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La volatilidad y caída de las cotizaciones internacionales


Para explicar la gran volatilidad y la reciente caída de las cotizaciones bursátiles y de los precios internacionales de materias primas en las últimas semanas, el Banco de Pagos Internacionales (Basilea) ha echado a correr una nueva teoría, que rápidamente ha ganado adeptos tanto en la prensa como en los organismos financieros internacionales. Según ésta (véase el informe trimestral de junio), los recientes altibajos de las divisas, cotizaciones y precios se deben a que los inversionistas financieros han perdido su «apetito al riesgo» y buscan ahora títulos más seguros y de mayor «rating». En cambio, no habrían cuestiones estructurales o «fundamentales» de la economía mundial en juego, que justificaran un cambio del «valor intrínseco» de los títulos respectivos.



Lo curioso es, sin embargo, que las tendencias de la inversión financiera no sean consideradas parte esencial precisamente de aquellos factores fundamentales. Y que, por lo tanto, sus drásticos virajes no sean interpretados como anuncio de desequilibrios mundiales mucho más graves que los que ya se advierten ahora.



La tesis sobre la ausencia de factores fundamentales en la gran volatilidad de los mercados internacionales se fundamenta en el aumento paralelo de las cotizaciones de acciones y de los precios de materias primas. De hecho, desde 2005 se constata un fuerte crecimiento de la capitalización de los mercados bursátiles internacionales. Entre fines de 2005 y mediados de 2006, los índices bursátiles de los principales países emergentes subieron en un 19 por ciento. Las bolsas del área del euro en 12 por ciento. En Nueva York se restablecieron los niveles máximos previos al 11 de septiembre de 2001. Durante los primeros meses de 2006, los precios de las materias primas aumentan casi explosivamente: el cobre duplica su precio en tan sólo 4 meses, el oro aumenta en 40 por ciento. Paralelamente, el rendimiento de las títulos financieros de mayor riesgo disminuye, indicando condiciones muy favorables para su emisión.



Durante todo este período, la oferta hace subir el endeudamiento privado a niveles récord. Todo ello en términos «favorables» para los deudores, incluso aquellos de mayor riesgo. Esto explicaría el descenso de los márgenes entre los rendimientos de los diversos tipos de deuda. Por el otro lado, incluso deudores de países con datos fundamentales más débiles logran colocar sumas record en los mercados financieros. La deuda de los países en desarrollo sufre un nuevo auge.



En cuanto a la inflación, y su efecto sobre las tasas de interés, y a pesar de cierto «nerviosismo» por los aumentos de las tasas oficiales de interés (especialmente en EE.UU) y los anuncios del Banco del Japón de poner término a su política de interés cero, la actitud de los inversionistas no se ve afectada demasiado. Dado un pronóstico de tasas de inflación moderadas (confirmado por el propio Fondo Monetario Internacional en su informe de abril de este año), y una serie de señales oficiales, tampoco las tasas de interés mostrarían una tendencia estructural al alza.



Pero repentinamente, y por razones no explicadas, se produce una reevaluación del riego de los títulos de la deuda empresarial de alto rendimiento, de los títulos asociados a la especulación con materias primas, y a la deuda de los países emergentes. Todo ello a pesar de los buenos pronósticos para el desarrollo de las ganancias corporativas. Es por eso que se revierte la tendencia a la búsqueda de altos rendimientos por parte de los inversionistas financieros en los mercados crediticios., para dar lugar a un verdadero «run» de demanda sobre títulos de la deuda pública, especialmente de los países más poderosos.



Si tomamos todos estos factores en su conjunto, más que una explicación, la teoría del cambio de «apetito» al riesgo pasa a constituirse, en sí misma, en un profundo misterio. Si la animosidad al riesgo crece de manera generalizada, entonces, ¿porqué aumenta la volatilidad? ¿No es ésta precisamente una señal de que ya nadie sabe qué precio corresponde al valor «intrínseco» de los títulos financieros en circulación? En otras palabras, a que se está rompiendo el consenso especulativo entre los administradores de fondos, en cuanto a qué títulos son los que en el futuro podrán efectivamente mantener (y aumentar) su valor, y cuáles no. Es decir, a que la interpretación de las señales fundamentales se está haciendo cada vez más difícil.



Si consideramos que este ciclo de alta volatilidad es el más destacado desde el derrumbe de los mercados internacionales con posterioridad al 11 de septiembre 2001, nadie puede descartar que el menú actual de los inversionistas no sólo cambie en cuanto a títulos de inversión, sino en cuanto a regiones e, incluso, países cuyos títulos son transados. Y a que, sin saber porqué ni cuando, como decía J. K . Galbraith, alguien de peso abandone el buque especulativo buscando poner a resguardo sus valores y sus ganancias.



En este caso no sólo nos estaríamos acercando nuevamente a una nueva crisis financiera y monetaria internacional, que, dado el tremendo aumento del endeudamiento internacional, sería de proporciones mayúsculas, sino también al momento de consumación del cambio tan anunciado de los índices «fundamentales» de la economía mundial. La nueva teoría no habría sido entonces más que un torpe intento por tender otro manto de humo más sobre los graves desequilibrios económicos mundiales de la actualidad.







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Alexander Schubert es economista y politólogo.






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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