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Valparaíso Vals, la última escultura coreográfica de Gigi Caciuleanu


Con el estreno de Valparaíso Vals en el Teatro de la Universidad de Chile, salió en todas las columnas culturales del país la declaración del coreógrafo Gigi Caciuleanu cuando le preguntaron de donde había sacado la inspiración para esta nueva creación:
Cuando por primera vez me encontré en Valparaíso tuve un sueño con los ojos abiertos: tener en esta ciudad con mil espacios un espacio de danza, una suerte de cabaret poético y cuando por primera vez escuché cantar a Isabel Aldunate en el Mesón Nerudiano de Santiago sentí un fuerte deseo, bailar sus canciones.



De ahí a combinar este sueño con el ritmo de vals que en varias oportunidades Caciuleanu había definido como su favorito, quedaban solamente tres pasosÂ… Esto junto con la energía sensual del Banch, la voz inconfundible de Isabel Aldunate, el talento del pianista Dante Sasmay y el guitarrista Osiel Vega, y la escenografía pintoresca de Dan Mastican, no podía resultar sino en una creación seductora (por el compás del vals) y asombrosa (por la imaginación del coreógrafo).



Con sus producciones anteriores, Gigi Caciuleanu nos había convencido repetidamente que la coreografía no es ni un fin en sí, ni una demostración gratuita de las proezas técnicas de los bailarines, sino un componente del espectáculo, indisociable de los otros. También mostró en varias creaciones que existe un punto de encuentro innegable entre la danza y la escultura. Y si algunos definieron a Valparaíso Vals como «cabaret poético», es importante subrayar que tal definición deja de lado uno de los factores fundamentales del proceso de creación coreográfica de Caciuleanu.



En su libro Viento, Volúmenes, Vectores, publicado por la Universidad de Chile en 2002 – y desgraciadamente poco conocido fuera de los círculos de «especialistas» del tema -, Caciuleanu apunta que el instrumento del cual dispone bailarín para expresarse es su propio cuerpo, pero un cuerpo que sobrepasa y transciende su existencia física o anatómica, que denomina Cuerpo en Estado de Danza (CED) y define como: un conjunto de VOLUMENES (corporales) que se desplazan sobre trayectorias precisas y controlables (VECTORES), dentro de un sistema de otros volúmenes (espaciales) llevados por el VIENTO (fuerza en acción) de varias energías en continua transformación, que son el resultado de la búsqueda de expresión artística en varios niveles como el dinámico o energético, el poético, el psicológico y el filosófico.

En ese mismo estudio, Caciuleanu desarrolla la metáfora del «cuerpo nave» («el cuerpo humano entre el viento y el agua»), asimilando la parte delantera del cuerpo a la proa («la dirección del progreso personal, de las proezas, del coraje, de la voluntad y del deseo de ir siempre más lejos») y la parte trasera a la popa, como punto donde se juntan las «energías exteriores que favorecen el avance y el progreso». El cuerpo está atravesado por energías que se transforman, y la danza se convierte en «el arte de dominar, utilizar y canalizar estos juegos de transformaciones de energía».



Las producciones anteriores de Caciuleanu ya nos habían familiarizado con esa metáfora, ilustrando la predilección del coreógrafo por el cultivo del punto de desequilibrio del «CED», y también su gusto por la magia de la reiteración. Pero Valparaíso Vals, con su contexto porteño, sus figuras de proas y sus reminiscencias nerudianas, traduce aún mejor su fascinación insaciable por el movimiento inter-espacial que permite transformar la carga emocional en acción dinámica.



Según Caciuleanu, «el cuerpo está continuamente sujeto a un juego de suspensiones y caídas, marioneta suspendida entre cielo y tierra», y es exactamente la percepción que tiene el espectador frente a Valparaíso Vals. Son estos mismos juegos de suspensión y caídas, asociados a la escenografía multifacética de Mastican y la voz de Isabel Aldunate, que nos transportan de los barcos errantes a los rincones más románticos de los cerros, pasando por los bares de mala muerte, y permiten que Valparaíso Vals nunca caiga en la nostalgia barata ni en el sentimentalismo fácil que el mismo tema podría engendrar.





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Sylvie Moulin. Académica, cronista y coreógrafa.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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