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Chile y sus relaciones exteriores


La política exterior chilena se despliega sobre una serie de supuestos que bien merecen una reflexión. En la Revista Diplomacia se lee textualmente: «…el elemento cardinal de una política exterior que pretenda asegurar la pervivencia de un país pequeño e internacionalizado, como Chile, está dado por la primacía ideológica de los valores occidentales anglosajones y por la primacía política, económica y militar de los Estados Unidos. Lo demás (llámese multilateralismo, Alianza de Civilizaciones, cuestionamientos de primacía), son alternativas de incierto resultado «(Sic). (1) Nuestro Huntington criollo, Consejero y Cónsul, aconseja a quienes se están formando para ser funcionarios de carrera del Ministerio de Relaciones Exteriores orientar su acción, y con ello la política exterior del país, hacia los valores occidentales anglosajones. En una palabra, la política exterior de nuestro país no sería sino una «nota al pie» de la gran política llevada adelante por el gigante del norte.



A esta altura, nadie discute la hegemonía militar, política, económica y cultural que ejercen los Estados Unidos de América. No obstante, de ello no se puede colegir de buenas a primeras que nuestra supervivencia dependa de una ciega obediencia a la superpotencia, mucho menos, mirar con desdén el multilateralismo y las alianzas. Muy por el contrario, los países pequeños como el nuestro requieren de una actitud flexible y pragmática en sus relaciones internacionales. El gobierno de Chile no debiera tener «amigos» permanentes ni «enemigos» permanentes. El gobierno de Chile, en cambio, tiene intereses permanentes.



Conviene recordar, a modo de ejemplo, la digna actitud del gobierno chileno frente a la guerra de Irak, antes de la invasión anglo-americana. Una posición compartida, en su momento, por varios gobiernos europeos. Chile, en la actual encrucijada internacional debe privilegiar la cautela frente a situaciones potencialmente riesgosas como son la precariedad del patrón dólar en los mercados internacionales, la inestabilidad del precio del petróleo y la delicada situación política y militar en el Medio-Oriente.



No se trata de caer en un fundamentalismo anti-norteamericano, ni mucho menos, se trata más bien de negar cualquier fundamentalismo en nuestra estrategia de inserción a largo plazo en este mundo hipermoderno. Una política inteligente para Chile pasa por diversificar al máximo sus nexos internacionales. La APEC en un buen síntoma en ese sentido, en particular, el TLC con China y Japón. Está pendiente reconfigurar nuestra inserción en América Latina, cuestión que no puede ser abordada desde el miope prejuicio étnico o ideológico ni desde el reduccionismo economicista.



La actual bonanza económica por la que atraviesa el país no debiera hacernos ciegos frente a los avatares del mañana. Chile debe prepararse para un porvenir complejo, ampliando sus reservas en euros, realizando pactos que aseguren en el mediano plano una reserva de gas y petróleo y garantizando condiciones de paz en la región.



Contra lo que predican algunos de nuestros funcionarios del Servicio Exterior, el futuro de Chile no está en convertirse en una estrella más de la bandera norteamericana sino en hacer brillar la propia. Pensar a Chile como una especie de bote a bordo de un transatlántico es peligroso, porque aún el más grande y seguro de estos navíos chocó con un iceberg, se llamaba el Titanic.



(1) Sanhueza, Raúl. Revisitando a Francis Fukuyama y Samuel Huntington. Revista Diplomacia. Academia diplomática de Chile. Andrés Bello. NÅŸ 104. Octubre- Noviembre 2005: 37.



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Alvaro Cuadra. Docente de la Universidad Arcis.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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