Publicidad

La deuda de Celco y la legítima demanda ciudadana


Tres horas de malos olores emanados de Celco Nueva Aldea, en la Región del Bío Bío, vienen a coincidir con el primer mes de aniversario de esta planta de celulosa, desde que a fines de agosto inauguró operaciones, en vista a convertirse en la productora de celulosa blanqueada más grande del orbe, codo a codo con su similar estadounidense Weyerhauser.



Así es. La mañana del miércoles 27 de septiembre, habitantes de Ñipas y Nueva Aldea se vieron aquejados de náuseas, vómitos, dolores de cabeza y picazón de narices, en lo que constituye la primera molestia causada por la planta.



Pero sólo es la primera desde su inauguración, porque Celco Nueva Aldea puso hace rato su nombre en la historia sanitaria y ambiental de nuestro país… Repasemos: el pasado 14 de diciembre, según lo constatado por la Comisión Chilena de Energía Nuclear, en la planta del grupo Angelini sucedió el «primer accidente radiológico de gravedad» del país.



Como lo denunció El Mostrador.cl, 249 operarios resultaron con algún nivel de radiación, luego de tomar contacto directo o indirecto con un isótopo de Iridio 192, que se desprendió de su blindaje normal, debido a la negligencia y a la «alta presión por terminar las faenas».

Así, 34 trabajadores siguen con dosis de radiación superiores a lo permitido por ley; 4 de ellos están incapacitados para el trabajo. Sus dolencias van desde mareos, náuseas, problemas de insomnio, dolores de cabeza persistentes, además de alteraciones psicológicas, hasta -en los casos graves- pérdida de piezas dentales, ampollas que no cicatrizan y quemaduras con erosión térmica. Esto no considera secuelas probables de esterilidad o desarrollo de cáncer. Y el número de contaminados con radiación en la firma del grupo Angelini se acrecienta al atender al «incidente radiológico» de marzo de 2004 en la planta de Valdivia, pues otros 14 obreros quedaron con dosis de radiación sobre los límites anuales permitidos.



Si de perjuicios económicos se trata, 80 mil botellas de vino chileno fueron rechazadas en mayo pasado en Suecia, cuando las bien informadas autoridades de ese país comprobaron que «Valle del Itata» -impreso en las etiquetas de la firma Itata Wines- se refiere a una cuenca que destinamos tanto al cultivo de uvas como a la producción de celulosa blanqueada. Por eso es pertinente cuestionar aquello de que Celco Nueva Aldea «da empleo» a cerca de 10 mil trabajadores… Ni siquiera el acto de cambiar su nombre de fantasía de «Celco Itata» a «Celco Nueva Aldea» en mayo de 2005 sirvió al efecto de pasar gato por liebre a los bebedores nórdicos.



Descontando la catástrofe ecológica registrada en el estuario del río Cruces, en Valdivia; también la degradación que sufre Constitución; el impacto anticipado en Cobquecura; en la desembocadura del río Itata, y ahora en Ñipas y Nueva Aldea, es muy válido que nos preguntemos si merecemos pagar tanto por una industria con este historial.



Celco se ufana de sus bajos costos gracias a la producción a gran escala de celulosa, pero ha concentrado efluentes tóxicos y perjudicado actividades productivas de las cuenca que ocupa. Sus gigantescas utilidades mostradas en la prensa son el otro ingrediente que da legitimidad a la demanda ciudadana de que invierta parte de ellas en sistemas de producción de circuito cerrado. De ese modo podría reducir en 70% el consumo de agua, y manejar sus desechos como lodos, posibles de secar, confinar o incinerar.



______________________________



Sara Larraín. Directora del Programa Chile Sustentable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias