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Zidane, Francia y la globalización


El Campeonato Mundial de Fútbol 2006 tuvo un final completamente inesperado y letal para el propio cuadro francés. Pero resultó ser una cápsula de lo que fue el torneo: privilegiar la maña artera con la complacencia de los árbitros, por sobre el fútbol bien jugado, como lo define el Presidente del fútbol argentino, Julio Grondona, «con jugadores que le sepan pegar bien a la pelota». Faltaban apenas los suspiros para el término del «alargue» de 30 minutos, antes de la lotería de los penales. Una de las cámaras enfoca a dos jugadores, uno francés y otro italiano, que después de una fricción aparentemente se hablan.



El jugador francés, vestido de blanco, Zinedine Zidane, se retira del lugar mientras, -desde lo que se observa en una segunda toma- el jugador italiano le continúa diciendo algo.



De inmediato esta máxima figura gira sobre su eje y se dirige calmadamente hacia el jugador italiano y le asesta con su cabeza un furibundo golpe al centro del pecho. Cae el jugador italiano. A los pocos minutos el árbitro, lo expulsa y abandona el campo con la misma tranquilidad cerebral con la que jugó todo el campeonato. El jugador italiano sabrá lo que le dijo a Zidane en ese momento crucial.



Para un jugador como Zidane, frente a la oportunidad de confirmar que sí está en ese podio de las estrellas mayores, el impulso para tal reacción debe haber sido una decisión mayor, correspondiente al tamaño del agravio.



Lo más probable es que lo sucedido tenga más que ver con aquellos rasgos de los cuales el fútbol italiano no puede desprenderse, y que lo ha puesto siempre al límite de la legalidad. El «cómo ganan los partidos» en Italia es tema de actualidad, y varios equipos de su liga serán sancionados al parecer.



Francia global: no solo una forma de mirar el mundo sino también el fútbol



Los que usan el concepto de globalización para justificar o condenar algún trazo de progreso o desgracia en el mundo, deberían reparar con atención que Francia, a pesar de su legado colonial criticable, es quizás el país europeo que le ha dado mayores oportunidades a los inmigrantes. A pesar de que las últimas protestas sociales puedan contribuir a desmentirlo en la mirada superficial, respecto a estas protestas, más hoy que el año anterior, muchos comienzan a darse cuenta que representaron las puntas de una crisis política en el Estado liberal.



Con la derrota del equipo francés, el lamento llegaba por cierto al Africa, especialmente su costa occidental de donde provienen ellos mismos, o los ancestros de esas estrellas como Thuram, Vieyra, Wyltord, Makelele, entre otros. Pensemos en un camerunés, en un guineano, que se sienten identificados con estos jugadores, con este equipo y con Doménech, su entrenador, que se atrevió a romper la barrera de la dicotomía, e impulsar la hibridación que rompe con el arquetipo del origen, la etnia. Pero por sobre todo imaginemos a los franceses de origen primario también vibrando con el gol de Zidane y sufriendo con su expulsión.



En un marcado contraste, el equipo de la federación italiana de fútbol, era constituido por italianos de origen primario en su gran mayoría, con la excepción de uno (Camoranesi) proveniente del Tercer Mundo. Sería equivocado inferir con lo expuesto, que se trataba de una partida entre europeos y no europeos, o africanos frente a europeos.



Se dirá que el porcentaje de inmigrantes en Italia es marcadamente inferior al de Francia. Aún así, esa explicación no sirve, porque Italia ha acogido por décadas a olas de inmigrantes de Europa Central -grandes practicantes del fútbol- y eso no se refleja en la estructura social, donde el fútbol por su crecimiento comercial ocupa un lugar no menor. Este rasgo, le estaría dando la razón a aquellos que sospechan que el fútbol en Italia es un nicho comercial cerrado, donde está la impronta de las redes familiares que es parte de lo que se investiga.



Pero el tema también es de lo «qué es el fútbol en Francia» y «qué es en Italia». Por el capital humano observado, es más que un tema de inmigración y de capital humano de las ex colonias, sino de estructura en la administración deportiva. En Francia el fútbol sigue siendo un deporte, además de un negocio. En Italia principalmente es un negocio.



Con la expulsión a Zidane, se ponía término a la comedia . El equipo de la globalización por excelencia, Francia, al final no venció en ese plano de ganar la copa mundial del fútbol. Pero dejaron enseñanzas más profundas y abiertas que el equipo italiano no supo demostrar, salvo en algunas individualidades. Que sean sus atletas de origen primario africano en su mayoría, es así, pero son esencialmente franceses en la manera en que jugaron a la pelota, y en el comportamiento deportivo.



Jugar o «trabajar» el juego



En esta final, un golpe del jugador italiano Cannavaro en la cabeza de Henry antes de los cinco minutos lo dejó aturdido; los golpes a Patrick Vieira, jugador francés, arreciaron hasta su salida. Todo estaría confirmando hábitos avalados por un sistema. Esta vez el árbitro Elizondo fue cómplice de un clima de complacencia hacia el juego brusco. Este juego brusco es avalado por una mayoría de entrenadores – Bilardo el argentino entre otros-, y Lippi el entrenador de la selección italiana vencedora ha sido un maestro en este sentido. Todo se hace con la complicidad de los árbitros y el manejo de las tarjetas y la expulsiones en un entramado que compromete a una industria de mucho dinero.



Parece que la violencia en el juego fuera parte del negocio y no los goles. Fue una discusión que hubo en la National Basketball Association (la mítica NBA), a mediados de los 90, cuando los equipos del Este, fundamentalmente los New York Knicks, establecieron bajo los tableros (el área en el fútbol) una violencia desmedida. «Así se acaba el negocio» dijo Stern, el capo de la NBA, equivalente a Blatter en la FIFA.



La gran nobleza de la derrota de Brasil frente a Francia, fue no haber pegado. Los periódicos brasileños le criticaron este aspecto a su selección como falta de carácter. Hoy día carácter, sigue siendo pegar y no jugar bien a la pelota. Los medios avalan mucho eso y la FIFA es ambigua.



El árbitro Elizondo expulsó a Zidane, el que cometía el agravio físico, en cambio dejó al italiano en el campo, que, seguramente había cometido un agravio tan o más grave aún. Los agravios verbales entre jugadores generalmente no se penan, a menos que el arbitro se sienta aludido. La Federación Internacional de Fútbol deberá revisar con más detención esta determinación y sus propios reglamentos. La FIFA, con toda la espectacularidad mediática, sigue siendo subdesarrollada, porque permite que en su negocio pase de todo en la cancha sin controlar, a pesar de las cámaras y los nuevos dispositivos auditivos. En las áreas pasa de todo y los árbitros dejan golpear arteramente, como si el fútbol también consistiera en eso. Los jugadores trabajan el partido hablando hacia el contrario o pegando y no pasa nada.



Con estas limitaciones inexplicables, nos dejaron sin el penal de Zinedine Zidane, y con su desmentido de que los dos jugadores encumbrados y adocenados por la publicidad – Pelé y Maradona- no son únicos. Quizás también los jugadores italianos habrían regresado sin victoria y derechito a los tribunales. Habría sido todo mejor para un deporte que cada día es más de plástico y no tan plástico.



Juan Francisco Coloane. Analista internacional y ex mediocampista del equipo de soccer de la Universidad de Florida, EEUU.






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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