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El Mercosur: Por qué y para qué


En vísperas de una nueva Cumbre del Mercosur, se incrementan en la región, y en particular en nuestro país, las opiniones negativas sobre el bloque, y conviene por ello hacer un análisis objetivo, teniendo en cuenta todos los elementos que deben ser considerados para juzgar la marcha de un proceso de relacionamiento multinacional como éste. El Mercosur tiene cuatro socios plenos fundadores (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), un socio pleno pero con temas pendientes para formar parte de la unión aduanera (Venezuela), cinco países asociados (Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú), y un candidato a miembro pleno (México).



Son once países vinculados entre sí, con distintos grados de profundidad, y diferentes tipos de dificultad en su relacionamiento, dentro de un esquema de integración que en conjunto representan el 90% del PIB del comercio interno y de los intercambios comerciales extra-regionales de América Latina, y concentran también la casi totalidad de la inversión externa en la región. Por eso, a pesar de debilidades en su desarrollo, y más allá de la anécdota política circunstancial, la Unión Europea, los países asiáticos o Rusia han validado al Mercosur como su interlocutor, y es reconocido mundialmente como el segundo bloque de integración después de la UE.



En Chile, la asociación con el Mercosur ha sido desde el comienzo un motivo de disputa, tanto por motivos comerciales como por diferencias políticas. Por una parte, hay quienes basan su crítica, y sugieren por ello nuestro retiro en el creciente déficit comercial, ya que Chile compra a sus miembros plenos casi tres veces más que lo que les vende. Otros, complementariamente a la razón comercial, argumentan la consideración política -en el amplio sentido del término-, debido a la unilateralidad de algunas medidas de sus miembros, y al hecho de que el bloque no tenga aún una institucionalidad desarrollada que otorgue seguridad jurídica plena para resolver controversias.



A mi juicio, en el caso de Chile, aunque parezca lo contrario, la razón del déficit comercial es la que menos se sustenta. Si compramos mucho es porque nos conviene, y esto vale tanto para los consumidores como para los empresarios, y esto no depende de cuanto le vendemos al Mercosur, sino simplemente de si nos convienen los productos y los precios. Y es lo mismo para nuestra relación con cualquier país del mundo, de lo contrario, con esa lógica, Estados Unidos y la UE, por citar algunos casos, deberían desahuciar sus acuerdos con Chile, porque nosotros les vendemos cada vez más y tenemos un enorme superávit en la balanza comercial. Incluso, en el tema del gas argentino, el problema no está en el precio -que sigue siendo más barato y ya nos hemos ahorrado tres mil millones de dólares por eso- sino en la forma de fijarlo y en la incertidumbre del suministro.



Otra cosa es en cuanto a la razón política, cuyos problemas afectan tanto a Chile como a todos. El problema central del Mercosur, como ocurre en todo proyecto integracionista -en su momento lo sufrió la UE y también ocurre con los otros esquemas subregionales latinoamericanos-, es la gobernabilidad del proceso, es decir, la institucionalización fehaciente de una forma de relacionamiento entre las partes que garantice el bien común y permita conducir al conjunto hacia el cumplimiento de los objetivos establecidos en el Tratado fundacional y en sus instrumentos jurídicos.



Una serie de hechos recientes arrojan muchas sombras sobre el Mercosur a este respecto, y corresponden en definitiva a fallas de tipo político en el sentido descrito. Por ejemplo, la disputa de las papeleras entre Uruguay y Argentina, el problema del suministro de gas argentino a Chile, las nacionalizaciones de las petroleras brasileñas en Bolivia, y una larga lista de disputas comerciales y acusaciones de proteccionismo y competencia desleal que no logran ser zanjadas al interior del bloque, porque el Protocolo de Olivos -sin duda un gran paso en la dirección correcta- es de todos modos insuficiente para solucionar las controversias.



Lo mismo ocurre con las asimetrías -que afectan a países como Uruguay y Paraguay y varias regiones de los países grandes-, para las cuales hay aún tímidos mecanismos, infradotados en recursos. Como decía un canciller de uno de los países fundadores, el Mercosur en sus primeros diez años no tuvo prácticamente un desarrollo institucional y eso condujo a esta situación, en la que el rápido desmantelamiento arancelario interno para generar un mercado único no ha sido acompañado al mismo ritmo por el desarrollo de una institucionalidad que garantice a los estados y a los particulares su funcionamiento.



No obstante, todos son conscientes de ello, y por eso hay intentos por mejorar y avanzar, sobre todo desde de la cumbre de Buenos Aires del 2000 hasta la fecha. No son pocos los pasos que se han dado desde entonces, aunque insuficientes y lentos, pero que revelan una voluntad política.



¿Cuáles podrían ser hoy las conclusiones de un análisis sereno, realista y propositivo sobre el Mercosur? Podríamos apuntar las siguientes:



1. El Mercosur es un esquema de integración aún imperfecto, pero validado e irreversible, que pese a todo atrae nuevos socios.



2. El tamaño de su mercado y sobre todo su potencialidad es de por sí atractivo para cualquier país o bloque de países.



3. Los problemas económico comerciales que se producen no tienen una solución expedita por la falta de una institucionalidad común con competencias supranacionales, que vigile el cumplimento de los Tratados e impulse el proceso.



4. El talón de Aquiles del bloque está en el sistema de solución de controversias y en el tratamiento de las asimetrías.



5. La incorporación de Venezuela es importante, le da mayor densidad política, pero agrega incertidumbre sobre el relacionamiento con la Comunidad Andina y complica por ahora el desarrollo de la institucionalidad común, ya que necesita un período indeterminado de adaptación normativa.



6. La retórica político-ideológica que acompaña la ampliación reciente no debe distorsionar la percepción del Mercosur como un proyecto en el que Brasil es el eje activador y moderador.



7. La política chilena de inserción unilateral, bilateral negociada y multilateral sigue siendo el camino probadamente exitoso para mantener activo nuestro menu de opciones dentro de la región y fuera de ella, y estar presentes según corresponda en los esquemas de integración.



8. La integración de nuestros países sigue siendo imprescindible, ya que la competencia mundial se da desde grandes espacios integrados, y por lo tanto el éxito del Mercosur o su fracaso, tendrán un efecto sobre Chile. De manera que no es indiferente para nuestro país el curso que tome el Mercosur y por eso es necesario mantener nuestra condición de asociado, contribuyendo a su fortalecimiento y a la solución de los problemas existentes en el bloque.



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Héctor Casanueva es director ejecutivo del Centro Latinoamericano para las
Relaciones con Europa

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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