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Tres millones de cobardes


Uno



La televisión ha quedado encendida después de ver las noticias de la mañana. La tengo como música de fondo mientras ordeno papeles y muevo libros de un estante a otro. Es música de fondo desafinada: tres conductores y un periodista del programa «Gente como tú» de Chilevisión han conformado un tribunal público y a esta hora están enjuiciando a un hombre por la muerte de su padre. El padre ha muerto devorado por una veintena de perros. El hijo intenta relatar su tragedia dentro de la tragedia mayor. Que está cesante, que tiene depresión. Que tantas cosas. Pero la pauta del programa indica que ya es tiempo de cambiar de tema. Y es ahí donde la música de fondo empieza a oírse más desafinada.



Es ahí cuando abandono el orden de mis papeles y escucho y miro el segundo tribunal público de esta mañana. Están presentando el caso de una mujer que ha intentado suicidarse once veces. Ese es el titular escrito en la pantalla por el generador de caracteres, voceado y remarcado como la portada de un diario: On-ce-ve-ces.



La mujer está acompañada de una periodista que ha hecho el enlace con el estudio y por una doctora. Comienza el acoso a la mujer con depresión endógena y trastorno de la personalidad, según el diagnóstico médico: que por qué lo ha hecho, que cómo lo ha hecho (a qué métodos ha recurrido), hasta que llega la nota más desafinada interpretada por el conductor de apellido Caprile:



Yo creo que tú has sido cobarde, le dice a la mujer.



Y lo repite.



La palabra cobarde queda retumbando en mi cabeza. ¿Qué habrá sentido esa mujer? ¿Se habrá preguntado qué hago aquí; para qué me invitaron? No sé si se hace estas preguntas pero sí veo que van a comerciales y el asunto queda ahí.



Ahí y sólo ahí.







Dos



Busco el sitio web de Chilevisión y envío al instante un correo de reclamo destinado al programa «Gente como tú». Nadie responde.



Llamo a la oficina de relaciones públicas del canal y envío un correo, con un segundo reclamo. Hasta la una de la tarde nadie responde.



Sigo pensando en la mujer enferma que ha sido tratada de cobarde y en el 24 por ciento de chilenos que sufre distintos grados de depresión. La cifra también me retumba en la cabeza: más de tres millones de chilenos *.



Llamo nuevamente al canal y pido hablar con el editor responsable del programa. Me explican que el programa es realizado por una productora que hace otros programas para Chilevisión.



Supero la etapa del telefonista agresivo que me informa que no me puede dar ni el nombre ni el teléfono del editor porque no me conoce. Me identifico. Soy Verónica San Juan, digo, pero para él no soy nadie. Nadie, entre el universo de modelos, futbolistas y animadores de televisión. Finalmente logro hablar con una funcionaria de la productora que me da su correo electrónico para que envíe mi reclamo.



Comento con un periodista de un diario lo que he visto por la mañana en la televisión. Lo comento del mismo modo que comento asuntos de la vida pública con mis amigos periodistas. Este es un asunto de la vida pública.







Tres



Por la tarde recibo un escueto correo de la productora. Necesitan mi teléfono.



A las cinco de la tarde camino junto a mi madre por la Plaza de Armas de Machalí, el pueblo donde vivo. He venido a dejar las fotografías que tomé de los estudiantes del Liceo de Machalí, en sus trece días de toma. Pero no alcanzo a entrar al almacén Italia que es atendido por uno de los dirigentes estudiantiles. El editor del programa «Gente como tú» está llamando.

Asume que hubo un error de parte del conductor de apellido Caprile, dice estar de acuerdo conmigo, pero también desea que yo asuma que los programas en vivo son así. Yo no asumo.



Intento hablar de la responsabilidad de las opiniones emitidas a través de un canal de televisión, especialmente en el caso de personas vulnerables. Parecemos estar de acuerdo, pero es sólo una apariencia. El editor está molesto porque he llamado al periodista de aquel diario. No le gusta tampoco que haya llamado a Chilevisión. No le gusta nada de lo que he hecho. Y qué me importa si no le gusta, le digo. ¿O es que tenía que pedirle permiso a alguien para ejercer mi derecho de opinión?



La conversación dura alrededor de treinta minutos.



Continúo mi caminata por la Plaza de Armas de Machalí. Camino junto a mi madre y voy a visitar a Don Nono, el señor de los helados. Reímos, nos regala un helado a cada una. Un helado de pistacho.



Mientras nos devolvemos por la Avenida San Juan recuerdo la cara de la mujer con depresión que ha sido acusada de cobarde, y me quedo pensando en los más de tres millones de «cobardes» que circulan por Chile.





*Según el estudio de la Superintendencia de Isapres publicado en mayo de 2005.



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Verónica San Juan. Periodista.










  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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