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Tello o la historia «desnuda» de Rancagua: conflicto y convivencia


Este cinco de octubre, Rancagua celebró otro aniversario de su fundación como ciudad «Santa Cruz de Triana», ya que en dicha fecha se firma el acta en que el Gobernador Manso de Velasco aprueba la propuesta urbana del geomensor Martín de Jáuregui, con el conocido damero con plaza en cruz de cuatro calles. La historiografía local ha resaltado el acto fundacional del gobernador «sembrador de ciudades», como Oscar Castro califica a Manso de Velasco, quien con el impulso de los nuevos reyes Borbones en España, busca consolidar el alicaído imperio con la agrupación de la población dispersa en centros urbanos.



Así, Manso de Velasco, hará doblamiento en la zona central, fundando con nombres españoles las actuales ciudades de Melipilla, Curicó, San Felipe, Talca, y Rancagua, entre otras. Historia feliz, donde el Gobernador habría logrado crear la ciudad con «la donación de tierras del cacique Tomás Gluaglén». Pero la cosa no habría sido así, lo demuestra el joven historiador Francisco José Tello Cardone (nieto de un destacado bombero y educador de la ciudad, director de la ex Escuela Tres o «Universidad Pancho Tello). Su tesis inédita «Santa Cruz de Triana 1743-1793, los primeros cincuenta años de Rancagua», es una fascinante descripción de la trabajosa creación de urbes en el Chile del Siglo XVIII (con una población total de españoles e indios que según diversas fuentes fluctuaba entre los 150 y los 300 mil habitantes), de los conflictos sociales, la fragilidad y también de la pujanza de quienes crearon una ciudad en el despoblado camino entre Santiago y Concepción, en el reino pobre al fin del mundo. De hecho, tras el acto de fundación con «petardos» al aire y la presencia de «numerosos indios», se reparten los solares del damero fundacional, quedando muchos desocupados.



Tello demuestra con documentos que el cacique Tomás Guaglén es mencionado en el censo del 1680, por lo cual es imposible para la esperanza de vida de la época, que haya sido el jefe promaucae local medio siglo después. También consigna en comentarios a la creación de Rancagua, que los indios quedaron molestos cuando se ocupan mayoritariamente sus tierras para trazar la ciudad (secundariamente las del Hacendado Gabriel de Soto).



LOS INEVITABLES CONFLICTOS PARA CREAR «CONVIVENCIA»



Las ciudades son símbolos de «libertad» en la historia de la humanidad, de conquista de «fueros», «autogobierno» e «integración social». Así, lo pensó en parte el propio Manso de Velasco al crear Rancagua agrupando a los españoles dispersos en el valle «para que sus habitantes viviesen sociable y políticamente». Sin embargo, en la segregación de la época, se desplazó a los «originarios» a su propio «Pueblo de Indios», aunque esto implicaba explícitamente el reconocimiento del derecho a mercedes de tierra. La historia no es «rosa», es conflicto, incluyendo entre los propios conquistadores, como lo demuestra Tello al indagar en la historia judicial de los inicios de la ciudad (será la influencia de su padre abogado, René, que sabe que no hay más verdad que en las cortes). Allí descubre que el Juez Francisco de Arrechea de Santiago, reconoce que los indios quedaron disconformes por las tierras que le dieron hacia el oriente (el actual límite de Rancagua con Machalí), entre otras cosas porque «había malos pastos».



También hubo una lucha intensa por el uso del agua entre los indios y el hacendado Gabriel de Soto, que hizo al sacerdote Francisco de Olmos y Aguilera, testificar a favor de los indígenas quienes habían construido la primera acequia que extraía agua del Cachapoal por petición del también cura Tomás de Quintanilla. Así, tras un juicio, la primera autoridad de la villa, Martín de Jáuregui, ordena dividir el agua entre la villa y el pueblo de indios, a pesar de los reclamos de Soto que quería otra toma para su Hacienda.



Francisco Tello desarchiva la primera disputa entre vecinos, motivada en una presentación de Thomas de Cuevas contra Ascencio del Pino, porque este le habría otorgado un solar para construir su vivienda a un ocupante ilegal (Antonio Valenzuela, técnicamente el «primer allegado»).



CONTRA LOS ABUSOS Y LA POBREZA



La corrupción y el abuso de poder fueron enfrentadas por las incipientes autoridades. La cárcel tiene entre sus primeros ocupantes a Isidoro Alarcón, por vender papel y especies públicas en forma ilícita.



Notable es su hallazgo de las dos caras que implica el establecimiento en la Calle del Rey cerca de la Cañada (Estado hacia Alameda) del llamado «Conde de la Conquista», Mateo Toro y Zambrano, quien construye una vivienda con cierto abolengo, pero luego buscará cerrar la acequia que corre por la calle, pretendiendo que se haga con los escasos recursos del cabildo. Finalmente, se hace pero con cargo parcial al erario del propio Conde.



La villa es pobre y se demuestra en los años que demora constituir el primer municipio, porque nadie compraba las «varas» que daban el poder de lo que hoy llamamos «concejales». Sólo se logra a comienzos de la década de 1790 con su primer alcalde, Bernardo de la Cuadra. Esta precariedad socio-económica se nota no sólo en el resentimiento de los indios por su desplazamiento a peores tierras, también en los problemas que enfrenta el corregidor Jerónimo Hurtado de Mendoza, quien debe lidiar con resolver títulos y el acceso de animales a cerros y bienes comunes, como los bosques para extraer leña para la construcción y energía. Allí se topaban hacia el norte con la Hacienda La Compañía de los jesuitas, antes de su expulsión de América.



La pobreza es tal, que el corregidor Ignacio del Alcázar se preocupa de contar con una escuela y elabora lo que Tello llama un «plan contra la marginalidad», proponiendo dotar a cien pobladores de ovejas que pasten en terrenos comunes, se reproduzcan, generando lana, cueros y nuevas crías «para vivir cómodamente y no se vean obligados a abandonar la villa».



LA NEGRITUD, LA MEZCLA Y LA FIESTA EN EL ORIGEN



Otro de los «descubrimientos» de Tello es resaltar que un cuarto de los habitantes de Rancagua en torno a 1790 eran «negros y mulatos»: 314, más mil españoles o blancos, y el pueblo de indios al oriente. Relata los enojos de una española porque encuentra a su «esclava negra» con un señor, y en el censo se reconocen todas las mezclas interraciales en un mestizaje trirracial que se nota en la provincia de Cachapoal. Así encuentra al indio local Maypo casado con la «india forastera» Tamargo, a la india Moya casada con el peninsular Cuevas (recordemos que muchos indígenas tomaban el apellido español de su «encomendero»), y el matrimonio del indio Ambrosio Mauro con una «esclava negra».



De continuidad histórica, es interesante que los tres ingresos del Cabildo o Municipio eran recursos por el Puente sobre el Cachapoal (Ä„Doscientos años de peajes!, diríamos para construir un puente firme que les costó dos décadas y que aguantaba más que el de «sogas» que tenían los indios frente al Orocoipo, aguas arriba de «Rancagua»), por el uso de la Recova o mercado, y la Cancha de Bolas. Esta entretención con «guachas» explicaría- interpretamos- la popularidad de la actual rayuela en los barrios rancaguinos (son parecidos, aunque en las bolas consistía en arrastrar la esférica hasta dejarla lo más cerca de una línea, como las «bolitas» de las infancias hasta los años 70s). Francisco Tello, sin salirse de la seriedad de un historiador, muestra el lado «B», al narrar que este foco de distracción de la incipiente ciudad generaba «muertes, robos y demás maldades que a causa de las canchas se provocan en el partido». Concurren de todas las clases sociales y se debe limitar algunos días para amainar las «pasiones locales».



Son fragmentos que leemos de una historia «desnuda» de Rancagua, que Francisco Tello nos aporta sin aspavientos ni mitos, y que como toda historia viva, nos permite comprender más la potente construcción de ciudad que han encarado varias generaciones en una mezcla de marginalidades y conflictos, como también de convivencia, pasiones y pujanzas. La tesis de Tello merece ser libro porque es una gran historia de todos.



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Esteban Valenzuela Van Treek. Diputado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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