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México en la encrucijada: López Obrador o Calderón


La competencia por la presidencia mexicana está al rojo vivo. Los últimos sondeos arrojan un virtual empate entre el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador, y del Partido Acción Nacional (PAN), Felipe Calderón Hinojosa. La inexistencia de un ballotage, como en otros países, sólo ha acelerado la campaña entre ambos aspirantes presidenciales de la segunda democracia más populosa de Latinoamérica.



En dicha disputa sólo parece estar claro que el abanderado del otrora todopoderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI), Roberto Madrazo, no tiene opción en una carrera que desde el inicio le fue adversa. De esta manera, esta elección podría llegar a favorecer a las antaño fuerzas opositoras al monolítico priísmo. Desde luego este solo hecho revela un cambio profundo en un país donde hace poco más de una década y desde 1929, el Presidente de México -siempre militante fiel del partido de la Franja tricolor, con sus distintas encarnaciones históricas del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929, Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938 y finalmente el PRI desde 1946 hasta hoy- acostumbraba a designar a dedazo al candidato presidencial, quien después del rito electoral, se transformaba en el flamante nuevo Presidente. La calidad de Gran Elector del Jefe de Estado, más las amplias atribuciones que tenía cada mandato presidencial, producto de la incondicionalidad de un Legislativo con representación mayoritaria del PRI, instituyeron de facto una verdadera «Presidencia Imperial» siguiendo el decir del politólogo Enrique Krauze.



En la actualidad y después de la experiencia de 71 años de partido hegemónico, México se orienta a un tripartidismo, sino del tipo ideal «cuasi-perfecto», habida cuenta que la abrumadora mayoría de los escaños legislativos y las gobernaciones son repartidos entre el PRD, el PAN y el PRI. Ese mismo hecho puede encerrar un peligro si se piensa que ciertos sistemas triádicos de partidos no tienen las mismas ventajas para capturar el centro político respecto de un sistema bipartidista. En la más reciente experiencia política mexicana los gobiernos no han contado con una mayoría legislativa ni en la Cámara de Diputados ni en el Senado. Es la tónica desde el último trienio de Ernesto Zedillo (1997-2000) y en el actual gobierno en ejercicio del Presidente Vicente Fox. En este caso la situación fue aún más compleja dado que el PAN no logró obtener ni siquiera la primera mayoría relativa en ninguno de los brazos legislativos. Si a lo anterior sumamos que el PRI logró retener poco más de la mitad de las gobernaciones estaduales, 19 en total, a lo que se puede agregar el control de grandes sindicatos, tenemos la preservación de formidables enclaves de poder partidistas obstaculizadores de la agenda presidencial que llevó al poder a Fox en julio de 2000. De ahí a la acusación opositora de «gatopardismo gubernamental», consistente en que todo cambió superficialmente para que en el fondo todo siguiera igual, hay sólo un paso.





Los candidatos



En dicho escenario interesa preguntarse ¿Quiénes son los candidatos que lideran las encuestas? Felipe Calderón Hinojosa, natural de Michoacán, ha ocupado la secretaría general del centroderechista PAN entre 1996 y 1999 y la presidencia del comité ejecutivo del partido. Dos veces electo diputado federal, se encumbró hasta la jefatura de la coordinación legislativa de su partido. Calderón también participó en las demandas de auditoria de una de las empresas públicas mexicanas más emblemáticas como es el caso de PEMEX, responsable del sector de hidrocarburos. Durante el gobierno de Fox se desempeñó además como su Ministro de Energía. Su principal activo es pertenecer a un partido de vasta experiencia -casi tanta como el PRI- fundado en 1939. Aunque no era el delfín natural del actual Presidente mexicano, se impuso en las internas a Santiago Creel, momento desde el cual comenzó a trepar en las encuestas que hoy lo tienen instalado en una posición expectante.



Su mayor contendiente es Andrés Manuel López Obrador, oriundo de Tabasco y uno de los dirigentes políticos que durante el gobierno de Miguel de La Madrid (1982-1988) se atrevió a enfrentarse al poder casi absoluto del Presidente y a la sempiterna maquinaria partidista del PRI, y que en definitiva colaboró en la fundación del nuevo centro-izquierdista izquierdista de la Revolución Democrática hacia 1989. Desde dicha colectividad encabezó diversas protestas para defender la transparencia en los comicios regionales. Aunque desde su cargo de presidente nacional del PRD secundó a un dirigente perredista histórico, Cuauhtémoc Cárdenas, su despegue definitivo en las encuestas vino al frente del gobierno del Distrito Federal, cargo ejercido desde el 2000 hasta principios del presente año bajo el lema «la honestidad valiente». Desde año y medio a la fecha, López Obrador disfrutaba de un cómodo primer lugar en la intención de voto, tendencia que se fue moderando hasta situarlo apenas por encima de Calderón en un verdadero empate técnico.





Desafíos en política interior y exterior



Los retos para cualquiera de los dos son relevantes. Como todos los países latinoamericanos México mantiene temas urgentes que atender, desde luego reducir la pobreza de millones de mexicanos y la falta de oportunidades para obtener legítimamente ingresos, la disminución de la desigualdad social para convertirse en una sociedad más justa, consensuar una agenda para el desarrollo por medio de un acuerdo político de largo plazo, mejorar la calidad de la educación, luchar contra el crimen organizado y el narcotráfico, todo lo cual debe hacerse sin debilitar su relación con el mundo. Desde el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) que México optó por potenciar la apertura de su economía al mundo por medio de la suscripción de diversos acuerdos comerciales, incluyendo el Nafta con Estados Unidos y Canadá. En la actualidad, la particular ubicación geográfica mexicana, al sur de Estado Unidos, con fachadas hacia el Pacífico (lo que lo vincula con los mercados asiáticos) y hacia Europa, por medio del Caribe, le ha aportado ventajas evidentes para implementar un regionalismo abierto, sin olvidar sus lazos históricos con América Latina, particularmente su liderazgo en el Caribe y América Central, y sin desdeñar una eventual incorporación al Mercosur.



En este sentido ambos candidatos ofrecen mantener las relaciones exteriores de los últimos años, aunque como es de esperarse, con matices. Mientras Calderón promete una continuidad mejorada de la actual política exterior mexicana, que supone vínculos políticos privilegiados con la Casa Blanca, y la profundización de las asociaciones económicas con América Latina, Asia y Europa, López Obrador predica con su particular retórica plagada de imágenes y de alusiones a Juárez y Lázaro Cárdenas, que la prioridad es el buen gobierno interno del Estado por sobre otras áreas. «Hay que concentrarse en otras áreas -ha dicho-. Para mí la mejor política exterior es la buena política interior». Enseguida no se puede negar su adhesión a los proyectos e iniciativas pro-latinoamericanas, aunque desde luego cuidándose de no enturbiar los nexos con su poderoso vecino del norte. Aunque muchos han visto en su discurso popular o su vocación regional un síntoma de una eventual incorporación al club de Chávez, ello es dudoso. Después de todo no se puede olvidar que el PRD se inscribe en el imaginario de una izquierda histórica -hoy más centrista- y no de aquel género de movimientos al que pertenece la Quinta República chavista o el actual indigenismo ecuatoriano y o boliviano. Pero además el propio margen de maniobra de México es limitado a este respecto, si se piensa en su contigüidad con Estados Unidos. Y es que cualquiera sea la decisión del electorado mexicano, la gravitación de Washington sobre México continuara siendo un factor relevante en dicho país.





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Gilberto Aranda Bustamante. Académico Instituto Estudios Internacionales. Universidad de Chile

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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