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El balance poselectoral de México


La larga dictablanda del PRI generó en más de 70 años de partido único una serie de características sui generis del ejercicio político que deberían ser reconocidas para poder entender tanto las circunstancias actuales como el futuro. El dramático encogimiento del PRI en su papel de partido que abarcaba desde el centro político hasta la centro-izquierda ha dejado a un amplio vacío-oportunidad. Dicho espacio ha sido llenado por dos fuerzas políticas; el PAN de centro derecha y el PRD de centro izquierda.



El peso de una clase política caduca, refugiada en los antiguos modos de negociación de los viejos actores priistas ahora reconvertidos en «izquierdistas», pone en peligro la posibilidad de seguir una vía de construcción de un estado de derecho basado en principios democráticos, construcción que dista de ser completa o irreversible.



Una parte importante de lo que se está dirimiendo en el país en este momento es si los valores democráticos, incluyendo el derecho a la diversidad de ideas y el respeto a la ley se van a imponer, o si tendremos un caudillo autoritario y manipulador que de lugar a un segundo capítulo de dictablanda priista recauchada o, inclusive, de acuerdo a las ominosas señales enviadas por la intolerancia exibida con impudicia y violencia hacia las ideas diferentes en estos días, algo aún peor. Esto es una clara manifestación de las limitaciones democráticas de este liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) basado en priistas reconvertidos en supuestos izquierdistas que se han apoderado del PRD.



Una ilustración de la construcción de una ideología antidemocrática que se ha vendido por su carismático Mesías tropical, se refleja bien en la idea intolerante y absurda de que no existiría una verdadera democracia sin la «izquierda» en el poder. Esta idea ha sido usada para generar un mito cuyas víctimas han sido los propios principios democráticos, al considerar una parte nada despreciable de la población (aunque en declive), que vale mas la pena defender la supuesta «victoria» del caudillo, basada en consignas, que las libertades democráticas, consideradas como superfluas a menos que el gobierno esté «dirigido por la gente correcta». Es en esta idea expresada por su caudillo con claridad al afirmar que el «triunfo de la derecha es moralmente imposible», donde se deben buscar las verdaderas pruebas del fraude electoral.



Demasiado de algo bueno es una frase anglosajona para designar una situación en la cual algo que en dosis adecuadas podría ser benéfico, llega a intoxicar. La actuación del movimiento social encabezado por AMLO cae perfectamente dentro de esta descripción. Siendo la segunda fuerza política electoral en el parlamento, en parte gracias a que el PRD pudo ocupar cierta franja ideológica del centro hacia la izquierda que quedó vacía con el encogimiento del PRI ilustra que en dosis adecuadas y con el balance justo entre el planteamiento de objetivos de justicia social y respeto a las reglas de la democracia, el movimiento social de AMLO, hubiese podido ganar adeptos electorales en cantidad mas que suficiente para ganar la elección presidencial. ¿En que aspectos se equivocó este movimiento antes y después de las elecciones?



Suponiendo que su objetivo fuese ganar la elección presidencial, por algún motivo que deberíamos examinar, es preciso reconocer que AMLO nunca quiso dar claras señales de que respetaría la institucionalidad ni la democracia si los resultados no le eran favorables (aunque firmó un pacto en este sentido antes de la elección, cuando todavía no se había transformado en «un cochinero»). Nunca reafirmó ser un demócrata ante las numerosas sospechas de sus también numerosos críticos y ni en los hechos ni en las declaraciones le dio importancia suficiente al tema, indicando «por omisión» su carácter secundario.



Aunque antes y después de la elección se ha jurado «un defensor de la democracia», está claro que se trata de una «democracia» sui generis, que no guarda relación alguna con la aceptación de la pluralidad de opiniones o críticas. Esta falta de definición, que ha resultado una de las pocas cosas genuinas de su personalidad, puede haber sido un cálculo erróneo de su parte sobre la importancia que realmente dieron a las libertades democráticas los votantes al tomar su decisión y de los ciudadanos para respetar las instituciones.



Sus propuestas postelectorales antiinstitucionales (que ha ido juntas a la deliberada polarización que ha causado en la sociedad mexicana y su evidente violencia verbal que esconde mal un burdo resentimiento personal contra el presidente electo Calderón, al que llama «pelele»), no se ve viables en este momento una posibilidad real de acceso al poder político por su parte, independientemente de que represente una opción con cierto atractivo por su planteamiento de renovar las instituciones y que la lucha postelectoral haya sido atractiva para algunos intelectuales excesivamente entusiasmados con la retórica revolucionaria.



Para una persona que ha demostrado la inmensa habilidad política de AMLO para moverse en la cuerda floja en los años previos a las elecciones, es sorprendente esta actitud y refleja aparentemente otro error por falta de flexibilidad, que indicaría su inclinación natural hacia el autoritarismo y su mal escondida prepotencia. Puede haber también, porqué no, una reacción simplemente de inconciencia destructiva ante la frustración de la derrota. Nada que indique un estadista responsable para solucionar los complejos problemas del país que requieren cordura y capacidad de negociar.



En los hechos, sobre todo durante y después de las elecciones, pese a las tentativas de chantaje y a un persistente bombardeo mediático, la sociedad mexicana le ha dicho sí a la democracia y no a la ruptura institucional. En este proceso, el que la izquierda recupere la cordura y la tolerancia y se reencauce en un camino de respeto a la democracia, sus valores y sus prácticas para construirse como una opción política respetuosa a las libertades básicas y movida por principios y no por liderazgos fuertes y arbitrarios, ayudaría mucho al país.
Seguramente también ayudaría a la izquierda para seguir teniendo necesarios éxitos electorales basados en la defensa de los valiosos principios que aporta a la sociedad, en lugar de pensar que las preferencias del electorado son resultado de circunstancias irrepetibles asociadas con la capacidad de manipulación del Mesías de turno.



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*Hugo H. Montaldo. Genetista, experto en estadística y analista social independiente. Profesor de la UNAM.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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