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U. de Chile: Se desmorona un estilo, viene un cambio


Las cifras de la primera vuelta en las elecciones a Rector nos indican que viene por fin un cambio, una renovación, en la Universidad de Chile, y la noticia es relevante para el país. Llega a su término una gestión más bien amorfa, sin grandes ideas, con poca capacidad para implementar políticas coherentes, una administración adherida a un estilo obsoleto de florituras pintorescas y sonrisas falsas. Más allá de la valía personal de quienes han llevado adelante el gobierno universitario durante los últimos ocho años -académicos y académicas que se han esforzado en su empeño- lo que claramente parece no funcionar es el estilo de liderazgo.



Lo que a mediados del siglo XX fue funcional al éxito de la Universidad de Chile no lo es ya en el siglo XXI. Hace crisis hoy no tanto una rectoría sino más bien una manera obsoleta de ver el mundo que, al no encajar adecuadamente en el contexto real, va generando sin quererlo una corrupción en el uso del lenguaje -cada vez más retórico- y un cúmulo de pequeñas acciones dispersas útiles sólo en el contexto de un mercado negro de favores mutuos, todo ello dentro de una cultura cerrada y corporativa -cada vez más esotérica.



La carencia de ideas, la ausencia de iniciativas, no son bondades. Una autoridad que se limita a observar el deterioro sin atinar a hacer otra cosa que describirlo de vez en cuando a la manera de un comentarista deportivo, atenta finalmente contra la seguridad institucional. Ya se ven los resultados de esta peligrosa pasividad en el modo como somos tratados los académicos y las académicas: quizá los peor pagados del sistema universitario, hostigados cada vez que tenemos una iniciativa, sepultados por un fatalismo institucional lamentable, flotantes como trozos de nada en medio de la indiferencia. Peor aún, privados a menudo de nuestra dignidad, al hacérsenos creer que nuestra suerte depende de la arbitrariedad de pequeños jefes o aduaneros locales. Jibarización académica que desgraciadamente se traduce en murmuraciones en lugar de opiniones, etiquetas en vez de análisis, o simple vacío allí donde debería haber actividad creadora.



Si estamos en la Universidad de Chile es porque creemos en la universidad pública, en el pluralismo, en la libertad de expresión, en la transversalidad disciplinaria, en la dignidad académica. Pertenecemos a esta Universidad porque mientras las privadas compiten, la nuestra está llamada a colaborar. Porque no hay país desarrollado alguno que no tenga con sus universidades públicas una relación de apoyo y exigencia, de compromiso y lealtad, y porque queremos contribuir a rectificar la política universitaria ciega que ha seguido en los últimos decenios nuestro país. Estamos en la educación pública por un compromiso de fondo.



El proyecto renovador del profesor Víctor Pérez surge de estas y otras parecidas consideraciones. En pocas semanas su candidatura ha pasado de lo testimonial a empatar en votos con la fatigada maquinaria oficialista de la Universidad, a liderar la agenda de los temas que interesan en este momento, y a estar a la cabeza de un amplio rechazo de más del 60% de académicos y académicas que no quieren más de lo mismo. Pero mientras la tercera candidatura del profesor Riveros no tiene mucho de dónde conseguir más apoyos, habiendo caído su votación en 12 puntos porcentuales desde que fuera elegido por segunda vez hace cuatro años, la propuesta de Víctor Pérez ha tenido la virtud de modificar drásticamente el escenario, apareciendo como una opción atractiva para muchos académicos o académicas que sienten en carne propia la urgencia de un cambio de estilo.



Siendo natural un cierto trasvase de votos desde la candidatura del profesor Las Heras a la de Víctor Pérez, lo que se abre ahora es también un transvase de actitudes desde lo considerado imposible a lo que se siente hoy al alcance de la mano. El fatalismo -esa certeza de que todo va mal e irá peor porque así está escrito en algún libro sagrado- es un requisito indispensable para la mantención de cualquier viejo régimen. El fatalismo de nuestra universidad es profundamente conservador, y sobre él se edifican las actitudes caciquiles y el silencio de muchos académicos.



La invitación al cambio que hoy nos hace Víctor Pérez pasa por una maduración: en una universidad pública, tener opinión y expresarla es parte de lo que se espera de los académicos. El mejor trato para los académicos y académicas, el mejor trato que merece la Universidad, dependen en este momento no de factores externos, sino de nosotros mismos. Hemos de entender que nadie nos va a regalar la universidad que ahora viene, que no somos clientes o feligreses de nada, sino miembros del Claustro de la Universidad de Chile en plenitud de facultades, y que a nosotros soberanamente nos corresponde decidir el futuro. La participación, la transparencia y el respeto que nos propone el profesor Pérez son oportunidades pero también esfuerzos por hacer. No hay en nuestro camino ni purgatorios a los que estemos condenados ni cielos a los que vamos a ser transportados súbitamente.



Son estos los tiempos de un nuevo trato entre los académicos y la universidad, entre la universidad y la sociedad. Estamos a días de recuperar la Universidad de Chile, de iniciar una etapa donde todos, absolutamente todos, los miembros de la comunidad universitaria vamos a tener pleno derecho a un espacio y a las oportunidades para desarrollar dignamente nuestra labor. El antiguo estilo amiguista, retórico y pasivo se está desmoronando. Terminó el ciclo histórico de las maquinarias. Está en nuestras manos la posibilidad de dar inicio ya, dentro de unos días, a una etapa de renovación de la Universidad de Chile, devolviéndole su dignidad, su fuerza y su sentido histórico.



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Juan Guillermo Tejeda Marshall. Profesor Asociado Universidad de Chile

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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