposible encontrar un ejemplo similar al de Ripley en el mundo de la publicidad global a nivel planetario. Es que no existe y tampoco ninguna cadena global permitiría que se vendieran camisetas con las imágenes de judíos en los campos de concentración alemanes. Que se vendieran zapatos con los niños descalzos en las frías y bajas temperaturas de invierno en los campos de concertación nazis de Dachau, Auschwitz, u otros. O anunciara suéteres con el fondo de «Villa Grimaldi», campo de concentración durante la dictadura militar chilena.



Si Ripley continuara con esa publicidad inaceptable, pues mañana cualquier otra tienda, siguiendo el ejemplo, puede vender guantes de invierno usando las imágenes de los detenidos en la Isla Dawson. O vender teléfonos celulares usando a la falta de comunicación entre los familiares de desaparecidos y su familiares que nunca supieron dónde estaban, ni aún saben dónde o en que lugar de Chile estarán sus huesos.



Es importante que Ripley cambie su publicidad (si la elimina definitivamente) pues ante Chile y ante el mundo estuvo mostrando una falta de desmemoria incalificable que, quizás, un recién graduado ingenuo, y sin memoria, le presentó a los directores como su «magnifica idea» para vender más, pero resultó contraproducente. Tal vez mañana algún encargado de la publicidad de otra multitienda se le ocurra vender ropa usando las imágenes de aquellos judíos que las dejaron en alguna pieza antes de entrar a los hornos crematorios de los nazis.



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*Javier Campos es poeta, narrador chileno. Reside en EE.UU.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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