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Yo también me cabrié con el modelo


Me cabrié. Igual que Manuel Riesco, el dirigente de los agricultores del sur. Es verdad que él es de derecha y yo soy de izquierda, pero ambos tenemos una interesante coincidencia: el grado de concentración del poder y riqueza económica nos resulta inaceptable y nos parece que de continuar por este camino terminaremos en explosiones sociales incontenibles. La protesta de los jóvenes secundarios se quedará chiquita en comparación a lo que se avecina si no hay un cambio de rumbo.



La macroeconomía chilena, que tanto satisface a Wall Street, a las transnacionales y a los grandes empresarios locales, tiene un alto grado de responsabilidad en el malestar de la mayoría. La prensa única ha ayudado a convencer que lo malo es bueno. Que la macroeconomía nos ha hecho modernos y felices. No es así. Porque no puede ser que tengamos un superávit fiscal cercano al 5% y que no lo podamos gastar mientras se construyen viviendas de 12 metros para la gente modesta que le faltan el respeto a todo Chile. Porque no puede ser que la comisión Marcel proponga «un mejoramiento» de la previsión social y no incluya el pago de la deuda previsional a los trabajadores fiscales. Porque resulta inaudito que ahora, cuando nadamos en dólares, las becas de posgrado en el exterior hayan aumentado apenas desde 140 a 210, cifras miserables para un país que deposita cada día millones de dólares en el exterior. Se puede seguir sumando, pero me aburre insistir en lo mismo. Es luchar contra molinos de viento, como dice Riesco.



Me siento abatido con los discursos políticos posmodernos, que todo lo permiten y con argumentos que cambian de un día para otro. Escucho a un destacado senador por el extremo sur, defender apasionadamente la construcción del puente de Chacao, a cualquier costo, a cargo del presupuesto fiscal. Propósito justo y legítimo si no fuera que esa misma persona, como Presidente de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados, se autoasignó la tarea de escudero de Eyzaguirre y defendió sin concesiones la política del superávit estructural que éste impuso al país. En qué quedamos.



Por su parte, el ex Ministro de Hacienda nos ha asombrado con su reciente discurso para superar el modelo de producción de recursos naturales para construir una «economía del conocimiento». Cambio notable, ya que como ministro de Lagos, durante seis años favoreció a los grandes empresarios ligados al cobre, la pesca, la madera, la banca y los servicios vinculados a la explotación de estos recursos naturales. Y le dolió en el alma aplicarle un royalty insignificante a las mineras, para que pagaran algo de lo que se llevaban del país. Sus lágrimas por los muertos de la dictadura en la misa anual de los grandes empresarios y una que otra lamentación por la mala distribución del ingreso -después que la OCDE le dijo que esto no daba para más- fueron presentaciones escénicas impecables. Pero para los ingenuos. No sirvieron para resolver el alto costo del crédito a los pequeños empresarios ni la mala educación en las escuelas de la Pintana ni la escasez de medicinas en los hospitales, ni tampoco ayudaron a modificar el sistema impositivo regresivo que existe en el país. Y ahora dice que hay que aumentar los impuestos. No antes cuando mandaba. Es que no basta con hablar. Las palabras ya no sirven, como dice el Paco Ibáñez. Y lo peor es hablar cuando se ha dicho antes exactamente lo contrario. Eso es feo. Le hace daño a la política. Se pierde credibilidad.



Así las cosas, a la Presidenta Bachelet se le pone difícil su periodo de gobierno. Y yo lo lamento mucho. Apenas le dejaron cuatro años y todo sumamente amarrado. Hay plata, pero no se puede gastar. La política del superávit estructural seguirá siendo útil, pero para mantener el bajo «riesgo país», lo que ayuda a los grandes empresarios a conseguir préstamos baratos en la bolsa de Nueva York. Los reclamos de los pequeños empresarios continuarán por un elevado costo del crédito que persiste y con débiles programas de apoyo del Estado, que no alcanzan a compensar las desigualdades que los afectan en el mercado. Y, con tantos dólares dando vuelta, el peso tan alto y con un Banco Central inmóvil los exportadores agrícolas lo pensarán dos veces antes de mantener o ampliar sus actividades.



En estas condiciones, la política social se tensionará aún más. Se ha hecho evidente que la tasa de desempleo no bajará, aunque la economía siga creciendo. Dígase lo que se diga, el desempleo es estructural. La forma de producir en Chile, privilegiando la producción de recursos naturales y a las grandes empresas tiene a más de 500 mil personas en la cesantía. Aunque los que quieren negar la realidad digan que hoy existen más personas en búsqueda de trabajo o que la metodología del INE ha cambiado, la verdad es que el actual nivel de desempleo no lo modifica el conservadurismo de la política pública; obliga a una modificación de estrategia y de la política económica. Y con este nivel de desempleo la delincuencia es imparable; o, quizás se puede neutralizar un tanto, pero a costa de mayor represión y más cárceles; pero las cárceles están atiborradas y ya no dan para más. Y el superávit estructural no permite construir más cárceles y tampoco impulsar programas decentes para reintegrar a los jóvenes delincuentes a una vida digna. Es un círculo vicioso que solo se rompe con un cambio de verdad.



Me cansé, igual que Riesco. Sólo termino diciendo que hay demasiados precandidatos que ya han surgido en este periodo de gobierno tan breve que le dejaron a Michelle. Tenían que hacerle esto a una mujerÂ…los machistas. Y dejar todo amarrado para que la Presidenta pudiera hacer lo menos posible. Estoy con Riesco. La concentración económica continuará, gracias a Pinochet y también debido a los gobiernos de la Concertación. Los ricos seguirán siendo más ricos. La desocupación seguirá siendo alta. La distribución del ingreso no se modificará. El debate sobre la salud, la educación y la previsión social continuará por muchos años y habrán quizás algunos parches, como el que inventó Marcel, pero no frenarán el descontento ciudadano. Habrá que prepararse para lo que viene; para esa protesta que crecerá con las desigualdades que comienzan a hacerse insoportables. Yo me cansé. Pero, seguiré criticando. Hasta que duela.





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Roberto Pizarro. Economista








  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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