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Venezuela, EEUU y el Consejo de Seguridad de la ONU


En todos los temas mayores -Comunidad Europea, China, Rusia, India- la política exterior de la actual administración estadounidense, manifiesta problemas de sensibilidad y ajuste de foco. Esta observación ya es lugar común en el comentario político, incluyendo al Congreso de los EEUU.



Es probable que en la dimensión de esas latitudes, la desprogramación del mundo bipolar aún no encuentre el escenario político para los ajustes de un nuevo orden mundial. Hay marcados desequilibrios en la balanza del poder, dispersión y fragmentación. Cuando se han utilizado herramientas con predominio de la lógica binaria y antagónica del mundo bipolar para resolver conflictos, es difícil analizar, y más aún, encontrar ese nuevo orden. Algo que por ahora parece ser sólo una quimera. Se ha demostrado además, que la lucha internacional contra el terrorismo, la insurgencia y la desestabilización de los estados, además de la ampliación de las zonas de libre mercado, son insuficientes para constituir un eje, en el reordenamiento de la política internacional.



A esta situación se le debe sumar un multilateralismo aún en receso, que no es responsabilidad de la ONU como organización, sino que es una falla directa de los países. Los países – todos los que forman el organismo en su núcleo político- aún no reaccionan del golpe recibido con la invasión-ocupación a Irak. Si lo han hecho, ha sido en forma aislada e imperceptible.

EEUU y su política exterior, por su parte, tampoco se recuperan de este golpe, incidiendo en un marco de relaciones internacionales descompuesto. A partir de 2003, todo es bilateral, fragmentado, inclusive la propia Comunidad Europea, la unidad política mundial por excelencia, ha titubeado en mantener una postura única y sólida en el tiempo respecto a no repetir en Irán, la aberración política de invadir Irak.

Esto ha quedado en evidencia a partir de las resoluciones de la última Asamblea General de la ONU de septiembre de 2005, en donde se constató la falta de sustancia política y un mandato que proyectara el esquivo nuevo orden internacional. También se observó el fenómeno en el cruce de agendas en las reuniones comerciales de Doha, en donde no se puede esquivar el bulto del problema político, cuando se adoptan decisiones comerciales.



Sin embargo, si hay algo que los que asesoran a la Casa Blanca han comenzado a comprender es la virtual imposibilidad de propagar democracia y gobernabilidad (a la occidental), bajo un contexto de equilibrios políticos internacionales destruidos, y una persistente pérdida de confianza por parte de una mayoría de países en los códigos, e instituciones que intervienen en las negociaciones.



En un mundo que aspira a ser más interdependiente, estos equilibrios y confianzas, resultan ser esenciales, y la recuperación de estos elementos es lenta, si la hay.



Pero América Latina es harina de otro costal. Aquí , los EEUU funciona como si la región le perteneciera, y de pronto aparece Venezuela con Chávez y petróleo, más las aspiraciones de otras naciones por lograr grados razonables de autonomía en su política exterior. Después de los equilibrios destruidos por lo de Irak 2003, ¿cómo restaurarlos en favor de los EEUU, en una región que nunca los ha conocido?



En el circuito regional, donde Estados Unidos hace aplicar su centenaria supremacía. Los países en América Latina por lo general tambalean, y los que se acoplan directamente con este «big brother», acuden al dictamen de que hay intereses nacionales para proteger.



¿Alguien le preguntó a la gente de esos países cuáles son los intereses nacionales para proteger? La política internacional es la caja más negra y más cerrada de las políticas públicas, no sólo de Chile, sino que de muchas otras partes del mundo, y los gobiernos hacen poco para erradicar la situación.



Por otro lado, es estéril dimensionar que aproximadamente 200 países, en el mundo, puedan formar una política internacional en torno a los imperativos de la defensa u expansión estadounidense. Asimismo es bizarro pensar que el circuito más próximo, América latina, debería reacondicionar sus políticas exteriores en torno a la política hegemónica de los Estados Unidos.



Irakizar la discusión sobre Chávez o construir una conducta internacional autónoma



La aspiración venezolana para ocupar un lugar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, hoy por hoy la cúspide del poder político internacional, en el sentido de ser el sitio donde se discuten las decisiones clave de fuerza, es un tema regional. El problema de apoyar o no a los EEUU en impedir que Venezuela materialice su aspiración de llegar a ese lugar, no le está sucediendo solo a Chile.



El áspero camino de obtener algunos grados de autonomía en la conducta exterior, como una condición sine qua non en la madurez de un país, se ha visto plagado de opiniones impositivas para que Chile adopte determinada conducta, particularmente desde un sector de medios masivos.



En la cobertura editorial de los diarios más acoplados con el poder financiero local e internacional, se expresó un rotundo mensaje: hay que apoyar la posición de los Estados Unidos, y descartar cualquier opción de que Chile aparezca apoyando la aspiración venezolana, porque se estaría en contra de los intereses de la nación.



Desde la invasión a Irak 2003, este debate ha sido impositivo, aplicando una visión cerrada, más que estimulando la mirada en un amplio abanico de posibilidades. Lo que se constata es que el debate (en Chile) está reducido a un grupo de elite, donde la exclusión es enorme, demostrando cada vez más que la política internacional no es un asunto ciudadano.



Este enfoque es similar al adoptado cuando el gobierno de la Concertación debatía entre apoyar o no la invasión a Irak. Los mismos medios sostenían entre otras cosas que Irak sí tenía armas de destrucción masiva. Paradigmático es el artículo en Revista Capital de marzo 2003, respecto al «cuento de tío», reafirmando que Irak tenía las armas. El argumento se centraba en que al ser EEUU nuestro principal aliado, y donde descansaba gran parte del futuro comercial del país, Chile en consecuencia debía apoyar la invasión. Hoy aparece el mismo argumento.



Con la reducción del debate de apoyar a Venezuela (Chávez), o a los Estados Unidos, no se juega una posición política de corto o largo plazo, con determinados países. Lo que está en juego es una visión del nuevo escenario para reconstruir los equilibrios en la balanza del poder internacional y de esas nuevas confianzas, que no se resuelve solo con acuerdos comerciales, o con balanzas de pagos sanas. Las recompensas económicas no pueden transformarse en bases de principios políticos internacionales, aunque la política parezca subordinarse a la economía.



A EEUU no lo rodea un poder del tipo hegemónico que le esté disputando la supremacía global. Reconocidamente, la agenda antiterrorista, la expansión de democracias a ultranza, conjuntamente con promover los tratados de libre comercio, forman un contenido muy pobre para una agenda internacional que debe abordar problemas más amplios y complejos.



El aparente antinorteamericanismo de Venezuela es circunstancial. En la medida que los EEUU reordene sus prioridades internacionales en función de necesidades multilaterales y con propuestas claras para reconstruir los equilibrios en política internacional, en un verdadero marco de integración, el antinorteamericanismo de muchas naciones disminuirá o desaparecerá, tal como ocurría en la época de Bill Clinton. Más aún, en medio de Vietnam, en la época de John F. Kennedy, no existía los anticuerpos hacia la política exterior de los Estados Unidos, como los que predominan hoy.



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Juan Francisco Coloane, analista internacional.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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