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Avenida Situación


Un afiche pegado en un exhibidor de la estación del metro Universidad de Santiago anuncia una colecta para el 20 de junio. Reparo en que la colecta ha sido ayer y que el dinero recaudado -según lo anuncia el póster- será para personas «en situación de calle».



Pienso en algún extranjero que toma el tren en esta misma estación, luego de bajarse de un bus interprovincial que lo ha traído a Santiago desde San Pedro de Atacama o desde Puerto Montt. Pienso en un belga o en un canadiense; en un italiano o en un noruego. Los imagino hojeando sus diccionarios de modismos americanos o su manual de nociones básicas de castellano. Es probable que el modismo «personas en situación de calle» no aparezca entre las cientos de voces locales de sus libros para el viajero. Si el afiche tuviera escrita la palabra «indigente» o «mendigo», el italiano y el canadiense (el belga y el francés también) podrían entender que el dinero de la colecta será para chilenos pobres que viven y duermen en la calle.

Apunto los datos de la colecta, el nombre de la corporación benefactora, su sitio web y su teléfono. No los apunto para afiliarme a la corporación. No creo en la beneficencia. Sólo quiero sumar datos; quiero saber quiénes ya asimilaron este eufemismo que escuché por primera vez en agosto del 2005, cuando el Ministerio de Planificación presentó un catastro de las Personas en Situación de Calle Vaya, pensé esa vez: un nuevo gato por liebre en el lenguaje de los planificadores sociales. Porque los pobres no son pobres, sino «personas de escasos recursos» o «personas vulnerables»; porque los niños maltratados y abusados son «niños en situación de riesgo», y ahora los pobres que hacen su vida en la calle, no se llaman indigentes. Son PSC. Aún no he leído esta sigla en ningún documento oficial, pero no resultaría extraño que para ahorrar tiempo y papel ya estén siendo identificados con estas tres letras.



Apunto los datos del afiche y cuando tomo notas recuerdo al Carlos, el hombre que por unos meses durmió debajo de un puentecillo que conducía al Block 18, de la Avenida Carlos Antúnez. Durmió o intentó dormir ahí, hasta que vino el camión municipal y lo desalojó. No le dejaron nada, ni las colchonetas ni las frazadas que compartía con sus dos perros y con la Lala, su mujer. Tomo notas y recuerdo a la Lala. Durante los once años que viví en el Block 18, la vi tirar su colchoneta entre las ligustrinas del parque o en el pasadizo que conectaba la calle Luis Middleton con Avenida 11 de Septiembre, bajo las torres de Providencia. Eso hasta que lo cerraron para que la Lala y el Carlos y sus perros no afearan el lugar.



Mi madre era amiga del Carlos y de la Lala. Hablaba con ellos, eran sus vecinos y nunca se quejó del mal olor de sus cuerpos. Ella entendía que en Providencia no existían duchas para los indigentes. Ella sabía que tenía que hablar con la Lala para convencerla de que dejara de tomar vino para detener esa cirrosis que la iba a matar. Mi madre nunca supo que sus amigos eran personas en situación de calle.



Lo que sí sabe mi madre es que estoy en situación de decir que la Lala murió hace algunos meses. Que llevaron su cuerpo a la iglesia de la Divina Providencia, que la velaron, que los que la encontraban fétida rezaron por ella, que el Carlos quedó viudo Doy este dato para que eliminen a la Lala de las estadísticas de libro denominado «Habitando la calle» (otro giro sorprendente de los planificadores). Sin la Lala ya no son 7.254. Una menos, aunque sospecho que durante este año otras decenas de chilenos deben haber salido a «habitar la calle».



Habrá que esperar el nuevo catastro. Tal vez venga con nuevos modismos destinados a hermosear la pobreza.



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Verónica San Juan. Periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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