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El silencio de las palabras


En una columna publicada recientemente por La Tercera, Patricio Navia cita una frase de Borges: «Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla». Aunque Navia se refería a un asunto diferente, se aplica perfectamente a la palabra Genocidio.



Desde luego, no se trata de cualquier genocidio. Como palabra, es de uso muy frecuente. De hecho, parece aplicarse actualmente a cualquier matanza de un grupo étnico. Ruanda, Bosnia, Kosovo y el Kurdistán son algunos ejemplos de una lista más larga. No obstante, cuando se habla del genocidio de los armenios en 1915, muchos gobiernos y medios de prensa de repente parecen tenerle miedo.



Hoy 24 de Abril se conmemora el 91ÅŸ aniversario de lo que se podría considerar «la madre de todos los genocidios modernos». Ese día, centenares de intelectuales y profesionales armenios en Constantinopla fueron detenidos y ejecutados, primera etapa de un proceso que culminaría meses después con la muerte de unos 1,5 million de armenios, la mitad de un pueblo entero, En comparación, en el Holocausto murió la tercera parte del pueblo judío». A pesar de casi un siglo de negación por parte de las autoridades turcas, los hechos estan ampliamente documentados. En una época donde no había televisión ni internet, si había misioneros y diplomáticos extranjeros en todos los rincones del imperio otomano, cuyos testimonios comprobaron lo contado por los sobrevivientes. El reconocimiento formal del genocidio por parte de los parlamentos de numerosos países, incluyendo Canada, Francia, Italia y Suiza, es un fenómeno más reciente pero no menos significatico.



No se trata aqui de detallar otra vez los argumentos en pro y en contra de la veracidad de los hechos. Los armenios estamos cansados de ver como países y publicacions que no se atraverían a emitir la mínima duda acerca del Holocausto Judío (basta ver las reacciones a los dichos del presidente Iraní, y el encarcelamiento del historiador británico David Irving en Austria), hablar en metáforas e intentar buscar «la otra versión» cuando se trata de nuestra historia.



Ni los países más poderosos se atreven a pronunciar la palabra Genocidio en relación con los armenios. Después de años de esfuerzos (y varias promesas rotas por candidatos presidenciales ansiosos de recoger el voto de más de un millón de armenios residentes en EE.UU.), una resolución de reconocimiento del genocidio finalmente llegó al congreso americano en los últimos meses del segundo mandato de Bill Clinton. Su voto estaba programado para el 19 de octubre del 2000. Había una clara mayoría a favor. Faltando pocas horas para el escrutinío, la administración retiró el proyecto alegando «una amenaza a la seguridad nacional que pondría en riesgo la vida de norteamericanos».



Durante su primera campaña electoral, el 19 de Febrero del 2000, George W. Bush se dirigió a los líderes de la colectividad armenia en EE.UU. «Los armenios fueron víctimas de una campaña genocidia..Electo presidente, me aseguraré que nuestra nación reconozca debidamente el trágico sufrimiento del pueblo armenio». Han pasado 6 años y estamos en la segunda administración Bush.
Las promesas quedaron en el amplio basurero de las promesas electorales. De hecho, parece que el líder del mundo unipolar tiene temor a la palabra. A finales del año 2005, el embajador estadunidense en la República de Armenia, John Marshall Evans, estaba de visita en su país y fue invitado a dar una charla a un grupo armenio en la Universidad de Berkeley. «Hoy, lo voy a llamar el Genocidio Armenio», dijo el diplomático, agregando «Creo que nosotros, el gobierno de EE.UU., les debemos, como nuestros conciudadanos, una discusión más franca y honesta del problema..No es correcto para nosostros hacer juegos de palabras. Yo creo en llamar las cosas por su nombre».. A los pocos días, el embajador Evans tuvo una llamada de atención de la secretaria de estado Condoleezza Rice, y hace meses que se rumorea su inminente relevo como «castigo».



Su colega británica en Armenia, Thorda Abbott-Watt, al contrario, decidió apoyar plenamente la indiferencia del gobierno de Tony Blair, declarando el 20 de enero del 2004 durante una conferencia de prensa en la capital de Armenia «no creo que el reconocimiento de los sucesos (sic) como genocidio sea de gran utilidad». Curiosamente, a pesar de su falta de la más mínima cortesía diplomática, no fue expulsada del país.



El poderoso gobierno israeli es otro de los que temen al uso de la palabra en el caso de los armenios. En 1982, el gobierno del entonces primer ministro Menachem Begin trató de impedir la inclusión del genocidio armenio en una conferencia academica acerca del Holocausto. En Abril del 2001, el canciller israeli Shimon Peres fue más lejos, declarando «rechazamos intentos de crear una similitud entre el Holocausto y las aseveraciones (sic) armenias». La actitud del gobierno israeli causó protestas por parte de intelectuales judíos tanto en Israel como en el resto del mundo. Hasta entonces, armenios y judios, particularmente en la Diaspora, habían compartido un destino parecido y mantenían buenas relaciones. El especialista israeli en genocidios, Israrel Charney, escribió a Peres en estos términos : «Ud. ha traspasado un límite que ningun judío debería permitirse hacer..,como judío e israeli, estoy avergonzado».



Ni las máximas autoridades religiosas se atreven con la palabra. Durante su visita a Armenia en Septiembre del 2001, el papa Juan Pablo II acudió al monumento al genocidio, ubicado en un cerro de la capital Yerevan, pero no pronunció la palabra. Tampoco lo hizo su sucesor Benedicto XVI al recibir hace pocas semanas en el Vaticano el máximo líder de la iglesia católica armenia (minoritaria de rito oriental, puesto que la religión oficial del pueblo armenio, primero en adoptar oficilamente el cristianimo en el año 301, es la ortodoxa.



Los medios informativos, particularmente en EE.UU. y Gran Bretaña, insisten casi sin excepción en incluir una duda al referirse a «los masacres» y «las matanzas» de los armenios durante la primera guerra mundial, agregando que el gobierno turco «niega los hechos». Se imaginan algun medio de prensa internacional referirse al Holocausto y agregando «el gobierno iraní y el partdido neo-nazi niegan los hechos»? The Economist en Inglaterra y el New York Times están entre los más culpables. En el último caso, hay una ironía tremenda. En 1915, la primera noticia mundial del genocidio armenio fue justamente publicada por el NYT. La cadena de televisión pública PBS difundió la semana pasada un documental acerca del genocidio armenio, pero insistió en agregar un «debate» de 25 minutos al programa en donde dos historiadores armenios tuvieron que enfrentarse a dos negacionistas.



Lo curioso es que la misma palabra Genocidio fue inventada en 1944 por el jurista Raphael Lemkin, inspirado por lo que pasó a los armenios, y lo que padecían en ese momento los judios. Lemkin era un judío polaco emigrado a EE.UU. y combinó la palabra latina «genos» (raza» con la griega «cide» (matanza).



La posición del gobierno turco, aunque inaceptable, es comprensible hasta cierto punto, al no poder cambiar de un día para otro lo que se sostuvo durante 9 décadas. De hecho, mencionar como verdad el genocidio armenio es una ofensa criminal bajo la legislación turca, cosa que al parecer poco llamó la atención de los medios durante la solicitud de emprender negociaciones con la UE. Aunque el imperio otomano, perpetrador directo del genocidio, dejó de existir poco después de la primera guerra mundial, el gobierno actual no tiene ningun escrupulo en declararse su sucesor directo. En 1999, se celebró el 700 aniversario del imperio otomano. En Santiago mismo, hubo una cena para centenares de personas en el hotel Crowne Plaza, acompañado de un extenso programa cultural e artistico. Desde luego, no se mencionó el Genocidio.



En Chile todavía viven hoy dos sobrevivientes del genocidio, el Sr. Medzadour Antoyan y la Sra. Armine de Karahanian.



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Armen Kouyoumdjian. Periodista experto en defensa.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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