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Cuba sin ilusiones


La Revolución Cubana fue celebrada en su momento por muchos artistas e intelectuales del mundo entero, suscitando esperanzas para toda América Latina. Se trataba del fin de una dictadura oprobiosa como la de Fulgencio Batista y, además, era la vieja historia de David contra Goliat. Esta simpatía hacía la revolución de Fidel fue decayendo lentamente a lo largo de estos cuatro decenios. Como suele ocurrir, las utopías y los ideales no resisten la miseria de la realidad.



La gesta de Fidel y el Che se ha instalado en el absoluto de la revolución, convertidos hoy en un museo en La Habana. Este absoluto, cuasi metafísico a esta altura, ha generado otro absoluto en su negación. El primero, reclamando su legitimidad en su condición de ciudadela sitiada y en una ascesis construida sobre la mitología igualitaria del socialismo. El segundo, esgrimiendo un discurso que promete una Cuba «democrática» esplendorosa.



La mentada Revolución Cubana ha debido pagar un precio muy alto: por más de cuarenta años no ha podido salir de un estado de beligerancia impuesto por el bloqueo. Esto ha condicionado su desarrollo, al límite de la supervivencia económica y política. En lo político, una clara militarización de la sociedad, con restricciones evidentes, en todo tipo de libertades. En la práctica, la Revolución Cubana ha engendrado un bonapartismo de izquierdas muy distante de la nueva sociedad soñada. En lo económico, se generó una clara dependencia del mundo socialista que, tras su derrumbe, llevo a la isla al borde del colapso. En la actualidad, gracias al turismo y a una mínima diversificación se ha logrado la línea de flotación, pero no mucho más que eso.



La oposición a Fidel se ha enfrentado a la revolución de un modo que linda más con la sedición y el terrorismo que con una cierta legitimidad democrática. En rigor, no existe una oposición democrática a la revolución. Los grupos de exiliados cubanos en Miami, en su gran mayoría, han servido a una potencia extranjera para perpetrar desde invasiones a atentados de toda índole, con el apoyo de las agencias norteamericanas, en el contexto de la Guerra Fría y aún hoy. El absoluto de la «democracia» en Cuba esconde un riesgo que debiera ser meditado, pues nada impediría que un gobierno de esa índole instalara allí una plaza para los carteles del narcotráfico, la inmigración ilegal y un paraíso fiscal a pocos pasos de los Estados Unidos.



Cuba se encuentra presa entre una dictadura anacrónica que, finalmente, se sostiene en las armas y la mal disimulada voracidad de poderes económicos a la espera de coger la presa. Cuando un país es llevado a la oposición de dos absolutos, lo primero que se extingue es el valor de la vida humana, en estas condiciones solo es previsible un enfrentamiento cruento e incierto. Por estos días, se cruzan apuestas en la red sobre el destino de Fidel Castro y de Cuba. En Miami, los adversarios de la revolución se agitan alborozados ante la expectativa del fin de un régimen al que han demonizado por décadas. La derrota significa siempre la ignominia, deshonra total de una causa, de un líder, de una gesta. Desde siempre, tal como sentenció el sofista, la justicia la hace el más fuerte y la historia la escriben los triunfadores.



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Docente e investigador de la Universidad ARCIS.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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