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La derecha chilena y su raíz golpista


La revisión de estos cien días fue precedida – reconocidamente- por el período de mayor convulsión social en los cuatro gobiernos de la Concertación. Las tensiones políticas anteriores desde que terminó la dictadura militar, correspondían a graves fricciones entre la cúpula militar y el gobierno de la Concertación. Era el tiempo cuando el ahora ex general A. Pinochet, comandaba los remanentes de poder del bloque militar-derecha política, que aún tiene vigencia.



A la reciente demanda estudiantil, se le agrega una apocalíptica exigencia por un cambio de gabinete ministerial, acompañada por movilizaciones sociales bajo la égida de los derechos ciudadanos. Esta idea proviene principalmente de la oposición que forman mayoritariamente los dos partidos principales de centro-derecha, y de derecha. Sin que medie ningún intento de diálogo político en estos primeros cien días, la derecha ha demostrado que el estilo beligerante y golpista de los que apoyaron el régimen militar no se ha erradicado. Hay que enfatizar que esta derecha se «colgó» al movimiento estudiantil, omitiendo que la raíz del problema educacional -el ajuste económico con privatizaciones a ultranza – fue implantada por ella, en los años 80.



Las demandas coinciden -no es accidental- con una estrategia de comunicaciones amplia y coordinada en alianza con empresas de encuestas de opinión ensambladas en un subrepticio «frente anti Michelle Bachelet», que finalmente explotó. Aunque hasta hoy, casi nadie se atreve a asumirlo en público, este frente se había construido antes de que asumiera. Por subjetivismo, desidia, falta de visión, por la razón que fuere, estaba allí incubándose peligrosamente. Hoy ofrece una faz que parece política, y no es más que la vuelta atrás: la degradación de los asuntos públicos. Se pensaba que había habido un progreso en esta asignatura, pero éste es sólo en tecnología, y en maquillaje ultrasonido.



Encabezada por los grupos económicos y políticos del pinochetismo ortodoxo, la campaña se refuerza también por actitudes provenientes del ubicuo espectro de beneficiados de un sistema político de cuestionada representatividad. En el fondo, los que han negociado y montado por más de una década, la plataforma de gobernabilidad que mantiene al país con varios focos críticos de problemas, no están en condiciones – o no desean hacerlo porque también pierden poder- de comenzar la verdadera reingeniería política que facilite la distribución del poder, que es el tema central.



Lo que puede sorprender hasta cierto punto, es la aceleración para montar la actual coyuntura. Si se aplican coordenadas del espectro internacional, la actitud de una oposición de derecha embistiendo a un gobierno que apenas asume (y con Presidenta socialista), calza con el clima internacional de anarquía e incertidumbre que tan buenos resultados les ha dado a los neoconservadores en la conquista de espacios de poder.

El neoconservadurismo no lleva sólo la marca de fábrica de los EEUU, sino que adquiere sus propias fisonomías en España, Italia, Gran Bretaña, Alemania, y hasta en partes tan distantes como lo son Chile, las Filipinas e India. El fondo de la idea es el mismo: mantener el status quo económico y político sacramentado en el ajuste económico de los años 80.



El detonante: Sentar las bases de un estado de bienestar moderno



Hay una frase en la revisión de estos primeros cien días de gobierno, que parece haber sido el detonante de toda la carga de presión desestabilizadora de los oponentes de derecha al gobierno. Por primera vez en los cuatro gobiernos de la Concertación se planteaba sin ambages la necesidad de «sentar las bases para un estado de bienestar moderno». (Documento Oficial 16 de junio). Nadie, en sus cabales, lidiando con una derecha en ascenso, y en el marco político heredado de una virtual «cohabitación de gobierno» con los grupos económicos (como funcionó la administración anterior), podía atreverse a un planteamiento de «sentar las bases de un estado de bienestar moderno».



En los gobiernos anteriores se habían destacado solidaridad, reducción de la pobreza y las desigualdades, el desarrollo sustentable con equidad, y todo el menú adaptable del eclecticismo progresista para avanzar sin romper la barrera del cambio estructural. Ahora, en el discurso estaba todo esto, pero encapsulado en una frase – bases de un estado de bienestar moderno- que para los partidarios ortodoxos del ajuste económico, era como una «declaración de guerra»



Acabar con el binominalismo es un punto clave en esta instancia de crear esas bases, de allí la obstinación de la derecha para oponerse a ese cambio. Cuando no se admite que el ajuste estructural de los años 80, destruye el corazón ético del liberalismo: o sea su «estado» de bienestar, y cuando precisamente desde las mismas fauces del país modelo del ajuste como Chile, surge la necesidad política de rectificar ese ajuste, algo falla en la médula del liberalismo chileno, o es que nunca existió.



En el intento, la declaración de principios apunta a formar un estado de bienestar moderno sin cambiar la esencia del sistema. Es un compromiso realista de neo- keynesianismo funcional a las condiciones actuales del sistema financiero. Sin embargo, la carga ideológica del concepto, ha superado el umbral de tolerancia de una clase política – la derecha- que lo único que ha hecho después de la dictadura, es impedir la rectificación política y social.



Por su parte, los partidos que componen la coalición de gobierno, han acudido a destiempo a proteger su gobierno. Este a su vez, en un régimen presidencialista, en el fondo no dispone de los medios de transformación, condicionado por una constitución hecha para gobernar en dictadura y mantener el status quo. Estos movimientos políticos en contra del gobierno confirman que la reforma constitucional fue insuficiente, y se transforma en una carga mayor para la actual administración.



En el gobierno ha habido osadía, y aunque todo pueda quedar en el diseño por la obstinación de la derecha, la apertura de una agenda está allí. Por lo menos es un intento de salir de la reclusión impuesta por la prudencia autoritaria del período anterior.

Pero este es un dilema de la población en general. Si la agenda se abrió, la oportunidad para entrar en ella existe, y ese derecho también, para debatir al menos esa frase de «sentar las bases de un estado de bienestar moderno».



Para la derecha perder una cuarta elección podría ser, pero aceptar otra vez un «estado de bienestar» aunque sea moderno y pos neo keynesiano, habría sido y es demasiado.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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