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Precio del cobre o quién le pone el cascabel al gato


Los datos son elocuentes: hace un año exacto el precio del cobre fue de 1,5 dólares la libra y ahora superó los US$ 3 dólares y asistimos a un deterioro persistente en el valor del dólar, desde $582 a $510; vale decir, en doce meses, el precio del cobre aumentó al doble y el tipo de cambio cayó un 12%.



La pregunta del millón es que sucederá con el precio del cobre en los próximos meses o quizás años y la respuesta es que tarde o temprano los precios volverán a ajustarse a la baja y el mercado volverá a equilibrarse con precios normales para el cobre y también para el dólar.



Es sabido que un tipo de cambio bajo afecta negativamente la competitividad de los exportadores y además que ganar un mercado externo significa el esfuerzo de muchos años para poder consolidar una estructura de clientes confiables a quienes abastecer de manera oportuna y segura.



Todo parece indicar que hemos llegando al límite bajo en el tipo de cambio, después del cual, las empresas exportadoras no tradicionales empezarán a cerrar, partiendo por el sector agrícola y siguiendo con las PYMEs manufactureras. La teoría dice que al disminuir las exportaciones, también disminuirá la demanda agregada y con ello caerá el producto, el empleo y esta menor presión por las divisas harán que nuevamente crezca el tipo de cambio.



En el intertanto, sin embargo, pueden pasar fácilmente dos o tres años y el precio del cobre lo más probable es que haya vuelto a bajar y el precio de la divisa partirá entonces, en sentido contrario, hacia las nubes. En esta situación de acomodo al nuevo equilibrio aumentará el consumo de bienes y servicios importados y el Estado podrá mantener una holgada caja fiscal. Por otro lado, los costos asociados a esta transición serán haber perdido importantes mercados de exportación y un equilibrio macroeconómico con menores niveles del producto y con mayor desempleo.



Lo que debemos hacer como país es ponernos luego de acuerdo para enfrentar conjuntamente y de manera pragmática el enorme shock de divisas externas que está significando el alto precio del cobre. Por el contrario y si no lo hacemos, estaríamos poniendo en riesgo nuestra propia estrategia de desarrollo, basada en el crecimiento de las exportaciones no tradicionales.



El Estado, por un lado, con una mirada de largo plazo, debiera comprometerse a no financiar con ingresos transitorios aquellos gastos que son de tipo permanente. En este sentido, es imperioso transparentar las cuentas asociadas a los ingresos tributarios extraordinarios, buscando crear un fondo en el exterior, cuyos intereses sirvan para financiar los programas sociales más urgentes. También sería oportuno enviar una iniciativa al Congreso para ampliar el margen autorizado del 30% que actualmente tienen las AFP para invertir en el extranjero.



El Banco Central, por otro lado, debiera aportar lo suyo entregando una señal importante de preocupación al mercado, ojalá definiendo un calendario de compras de dólares para el resto del año. Lo anterior, no significaría volver al tipo de cambio fijo sino más bien crear una política monetaria anticíclica que permita al país contar con niveles adecuados de reservas externas. De esta manera se quitaría presión al mercado cambiario y de paso se aseguraría una mejor cobertura de reservas para el país.



La política macroeconómica de corto plazo debiera poder alinearse con la estrategia de desarrollo de largo plazo elegida por el país. En este sentido es requisito ineludible que cuanto antes se logre una coordinación fina entre la política monetaria que ejerce el Banco Central y la política fiscal propiciada por el Gobierno. Aquí no sirve la metáfora del avestruz o esperar que sea el otro quien le ponga el cascabel al gato.



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Juan Carlos Scapini Sarradell. Director Ingeniería Comercial. Universidad Central.








  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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