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Las huellas de la prisión y el exilio


Michele Bachelet ha vuelto a Villa Grimaldi. Lo hace como Presidenta de la República, después de 31 años, cuando lo hiciera como prisionera. Entonces, sindicada por el gobierno «de facto» como parte del bando de los «enemigos de Chile», ahora reconocida por todos, incluidos los incondicionales de ese gobierno dictatorial, como Jefa del Estado de Chile. Un retrato que la mirada del analista arrojará explicaciones en abundancia, pero distinta será la mirada del contemplativo que proyectará algo extraordinario, asombroso.



Este tipo de fotografía no es nueva en la historia reciente, del siglo XX, pero casi siempre el ojo humano se detiene en ella. Atraído por la paradoja, el contraste, el enigma que encierra; en segundos algo se desliza en la intimidad. En la retina queda fijada una composición impresa en la memoria, disponible para recordar, reflexionar, comunicar.



La presencia de la Presidenta en el Parque de la Paz está asociada inexorablemente a la presencia de la prisionera militante socialista en el campo de concentración de la Dina. Por allí atravesó «la experiencia del mal radical» que todo lo invade y devora, recordada por el ex prisionero del campo de concentración nazi de Buchenwald, Jorge Semprún, en La escritura o la vida.



Michele Bachelet ha abrazado a una de sus ex compañeras de celda, ha recorrido con pausas la geografía de lo que fuera un espacio cerrado administrado por carceleros y, ahora, convertida en un espacio abierto administrado por sobrevivientes. Se ha detenido ante el memorial de las 226 personas que no pudieron atravesar, siendo devorados por la maquinaria de muerte. En este lugar ha aparecido la Presidenta anunciando que está en su mente sacudirse de una de las rémoras de ese otro tiempo: la amnistía decretada en 1978.



Otro aire de justicia llega a Chile de la mano de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La entidad de la OEA impugna la aplicación de la amnistía del Estado chileno sancionada en 1996 ante un delito considerado de lesa humanidad, la ejecución del profesor comunista Luis Almonacid a la salida de su casa, días después del golpe militar de 1973.



Asoman los peros y razones jurídicas que hacen ineficaz lo que pasa por la mente de la Presidenta. Derogar la amnistía es un acto al vacío, pues todos los hechos amnistiados son anteriores a cuando el Estado chileno suscribió la Convención Americana en 1990. Pero cabría preguntarse por el valor jurídico de la amnistía de 1978: impuesta por un régimen «de facto» reñido con los principios del estado de derecho y que puso en interdicción el poder de los jueces al despojarle de una de sus competencias fundamentales, administrar habeas corpus.



Michele Bachelet días después que atravesara por la experiencia de la Villa Grimaldi voló a la República Democrática Alemana, el 1 de febrero de 1975, algo semejante es lo que hace en estos días. La Presidenta tras reencontrarse con Grimaldi, ha volado a Alemania, el 18 de octubre de 2006 donde recorrerá la geografía de su exilio. La Presidenta que toca las huellas de su prisión y su exilio, la que se dispone a tocar uno de los capítulos pendientes de la Concertación, la amnistía del 78, simplemente, toca lo humano. Eso, contemplarlo… asombra.



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Pablo Portales. Periodista.










  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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