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El debate ético/moral y la protesta estudiantil


La movilización de los estudiantes secundarios cuestionando las bases mismas del sistema educativo implantado hace una y media década ha repuesto sobre la mesa, de una manera insospechada, la llamada ‘agenda valórica’ -con la cual el Gobierno ha dado probadas muestras de sentirse incómodo, forzado a dar definiciones para las que no tiene o no quiere dar respuestas. Sobre todo porque para la expresión mediática y los políticos más conservadores, aquélla ha sido recluida al aborto, la eutanasia o las uniones entre homosexuales.



Con unos niveles de perseverancia, consistencia y cohesión que ya se los quisieran otros sectores sociales, los secundarios no sólo han generado la primera fricción del Gobierno con la ciudadanía (esa misma que Bachelet aseguró sería una piedra angular de su administración), sino sacado a la política y a los políticos de su modorra invernal -forzando a una y otros a extraer de sus baúles con naftalina unos conceptos en desuso.



Que no de otra cosa -sino de principios y valores- se trata en lo esencial la movilización de los estudiantes cuando demandan derogar la legislación que entre gallos y medianoche instauró la educación ‘municipalizada’, pero también revisar el marco doctrinario que ensanchó las brechas al interior de una educación ya deficiente -alimentando varios de los paradigmas que caracterizan hoy a nuestra sociedad, entre ellos su inequidad y una educación inferior incluso frente a países con menor ingreso per cápita.



El movimiento de los estudiantes ha forzado al Gobierno no sólo a reforzar -de una manera impensada e indeseada- la llamada ‘agenda valórica’, sino que ha insuflado aires nuevos y refrescantes a un debate político mediocre y no pocas veces frívolo. De paso, también ha entreabierto un atisbo de esperanza para una sociedad adormilada por el consumismo, el individualismo y la falta de solidaridad. En el sustrato de sus demandas, los jóvenes repudian una visión de sociedad (ésta) que no sienten suya. Su rechazo a un modelo que hizo de la educación un lucrativo negocio, contiene anhelos, utopías no sólo de ‘algo mejor’, sino que esencialmente distinto. Y el respaldo mayoritario que ello ha generado demuestra que no todo está perdido; que nuestra sociedad aun alberga sueños, que comienza a despertar de su letargo y a asumir una actitud mas activa.



Tras el ‘happening del desnudo’ perpetrado por varios miles de santiaguinos(as) hace unos años; de la masiva difusión de imágenes por los medios informativos y de los programas dedicados a un episodio que para muchos representaba una suerte de hito de las ansias de libertad reprimidas, nuestra sociedad pareció que finalmente comenzaba a despercudirse de esa pacatería tan nuestra como anquilosada. Incluso algunos políticos aplaudieron esa manifestación como un ‘ejercicio espontáneo de libertad’.



Pero nada parecía haber cambiado cuando el croar político/partidista impidió siquiera debatir -que a fin de cuentas de eso se trataba- el tema de la eutanasia en Chile. Porque no sólo no hubo discusión, sino que se la acalló, acudiendo a la coacción, la amenaza, la presión o el ejercicio de las órdenes de alineamiento partidario. Todo ello, con un inevitable tufillo autoritario.



Daba lo mismo el tema. Este podía radicarse en la esfera de lo moral (la reposición del aborto terapéutico, como se intentó frustradamente hace un tiempo, o la legalización del consumo de la marihuana). O anidarse en el más intrincado ámbito de la ética: ¿Por qué continúa impertérrita una ley reservada que destina a las Fuerzas Armadas recursos que equivalen a mucho más que a los miles de viviendas sociales que el Gobierno ‘sacrifica’ para satisfacer parte de las demandas estudiantiles? ¿Hay el suficiente consenso ciudadano como para continuar elevando el gasto en Defensa a los más altos niveles del continente, mientras las familias afectadas por el último sismo del Norte Grande continúan viviendo en la calle? También fue una interpelación ética la propuesta de la Ministra de Defensa de destinar parte de los ingresos del cobre a ayudar al misérrimo pueblo haitiano -prontamente desautorizada por su colega de Hacienda, quien con una pizca de arrogancia y otra de autoritarismo le recordó que ‘las platas las manejo yo’.



Si en los dieciséis años previos aquello no pudo ser porque la inexistente mayoría político/parlamentaria o los frágiles equilibrios políticos del momento lo impedían, un cuarto gobierno concertacionista electo porque (Ä„al fin!) serían escuchados los ciudadanos (as) parece demostrar en los hechos que continúa considerando a la sociedad inmadura para debatir ‘temas valóricos’, sean éstos éticos o morales.



De otro modo, tanto o más pertinente que comparar el costo de las demandas estudiantiles con las viviendas sociales que dejarían de financiarse, sería hacerlo con los tanques, los submarinos o los F16 recién comprados. Porque en definitiva eso es lo que connota el movimiento de protesta estudiantil: Lo han dicho Bachelet y su gabinete: dado que los recursos son limitados, quizá sea el momento de permitir que la sociedad chilena debata, escoja y defina. Por ejemplo, si conviene mejorar la educación o seguir financiando (en una espiral ‘modernizadora que, por lo demás, nadie tiene claro dónde concluye) la adquisición de más equipamiento bélico. Sería un buen comienzo para ejercitar nuestra ‘madurez intelectual’.



Nelson Soza Montiel. Periodista y Magíster en Economía.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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