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La pregunta de Stephen Hawking


Hace algunas semanas, Stephen Hawking ha lanzado urbi et orbi una pregunta simple, directa y difícil de esconder debajo la alfombra (*): ¿Qué cree que hay que hacer para que la especie humana siga viva en los próximos 100 años?



Con ella, Hawking nos invita a preocuparnos ahora y no cuando la devastación se haya generalizado, teniendo como horizonte el mundo de nuestros descendientes cercanos. Lo importante es que la pregunta utiliza un marco de referencia temporal que está ahí, a la vuelta de unos pocos años, a lo más tres o cinco generaciones, la de nuestros biznietos o, mejor, de nuestros tataranietos y emplea formas verbales de creer y hacer, lo que implica una suerte de fina ironía, pues qué autoridad o político viviente «cree» o «hace» a 100 años plazo.



Pues bien, la pregunta de Hawking tiene que ver con el petróleo, el recalentamiento global, la energía atómica, la desertificación, el empobrecimiento y la banalización de la diversidad, el agua, la manipulación genética, el encementado del planeta, la sobreoferta de productos de dudosa importancia, la proliferación de feromonas, la obesidad, el recrudecimiento de ciertas enfermedades, el poder de las armas de destrucción, el hambre, la inequidad, el envejecimiento de la población, el empobrecimiento de la cultura, la ignorancia planificada, el castramiento intelectual, la pusilanimidad, la ausencia de participación ciudadana, el cortoplacismo, etc., etc.



Que la especie humana desaparezca debido a un cataclismo que las comadres de Windsor ni nosotros podemos prever es un escenario muy distinto de aquel en que dichas alegres comadres nos conducen irresponsablemente a un momento histórico sin vuelta atrás.



Es muy probable que algunos de nuestros tataranietos, en el minuto fatal, recuerden con desprecio y vergüenza a sus tatarabuelos por su escasa y desenfada contribución a la conservación de la especie humana mientras, colgados de los zapatos de quienes han tenido la suerte de aferrarse con su dientes a las alas del navío espacial que conduce a su tripulación a Marte, tratan de salvar su pellejo, el que de todas maneras quedará esparcido desparramado sobre la superficie de nuestra planeta, tal como nos lo mostrarán las fotos de ministros, generales, altos burócratas y aventureros de toda especie, colgados de los helicópteros usanos que huían con las aspas entre las piernas de Hanoi.



Tal vez, los sobrevivientes con destino a algún planeta lejano o cercano tengan claras las respuestas a la pregunta que Hawking hizo un siglo atrás o quizás estén a bordo de la nave gracias a su chequera y conexiones y sigan sin entender ni menos tener una respuesta.



Entretanto y puesto que no somos pitonisos para conformarnos con la idea de un cataclismo que nos aporte la paz interior, pero tampoco estamos inermes ya que la experiencia histórica nos enseña que no hacer nada es la mejor manera de ir a pavimentar la entrada del infierno con nuestros cráneos, creemos que la pregunta de Hawking debe convertirse en una herramienta de cuestionamiento a partir de hoy mismo.



Exijamos, en una primera fase, que nuestras autoridades y políticos circunstanciales extiendan y dilaten sus narices y olfateen, aunque sea mínimamente, lo que hay más allá de su fecha de cesación o remoción del cargo. Si al hacerlo, alguna duda surge en sus conciencias, que transformen su conflicto vivencial en palanca para ir más lejos y comenzar a atinar.



¿Será mucho pedir?



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Héctor Arroyo Llanos, arquitecto y urbanista. Miembro del Comité de Desarrollo Urbano del Colegio de Arquitectos
Santiago.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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