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Actuando en consecuencia


Me llamó la atención Álvaro Escobar cuando, recién electo, lo vi en la tele asistiendo a una inauguración de túnel, de carretera o de desvío, no me acuerdo lo que era, junto con las autoridades de gobierno, presidente, ministros, empresarios, etc. Todos estaban con su casco de seguridad, menos Escobar, que se puso solamente el chaleco luminoso verde limón. Pensé en ese momento que no se había puesto el casco para llamar la atención, o para no echarse a perder el peinado. Pero ahora, al enterarme de su renuncia al PPD, me doy cuenta de que la diferencia de Escobar con el resto es que parece que él está dispuesto a ir contra la corriente si cree que está en lo justo. Lo raro, y preocupante, es que su postura rebelde, que tal vez debiera ser esperable (no la única, claro, pero esperable) para quienes representan a la ciudadanía en el Congreso, haya sido tratada como una anomalía.



Ponerse casco de seguridad en una inauguración es, pensándolo bien, ridículo. Es un guiño a las cámaras, una performance que de tan repetida se hace parte de lo habitual. Si las autoridades van a inaugurar una obra ¿se imagina alguien que un despistado vaya a estar dándoles vueltas con la grúa de demolición? ¿Tienen miedo de que vaya a caer un perno suelto o un pedazo de cascote de la obra nuevecita? ¿O que pase un pájaro y bombardee a la concurrencia, como en el chiste de Condorito? Nada de eso, el casco de inauguración es como el delantal de Michelle, el estetoscopio de Girardi, el chullo de Lavín, el currículum de Piñera y el traje de piloto de la ministra Blanlot: para el puro satélite. No es cosa nueva, por supuesto: tengo grabada en mi memoria la inauguración de una escuela básica, debe haber sido a principios de 1972, donde tuve al presidente Allende a un metro de distancia. Llevaba un casco blanco que decía «Compañero Presidente». Pero eran otros tiempos, casi otro planeta. Lo que me interesó de la inauguración que vi en la tele el verano pasado, volviendo a Escobar, es que no estuvo dispuesto a ponerse el vestuario de la obra que se representaba. Como buen actor, se acordó de la diferencia entre tramoya y realidad.



No faltará quien tilde al diputado de romántico desubicado y de idealista. O de figurón, comparándolo con otros renunciados al PPD. Florencia Brown, columnista de buena pluma y de buen ojo, se equivocó medio a medio cuando, comentando el rumor de que el diputado estaba «desesperado», creyó conveniente recordarle desde su púlpito de LUN que una cosa es la política y otra cosa las canciones de Silvio Rodríguez. Muy entrete y didáctico el comentario, pero vacío, pensado también para el satélite. Estamos hablando del diputado que recibió la primera mayoría en un distrito grande, alguien que además de su carrera parlamentaria tiene una larga trayectoria como dirigente estudiantil, y que a su profesión de actor suma una licenciatura en derecho. Algo sabrá de política y de leyes. Y para qué estamos con cosas, lo que es yo, prefiero a un político que conozca a Silvio a otros que marcan el paso con marchas militares o se compran jingles con cantante setentera incluida. Lo cierto es que, instalado en la Cámara de Diputados, Escobar se ha dedicado en serio y con pasión a la tarea encomendada por los ciudadanos de su distrito.



El legislador ha demostrado poseer un refrescante tipo de realismo; junto con marcar el natalicio de Neruda recitando poesía en el hemiciclo, se ha tomado en serio el estudio de los proyectos de ley y tiene una asistencia casi perfecta a las sesiones de la Cámara. Entre el 11 de marzo y el 3 de agosto, hubo 57 sesiones especiales y ordinarias en la cámara, y Escobar sólo faltó a una, el 11 de mayo (Como comparación, los DC Lorenzini y Ascencio,especialistas en puentes, acumulan 18 ausencias cada uno). Creó el comité legislativo de la Cultura y las Artes y ha impulsado 5 proyectos de ley, entre ellos el que modifica el Código Penal para ponerlo al día en relación con enfermedades contagiosas como el SIDA y el que autoriza a los sindicatos a operar como entidades de capacitación laboral.



Hay que felicitar a los que hacen el esfuerzo por dignificar la pega del político, aunque eso les acarree costos e incompresiones. Quienes deben ser acusados de ilusos -y ridiculizados, por qué no -son esos honorables maquineros que creen que lo más «realista» es ponerse a negociar principios sin exigir ninguna garantía a cambio, confiando en la quimérica buena voluntad de la contraparte. Para muestra un botón de esos que terminaron atravesándosele en la garganta a Escobar: la gran negociación sobre el sistema binominal que se está realizando en estos momentos a nivel cupular, de espaldas a la ciudadanía. Los «realistas» de su partido están martillando una escenografía en la que la derecha se pueda sentir cómoda haciendo el papel de estar dispuesta a reformar el sistema de elecciones del que dependen para seguir vigentes. Esos mismos «realistas» son los que apenas se asoma una cámara corren a ponerse su delantal o su casco de seguridad, dependiendo de la ocasión. Observan tijerales, cortan cintas, y le ponen la mano en la frente a los enfermitos, más serios que pelea a cuchillo, creyéndose el cuento de ser constructores o médicos o chamanes.



No desconozco la importancia de la afiliación a los partidos políticos, pero la militancia debe estar sujeta a un constante escrutinio crítico. La lealtad a cualquier partido no es un bien en sí; al contrario, llevada al límite puede ser nociva y servir de escudo para la inoperancia o la flojera. Seguro que hay parlamentarios que pueden navegar con destreza entre los escollos de la conciencia y los imperativos de su colectividad, pero también hay que aceptar que para algunos no es tan fácil sumarse a un juego escénico que puede llevar, como ha ocurrido con tanta frecuencia en Chile, a racionalizar las peores claudicaciones.



No me cabe duda de que Escobar va a dar cuenta completa de sus razones. Los ciudadanos, especialmente aquellos que le dieron su voto, deberán considerarlas con mucha atención, para evaluar su acción y la de otros legisladores. Otra cosa es con guitarra, en efecto, pero para tocarla bien, el diputado Escobar se deshizo de cascos hechizos y de mochilas partidistas. Ojalá que le vaya bien en el resto de su gestión, y que haga el mejor papel de su vida.



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Roberto Castillo es escritor y académico.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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