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Guerra en Medio Oriente, ética y coraje intelectual


El drama de las poblaciones civiles habla por sí mismo de la monstruosidad de un conflicto que la indiferencia mundial ayudó a desencadenar.



Será prácticamente imposible que cese el estado de guerra permanente en el Medio Oriente si el Estado de Israel continúa con su política de respuesta desproporcionada ante los ataques militares de los diversos actores beligerantes árabes.



Es impensable iniciar otro proceso de paz si la población civil libanesa y palestina continúa muriendo indefensa bajo los ataques indiscriminados de las fuerzas israelitas. Israel no se está defendiendo, está destruyendo un país entero.



Si hay un don que los dirigentes deberían aportarle a sus pueblos ése es la paz. Bien lo sabe el Dios bueno, que pareciera haber desertado de esa parte del mundo, puesto que el que se quedó es aquel monoteísta y guerrero, ensalzado tanto en la Biblia-Torah como en el Corán.



En ambos bandos, la escalada de la violencia militar y el uso del terrorismo como método de lucha atraerán adeptos a las posiciones más extremas.



El pueblo judío (muy pocas muertes pero mucha inseguridad) y principalmente el palestino/libanés (muchísimas muertes y grandes sufrimientos materiales y espirituales) pagarán caro el nuevo escenario de la guerra de poder que por procuración libran Irán y EE.UU. en la región.



Mas son esos 15 niños libaneses incinerados en un bus por misiles judíos y los 279 civiles muertos desde el 12 de julio los que preocupan a los hombres y mujeres de buena voluntad del mundo entero. Sin duda alguna, las imágenes ya recorrieron el mundo árabe alimentando la indignación, el odio y la venganza. La primera reacción, si es bien dirigida, busca respuestas; la segunda marca las neuronas y la tercera empuja a la acción ciega. Las dos últimas pasiones nutren el ciclo de la respuesta terrorista islámica: comprensible, pero injustificable.



La insensatez de Israel consiste en reafirmar una vez más ante el mundo entero que es un Estado generador de caos. Incapaz de retener su pulsión de muerte. Así lo grafican las encuestas de opinión en Europa.



Los israelitas no tienen corresponsales de prensa en el mundo árabe ni en los territorios ocupados para tomarle el pulso a la reacción de las poblaciones musulmanas. Tienen servicios secretos para alimentar la obsesión por la seguridad. Son autistas en un mundo hostil. Sin interés ni posibilidad de crear puentes ni diálogos entre culturas. Alimentando conscientemente el integrismo del ‘Otro’ en un escenario de profecía apocalíptica auto cumplida.



Si nos detenemos en los escuetos hechos, el escenario actual tuvo por origen el secuestro de un soldado judío por grupos vinculados a la organización palestina Hamas y de dos militares del Tsahal por Hezbollá, desde el Líbano. Al ataque de objetivos militares, el Tsahal respondió bombardeando y acribillando inocentes. Destruyendo a fuego y metralla la lenta recomposición de la nación libanesa. Era posiblemente la reacción esperada por Hezbollá, quien replicó con sus misiles katiuschka atacando poblaciones civiles judías. Lo hizo a sabiendas. Cuán fácil es provocar un Estado con reflejos que lo hacen de inmediato llevarse la mano al gatillo.



La guerra es un deber cuando conduce a la paz, plantea San Agustín de Hipona, uno de los primeros en reflexionar acerca de las condiciones de una Guerra Justa. En este caso, Israel hizo lo contrario de lo que debe hacerse para obtener la paz. Si atacó con brutalidad fue porque tenía luz verde de EE.UU. Si el Hezbollá actuó así, fue, se dice, porque tenía el aval de Siria e Irán. Digan lo que digan, ambos grupos chiíes tienen legitimidad en sus pueblos respectivos y no obedecen a órdenes estrictas de esos Estados.



El gobierno de Israel obtiene la legitimidad de sus ciudadanos. Pero al igual que las organizaciones islámicas, tiene graves problemas de legitimidad en la comunidad internacional. Eso sí, cuenta con el apoyo indefectible de EE.UU. Ahora bien, el gobierno de Ehud Olmert perdió la poca credibilidad que tenía en el mundo árabe. Y EE.UU., al no reconocer su responsabilidad en el desorden del Oriente Medio ni condenar el uso desproporcionado de la fuerza de Israel como lo han hecho Rusia y Francia, ha perdido influencia y ha acrecentado el antinorteamericanismo.



Otro postulado ético (Michael Walzer) sobre las guerras justas afirma que es inmoral poner en peligro y atacar la población civil con el pretexto de proteger fuerzas regulares y armadas. Hezbollá e Israel lo hicieron. Pero el poder letal de este último no se puede ni siquiera comparar con el del primero. De Hamas no puede decirse lo mismo; humillados, hostigados, los palestinos se defienden de las agresiones de Israel y luchan por recuperar territorios ocupados y dotarse de un Estado soberano.

Los movimientos políticos islámicos tanto chiítas como suníes emergieron y se consolidaron con la derrota de los proyectos laicos, nacionalistas y socialistas en el mundo árabe. Sadam Hussein, un vulgar dictador, contó con el apoyo de los EE.UU en la guerra contra Irán. Para gobernar se apoyó en los suníes y en los aparatos policíacos de su partido (el Baas) para reprimir a los militantes comunistas, kurdos y chiíes. En los 80′ la revolución iraní de los mollás chiís compitió por la hegemonía religiosa en el mundo musulmán con Arabia Saudita.



Estados Unidos apoyó a las corrientes suníes fundamentalistas en la lucha contra la URSS en Afganistán. De ahí vienen Bin Laden y sus seguidores. Tanto Irán como Arabia Saudita financiaron escuelas coránicas en territorios palestinos para debilitar a la OLP y fortalecer el fundamentalismo y su influencia. Israel y EE.UU. también apostaron a los fundamentalismos para meter la cuña divisora en el pueblo palestino. Es el entramado de la historia; vital para comprender el presente.



Muy cerca, en Argentina un miembro del Hezbollá es acusado de haber perpetrado el atentado -el 18 de julio de 1994- en el local de la AMIA en Buenos Aires que provocó 85 muertes y 300 heridos entre la comunidad argentino-judía. Estas organizaciones piden al gobierno de Néstor Kirchner apoyar a Israel en la ONU.



Se puede y debe condenar tanto el terrorismo de Hezbollá como el terrorismo de Estado de Israel, además de apoyar al Líbano, ser solidario con su pueblo y exigir el cese de las hostilidades por parte de Israel. Así como es imperioso que la ONU no sólo garantice la seguridad y la protección humanitaria de la población civil libanesa amenazada, sino que se apliquen las resoluciones votadas por su Asamblea General sobre Palestina. Puesto que no habrá paz sin un Estado Palestino soberano. Posición que defienden organizaciones judías en el mismo Estado de Israel. Sin ser, por supuesto, antisemitas. Acusación de moda cuando se osa criticar las políticas expansionistas del Estado de Israel.



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Leopoldo Lavín Mujica. Profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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