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Consejo de Seguridad: Votar en bloque vecinal


La discusión acerca de como votar en la elección del miembro
latinoamericano en el Consejo de Seguridad demuestra que nuestro país y, en un sentido amplio, gobierno no tienen una estrategia política internacional y los argumentos esgrimidos que nuestros círculos gobernantes tienen un cierto grado de desconexión con la política mundial. No se trata de elegir entre Guatemala, Venezuela o, con la abstención, en contra de ambos. El problema no es tampoco preferir la democracia norteamericana o el populismo a la venezolana. El centro de la disyuntiva, como en todo el último lustro de las relaciones internacionales, es la política exterior de la administración Bush y la reacción mundial que explota Chávez. Y la decisión no debe tomarse ad hoc, sino como parte de una estrategia global.



La política de la actual administración norteamericana la ha
crecientemente aislado del resto del mundo, e incluso el Partido
Republicano corre un gran riesgo de perder el poder en las elecciones que se avecinan. Su política económica, endeudarse y gastar, no solamente revierte la disminución de las desigualdades internas, sino que pone en peligro la estabilidad financiera mundial por el aumento exponencial de todos los déficits estadounidenses, que hasta nosotros ayudamos a financiar.



Su «guerra contra el terrorismo», que en parte es la suspensión de varios derechos civiles, incrementa, no disminuye, la inseguridad interna, según un informe reciente de los servicios de inteligencia de EE.UU. Su invasión de Iraq, sin la bendición del Consejo de Seguridad, y la consiguiente ocupación de ese país abrió la caja de Pandora en el Oriente Próximo; y nadie tiene muy claro como cerrarla. Un mal llamado antinortemericanismo, que es más bien una oposición a la política del gobierno de turno en Washington, se extiende por el mundo e incluye a amigos y admiradores de lo que EE.UU. es, pero no siempre de lo que su gobierno hace. Incluso el nuevo líder conservador británico, Cameron, proclama que la relación privilegiada de Londres con Washington no debe ser «servil».



Ahora Washington tiene un nuevo problema, típico de los neoconservadores, en la elección del miembro no pčrmanente latinoamericano en el Consejo de Seguridad, de los cinco que corresponde elegir anualmente según una distribución geográfica, a la Asamblea General, por un período de dos años. De acuerdo a las normas, requieren del voto de los dos tercios de los países miembros, es decir, 128, por tanto, abstenerse, es votar en contra del o los candidatos. Por lo general, hay un acuerdo previo entre los países de cada región y la votación es un ritual formal. La función de los 10 miembros no permanentes es menos importante que la de los cinco permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia) que tienen veto. Sin embargo, la aprobación de las resoluciones del Consejo también requieren de un mínimo de nueve votos. Y la diferencia de poder entre los «grandes» y los demás se basa en el supuesto de que los primeros proporcionan seguridad y los otros la reciben.



En esta oportunidad, la primera candidatura latinoamericana que salió al ruedo fue Guatemala, y nadie dijo nada a pesar de que es tal vez uno de los países de la región menos indicados para esa función. Desde principios de la década de 1950, cuando fue derrocado el gobierno democrático de ese país, la primera gracia de la CIA en América latina, vivió, por décadas, en un medio de represión y violencia, que en el caso de la mayoría indígena rayó en el genocidio, por parte de militares, bandoleros, escuadrones de la muerte, traficantes, paramilitares, etc.



A fines de la década de 1980, comenzaron las gestiones y presiones internacionales para pacificar tan trágico país, gracias a la diplomacia latinoamericana del renacer democrático, la perestroika y la détente. Durante la administración Clinton, el Consejo de Seguridad acordó una misión, principalmente civil y humanitaria, Minugua, para pacificar Guatemala que se estableció desde 1994 hasta 2004. Finalmente los guatemaltecos lograron respirar en algo de paz.



Por otra parte, es cierto que Guatemala ha participado en algunos entrenamientos militares para misiones de paz, pero estos han sido maniobras virtuales, en computadores, y organizadas por el ejército norteamericano que, a lo más, ha participado en operaciones de contrainsurgencia y sin mucho éxito, como lo demuestran Iraq y Afganistán. Muy recientemente, además, el jefe de la misión de la ONU en Haití es guatemalteco, acompañado por un pequeño contingente militar de su país. No obstante, la situación interna de Guatemala es obviamente inestable después de medio siglo de carnicerías y a solamente meses de que terminó la misión de Minugua. Es decir, más que un participante ha sido un receptor de las misiones de paz. A ello se suma que es uno de los pocos países que reconoce a Taipei, no a Beijing, como el legítimo gobierno de China . Sin embargo, China no vetó la resolución Minugua, en un gesto humanitario, pero hasta ahora Guatemala no reconoce a Beijing.



En ese contexto, más el poder que da el petróleo, que aumenta con un mercado al alza como el actual, Chávez aprovechó la oportunidad, lanzó la candidatura de Venezuela al Consejo de Seguridad y recorrió el mundo con subvenciones, préstamos y acuerdos de todo tipo. Por supuesto que se olvidó que según la Carta de la ONU, en la designación de los miembros no permanentes, hay que tener en cuenta la contribución a la mantención de la paz y la seguridad internacionales de los postulantes, que, en el caso de Venezuela, es casi tan mínima como la de Guatemala, p.ej., tres soldados en promedio mensual entre 1996 y 2006 en las misiones de paz.



La reacción del aparato bushista fue sorprendente. No buscó con discreción otro candidato de consenso. Como Argentina y Perú no pueden serlo según las normas, podría pensarse en Uruguay, por ser el mayor contribuyente latinoamericano de soldados de la paz en los últimos cuatro años, o Brasil, que debería ser miembro permanente del Consejo de Seguridad, es un contribuyente importante a los soldados de la paz (496 en promedio mensual entre 1996 y 2006) y tiene uno de los más destacados mártires de las misiones de paz de la ONU, Sergio Vieira de Mello, representante del Secretario General en Iraq, quien murió en un atentado en Bagdad.



Washington, sin consultar a los gobiernos de la región, presionó por Guatemala y demonizó a Chávez. Al hacerlo, hundió la candidatura guatemalteca, dio la impresión que era su títere, y aumentó la popularidad mundial de Chávez, quien, según The Economist, ganó la partida. Y lo logra al arruinar la candidatura de Guatemala, aunque no obtenga los dos tercios de los votos, lo que por lo demás, en el medio internacional actual, es posible.



En el pasado, la diplomacia norteamericana era más diplomática, aunque usaban por supuesto su poder como lo demuestran dos ejemplos. Los vi tratando de aguar (salvo en el período de Carter), con menos o menor éxito, los proyectos de resolución de la Asamblea General que condenaron por amplias mayorías las violaciones de los derechos humanos en el Chile de Pinochet. Y como lo demuestra un estudio reciente de dos economistas de la Universidad de Harvard, Ilyana Kuziemko y Eric Werker (está en la web), la ayuda norteamericana a los países en desarrollo, mientras son miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, aumenta en promedio en 59% y la de la ONU en 8%. Al parecer, después de la experiencia de la frustrada votación para invadir Iraq, en que naufragaron también con todos los países en desarrollo, quieren tener de partida votos más seguros en el Consejo de Seguridad.



Ahora bien, cómo debe votar Chile. No podemos avalar la ceguera, que espero transitoria, de nuestra gran vecino, que solamente se perjudica a sí mismo. Tampoco podemos «despegar» de América Latina, como lo prometió Pinochet; cada vez que lo intentó fue un fiasco (Madrid, Fiji, Manila, Londres, Washington). En un mundo fracturado e inconquistable, la disuasión asimétrica (que parece ser la doctrina de nuestras FF.AA.), como lo acaba de demostrar Israel en el Líbano, también es un fracaso.



La mejor estrategia para los países medianos y pequeños, como lo prueban la Unión Europea y la Asean expandida, es la acumulación vecinal de poder de negociación. O sea, la política exterior que diseñó Gabriel Valdés en la década de 1960 y que aplicaron los gobiernos de Frei padre y Allende, la integración latinoamericana y mantener buenas relaciones con todas las potencias de la tierra. Y que floreció en nuestra política regional durante el proceso de renacimiento democrático.



Por consiguiente, al comienzo, debiéramos votar en bloque con nuestros vecinos más Brasil y, de no ser posible, en la línea ABC, es decir, de común acuerdo con Brasil y Argentina, los países más importantes para nuestro futuro. Y si nadie logra los votos necesarios, iniciar gestiones diplomáticas conjuntas para un candidato de consenso. Uruguay o Brasil serían mis candidatos.



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Iván Auger. Analista y consultor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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