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La inconveniencia de la opción nuclear


Poco se atiende a que nuestra historia nacional ya registró su «primer accidente radiológico de gravedad». Así lo asumió la Comisión Chilena de Energía Nuclear en el informe, divulgado en El Mostrador.cl, respecto de lo sucedido el 14 de diciembre pasado en el recién inaugurado Complejo Forestal e Industrial Nueva Aldea de Celco, en Ranquil, Región del Bío Bío.



En la ocasión, 249 trabajadores entraron al perímetro de un isótopo de iridio 192, desprendido por negligencia e impericia, y absorbieron radiación. Treinta y cuatro de ellos anotan índices mayores a los permitidos por ley. Cuatro están eventualmente desahuciados para ejercer trabajo. A su vez, en Celco-Valdivia hay otros 14 irradiados por un incidente de marzo de 2004. ¿Será de perogrullo repasar las consecuencias radiomédicas que esto implica? Suponemos que sí.



Ciertamente, en una planta de celulosa se manipulan elementos radiactivos muy inferiores en potencia a los elementos de una planta nuclear, pero el hecho aludido debe llamar a la reflexión a los promotores y lobbistas de esta opción energética, que por estos días han conseguido influir en los presidentes de los partidos de la Concertación, y también que la Presidenta Bachelet destine 160 mil dólares a estudios preliminares para esa opción. Esto desconcentrará los esfuerzos de la correcta política energética que la mandataria ha basado en tres pilares. A saber, diversificación de la matriz, independencia de las fuentes y uso eficiente de la energía.



La diversificación se concreta en el énfasis el gas natural licuado, para solucionar la escasez proveniente de Argentina y corregir erróneas decisiones de privados y gobiernos anteriores, al depender de un solo combustible comprado a un solo país. Se atiende a la independencia del abastecimiento eléctrico a partir del fomento de fuentes de energía renovable, que poseemos en abundancia en el territorio (eólica, hidráulica de pasada y geotermia, etcétera), lo que incorpora además nuevos actores a la generación energética y al uso de las concesiones geotérmicas que a la fecha están inactivas. Esto se suma al uso múltiple de derechos de agua de agricultores o propietarios medianos en la zona centro-sur. También se han iniciado estudios y normativas para el desarrollo de biocombustibles.



En cuanto al tercer pilar, el Programa País de Eficiencia Energética pretende revertir el incremento de la demanda energética, que duplica al crecimiento del Producto, y convierte a Chile en el país con mayor intensidad energética en Latinoamérica. Esto, a través de cambios tecnológicos y de sistemas de gestión productiva: en áreas de iluminación, motores, vivienda, edificación pública, refrigeración, compras del Estado, normas de etiquetado y certificación.



El anuncio de reactivación del programa nuclear argentino, promocionado con inversiones tan descomunales como imaginarias, motivó el nuevo despertar de los eslóganes del lobby pronuclear. Nos han dicho que es una «forma limpia de generar electricidad»; que desde el accidente de Chernobyl hace 20 años «se ha avanzado mucho en materia de seguridad»; y que adoptarla sería «requisito para integrarnos al mundo desarrollado».



Decir que la energía nuclear es «limpia» porque no emite CO2 es esconder el peligro permanente de residuos radiactivos que se enfrían en plazo de 20.000 a 100.000 años, luego de haber sido consumidos en un reactor. Por lo tanto, además de que edificar una planta nuclear es casi tan caro como clausurarla, esta opción obliga velar por el confinamiento de esa basura radiactiva.



Es imperativo que la política energética apele a criterios de seguridad, tanto hacia las personas como hacia la continuidad del suministro. Sabemos que energéticamente somos el país más débil de la región, por eso el imperativo de concentrarnos en recursos propios, cuidar el ambiente y no condicionar negativamente el desarrollo de cada región del país. De otro modo es fácil recomendar una central nuclear en el Desierto de Atacama, o aún más lejos de Santiago, como las celulosas mencionadas.



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Sara Larraín Ruiz-Tagle. Directora del Programa Chile Sustentable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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