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Eutanasia: sobre el fondo de un debate censurado


Una lástima. Ni siquiera pudo darse un debate parlamentario de fondo acerca de un marco legal para la eutanasia. Quedó claro que los parlamentarios pueden presentar un proyecto de ley, pero otra cosa es discutirlo. La espada de Damocles de la censura puede caerle encima y su trámite ser bloqueado por las movidas del operador delegado en las comisiones legislativas. Así se vacía de contenido la institución legislativa. Vestigios y sinrazones de un pasado autoritario que niegan un debate democrático necesario, abierto e instruido.



Ganaron los prejuicios oscurantistas y la política del avestruz. Perdió la razón democrática y laica que aconseja enfrentar los problemas complejos, preparar los debates, informar a los ciudadanos, deliberar con ellos y legislar conforme a la voluntad general.



El liberalismo filosófico, sin embargo, contribuyó a afianzar la idea del individuo soberano, libre de elegir, propietario de su cuerpo y del fruto de su actividad corporal sobre la naturaleza. El trabajo humano como fuente de la riqueza. Mi cuerpo, mi trabajo, mi propiedad y la transparencia en los contratos, diría John Locke (1632-1704), liberal y demócrata consecuente para su época.



La derecha chilena se quedó pegada en un liberalismo trunco: menos Estado, más mercado (interés obliga). ¿Y la libertad individual? Cuando les conviene. En filosofía liberal repiten el ramo cada vez que rinden examen. En doctrina profesan un cóctel ideológico compuesto de las creencias del fundamentalismo integrista cristiano: castigar el cuerpo, gozar con la acumulación de la riqueza (signo de la ‘gracia’) y sublimar en la divinidad.



El progreso de la modernidad y el desarrollo vertiginoso de las tecnologías médicas imponen la discusión sobre la muerte buena. Acerca de la posibilidad y las condiciones de ponerle término a la vida en casos extremos, de manera digna. Puesto que se trata de mi vida.



Hay consenso que los valores éticos superiores que guían la reflexión legal sobre la eutanasia y su debate en la sociedad son preservar la dignidad y el valor de la libertad de la persona cuando el cuerpo es sólo una gran herida. Cuando el sufrimiento o el estado vegetativo impiden los estados de consciencia del sujeto en el mundo.



Estamos hablando de la vida humana de hombres y mujeres, incapacitados por la enfermedad de relacionarse con los otros y cuyo cuerpo abandonó la vida humana para transformarse muchas veces en objeto de encarnizamiento terapéutico. La vida humana es la historia social de cada Ser y de sus afectos que constituyen su identidad subjetiva. El cerebro -una conquista de la humanidad- posibilita, la sociedad nos constituye. Bien lo sabe el torturador que busca destruir la humanidad que llevamos dentro.



La libertad del ser social individual se expresa en la posibilidad de escoger la muerte digna y autorizar en condiciones excepcionales la ayuda activa para morir en un marco estrictamente definido.



Negarse al debate significa optar por permanecer en una arbitrariedad sospechosa y desconocer los avances de la reflexión en otras sociedades.



Al no abrirse el debate público, sano e informado, se está optando, sin decirlo, por la opacidad de las prácticas eutanásicas. Estas son, diga lo que se diga, una realidad.



En países con profundas desigualdades sociales las prácticas eutanásicas, sin reglas transparentes, pueden ser el resultado soterrado del peso del poder de la comunidad de los profesionales de la salud en interacción con algunos familiares, conyugues o allegados que generalmente se sustituyen a la voluntad del enfermo. Sin olvidar que en esos países los médicos pueden ser acusados de eutanasia. Arbitrariedad y abusos van de la mano con la opacidad de las prácticas.



Es el entorno quien muchas veces, sin desearlo, se sustituye a la voluntad del paciente y ser querido y prolonga al mismo tiempo sus tormentos en nombre de una ficción que es la vida en el más allá. Cruel destino de algunos; transformarse, en nombre de una compasión mal comprendida, en administradores de la vida de los seres amados.



El ideal humanista es entregarse a la paz después de abandonar el cuerpo sufriente rodeado de amor y cariño. Pero hay casos en que la duda asalta: ¿no estamos pensando más bien en nuestro ‘confort moral’ en vez de escuchar la voluntad reiterada del enfermo cuando éste pide ayuda activa para poner término a su vida de manera digna? Éstas y otras situaciones deben ser debatidas y eventualmente contempladas en una ley sobre el tema.



La ausencia de una ley de eutanasia conduce a situaciones confusas, hipócritas y a veces dramáticas para el paciente, su familia y para el cuerpo médico y de cuidados.



En sociedades donde el debate ha sido dado, se exige que la ayuda activa para morir esté estrictamente enmarcada en un protocolo para casos de fase avanzada o terminal de una enfermedad incurable o de un estado de dependencia incompatible con la dignidad. En Europa, un 75% de los ciudadanos está de acuerdo con legalizar la eutanasia. Negar el debate es postergarlo.



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Leopoldo Lavín Mujica, Profesor, Departamento de Filosofía, Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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