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La memoria: el talón de Aquiles de Óscar Guillermo Garretón


«El olvido no es lo contrario de la memoria, sino de la verdad, porque al no recordar se falsifica la historia.»
(Jordi Borja)



La realidad de los hechos objetivos es un criterio de verdad que el entendimiento no puede ignorar.



Esta es la única actitud posible ante las declaraciones periodísticas de un hombre público, que en el contexto de un viaje placentero es embargado por emociones subjetivas y se refiere a las circunstancias pasadas que provocaron el golpe de Estado militar, en términos donde se relativiza la responsabilidad de los agresores. Sobre todo si quien las vierte fue subsecretario de Economía (1972-1973) y dirigente máximo de un partido de la ex Unidad Popular.



Con motivo de su crucero en la nave Aquiles de la Armada el empresario Óscar Guillermo Garretón, en una entrevista publicada en la prensa nacional, declaró: «Independiente de que nosotros no asesinamos a nadie y que formamos parte del bando de los que fuimos asesinados, torturados, exiliados, etc.; creo que en la situación política que se arribó el ’73 todos tenemos responsabilidad. Hay una responsabilidad compartida en haber llegado a un golpe. Todos cometimos errores. Todos formamos parte de un momento muy trágico del país y creo que simplemente anotar las culpas del otro bando ni es objetivo ni bueno».



Casi como en contrapunto la Presidenta de Chile aclara desde Brasil: «No aceptamos ni justificamos ni explicaciones ni dobleces en materia de violaciones a los derechos humanos» […] «los errores que puedan haberse cometido no justifican los horrores que hemos sufrido» y «las violaciones del pasado no pertenecen solamente al ayer» (están vivas) «en la memoria de miles, que no admite un punto final».



El discurso de la Presidenta está afirmando tres cosas: 1) que las «culpas» no se equiparan, que los errores de algunos no son correlativos con las atrocidades cometidas por los otros; 2) que no puede haber dilución de responsabilidades, por lo tanto, tiene que haber verdad y justicia; 3) que las estrategias del olvido no tienen cabida hoy en Chile (*).



Estamos en presencia de dos discursos.



El de la Presidenta corresponde a la realidad. Chile se reconoce en él. Es un relato histórico basado en pruebas y testimonios fehacientes de investigaciones empíricas realizadas por comisiones de juristas acerca de las responsabilidades de las Fuerzas Armadas y sus servidores civiles en las violaciones a los derechos humanos. Con los procedimientos racionales del debido proceso se ha podido establecer más allá de toda duda razonable que en Chile se vivió durante el régimen de Pinochet, Guzmán, Díez, Novoa y Cía. un período de Terrorismo de Estado. Situación que no se puede equiparar con la vivida durante el gobierno de la Unidad Popular. Como es imposible hacer un proceso de intenciones, como lo hizo con objetivos propagandísticos la dictadura, tampoco puede afirmarse que la izquierda hubiera aplicado los mismos métodos del pinochetismo.



Los propósitos de la mandataria, por lo tanto, se enmarcan dentro de una doctrina universal de los derechos humanos. Esta es en gran medida el fruto de la acción de organizaciones que lucharon y luchan por la verdad y la justicia. Sus postulados conforman hoy un cuerpo legal, no exento, sin embargo, de contradicciones donde el juego de fuerzas se despliega cuando se trata de interpretaciones y de la proyección de las razones de Estado. Pero su mérito es la de estar sancionada por tratados y codificada en un Tribunal Penal Internacional al cual Chile tiene que adherir, pese a la oposición de las derechas.



Desde la única perspectiva posible, en este caso: la del Deber de Memoria frente al crimen de lesa humanidad, el discurso de Garretón suena a falso y es falso. Pero hábil.



Vamos por parte. La primera proposición de Garretón es una certeza histórica. Un estudio arrojaría como conclusión que para los miembros de la izquierda en su conjunto, militantes de base en aquellos años, sin puestos en el aparato del Estado, el universo moral y ético al cual adherían los llevaba a condenar los métodos inhumanos (tortura, desapariciones y violaciones utilizados ya por otras FF.AA latinoamericanas). Realidad que indica que el código moral del pueblo de izquierda era humanamente superior al de los aparatos armados y al de las clases dominantes.



Así, la primera parte de la oración de Garretón es evidente. Ésta conduce a la siguiente, donde se revela el propósito de su estrategia discursiva del olvido: construir un relato compartido por las elites en nombre de una exégesis interesada de la «Reconciliación». Es una premisa falsa y clave en la narración del ex político de la UP. En él «todos tenemos una responsabilidad compartida» no se argumenta porque no hay ningún argumento que valga. Se niega tres veces la verdad objetiva de los hechos con el «todos». Para que quede la impresión de que no hubo ningún chileno que no acarreó agua para el golpe. Aquí la intención discursiva es clara: diluir la responsabilidad del agresor, falsificar la historia.



La aseveración totalitaria y tautológica de que «todos» fuimos responsables es analíticamente falsa. Eran algunos, y no «todos», los chilenos los que querían un golpe. Cientos de miles de chilenos consultados dirían hoy que ellos no fueron responsables, con sus sueños y su práctica política de aquellos años, de haber desencadenado el terror dictatorial. Además, un 80% de chilenos votó en las parlamentarias de marzo. Al hacerlo estaban optando por una solución democrática, saboteada más tarde por la Democracia Cristiana y por la derecha. Polarizarse con votos es de lo más normal en democracia. Eso sí, no saber cómo proteger a su pueblo es señal de irresponsabilidad e ineptitud política.

Ahora bien, ¿quiénes conforman el «todos» si es imposible que todos hubiéramos sido responsables del golpe? En el «todos» de Garretón se reencuentran las elites deseosas de olvido de la barbarie militar y de la demolición neoliberal. Es el espacio donde se anuda la trenza político-militar-empresarial de la cual hombres como Garretón forman parte.



La posibilidad de enunciación de este discurso está facilitada porque la «responsabilidad compartida» de la cual se habla es la palanca de un relato pacientemente construido por un sector de las elites concertacionistas. Juegos de estrategia y de lenguaje. La función del relato está dado por la supuesta simetría: bando golpista=bando víctima. Una narración en la cual tanto las elites que fueron de izquierda, como las de derecha pueden reconocerse. Al mismo tiempo que excluye a los que no comparten la versión derechista, democristiana y socialdemócrata de la derrota y del golpe. Además, se busca imponer un discurso de la «reconciliación», cuya estrategia es diluir la memoria histórica y abrir la puerta a la reescritura del pasado. Es una paradoja propia al mito de Garretón, pero su «todos», al querer forzar la inclusión, excluye. Un discurso de la elite para la elite.



Las declaraciones del ex político, hoy día empresario, nos indican que estamos frente a una de las diversas modalidades en que las estrategias del olvido buscan triturar la verdad falsificando la historia. Más vale no bajar la guardia y dar la «batalla por la memoria».



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(*) Me he inspirado en el texto de Rodolfo Mattarollo, abogado argentino y en los trabajos de la académica quebense, Régine Robin Maire, sobre la memoria y las estrategias individuales y colectivas de negación en: «Le devoir de mémoire et les politiques du pardon. Ver, «En Stalingrado todos tenían frío», el Dipló / Enero 2006, Baires.



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Leopoldo Lavín. Profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.













  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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