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Derogar la LOCE


Salvador Allende decía que ser joven y no ser revolucionario era una contradicción biológica. Hoy todo indica que tras la frustración de múltiples negociaciones parlamentarias y de gobierno, tras fracasados intentos de movilización social en años anteriores, son los jóvenes escolares los llamados a catalizar los grandes cambios que desde hace años todo el país reclama en el área de la educación.



La evidente frase de «transformar este conflicto social en una oportunidad», ya es un lugar común. El tema en realidad es que en una sociedad políticamente madura todos quieren lograr lo mismo, por lo que debemos definir que entendemos por «oportunidad».



En una rápida y primera «evaluación de los daños», J. J. Brunner ha planteado los aspectos, para él, centrales de los cambios a realizar. Sin embargo, parece olvidar que fue él mismo quien impulsó el actual proceso en crisis, y hubiese sido sano una mínima autocrítica a esa gestión antes de proponer nuevas iniciativas. En realidad, hoy lo importante es, a partir de la capacidad de instalación del tema educacional que ha tenido el movimiento secundario, y que fue más allá de demandas económicas, involucrándose directamente en los orígenes de la desigualdad, establecer cuál es la reforma educacional que requiere nuestra sociedad.



El fin de la LOCE es sólo la primera definición de lo que vendrá, y ese debiera ser el piso sobre el que definamos las prioridades de los cambios que queremos en la educación. La «oportunidad» debe definirse a partir de esta premisa establecida por los escolares, y para la que ganaron la simpatía de todos los sectores sociales.



Desde la recuperación de la democracia, sin duda, se ha logrado una mayor cobertura escolar, más infraestructura y mejores condiciones laborales pera los profesores, sin embargo nunca en dieciséis años los gobiernos de la Concertación han logrado enfrentar los cambios profundos que requiere el sistema. Demás está señalar la directa relación que esta crisis tiene, en términos generales, con la desigualdad e inequidad en la distribución de la riqueza de nuestro país, de los más in equitativos de Latinoamérica. La ineficiente gestión escolar es otra de las más evidentes herencias de la LOCE.



Si alguna vez ha tenido pleno sentido hablar de un «problema país» este es el momento, y todos los actores sociales deben tener la ocasión de poner su sello en la nueva reforma educacional que se inicia. Pero es el Estado quien tiene la oportunidad y el deber de encabezar el proceso de reforma recogiendo las distintas visiones.



Como en todas las «oportunidades» en esta se inicia una disputa por la definición de su orientación. La derecha ya ha centrado sus fuegos en la defensa de la famosa frase de la LOCE: «El Estado tiene el deber de resguardar especialmente la libertad de enseñanza», minimizando así el rol del Estado y negando el rol democratizador de la educación, pero además, tal como han señalado varios diputados, de esta forma queda subordinado el derecho a la educación al falso principio de la libertad de enseñanza. Terminar con esta subordinación llamada LOCE e impuesta por la dictadura entre gallos y medianoche, abre las puertas a que el estado asuma su rol de garante de la equidad en la educación, iniciando así el camino del fin de la desigualdad y la segmentación. Eso es lo primero, la condición sine qua non si se quiere de verdad llevar adelante una reforma que apunte a terminar con la vergonzosa situación actual en el plano de la educación.



No nos engañemos entonces, la responsabilidad de lograr a lo menos la derogación de la LOCE es sin duda del estado, pero particularmente del gobierno; no obstante, por la forma como se han desarrollado las cosas en los últimos años, tenemos el legítimo derecho a ser desconfiados y a pensar que sólo se harán esfuerzos por dar migajas a los estudiantes para luego poder seguir administrando este modelo que tan «mal educados» a hecho a unos y tan ricos a otros.



Una lección evidente que ya se puede sacar de los actuales acontecimientos es que no se puede administrar eternamente la herencia de la dictadura sin pagar los costos. Es efectivo que no se han tenido los votos en el parlamento, el binominal lo ha impedido como en tantos otros ámbitos, sin embargo esa también es una deuda de la Concertación. Ha sido su forma de enfrentar la transición lo que esta en crisis.



Finalmente también es evidente que los jóvenes de hoy, son hijos de la democracia, que exigen y exigirán un estado de derecho y un país realmente integrador, que establecen formas de organización más horizontales, que toman y respetan las decisiones de sus asambleas y que dan lecciones de unidad y articulación en pos de intereses propios y nacionales, con una sincronía que llama la atención. Tal vez formas nuevas de vivir «lo político y lo social».



Estudiantes secundarios de Chile, estamos con ustedes; pero más que eso, sólo confiamos en ustedes.



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Gonzalo Rovira. Ex dirigente de la FECH

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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