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El voto en la ONU y la ideología conservadora


Al optar por abstenerse en la votación para elegir el miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la decisión presidencial evitó comprometerse con un proyecto latinoamericanista y de solidaridad continental. Se impuso la estrategia del avestruz.



Al no tenderle la mano a Venezuela, un país latinoamericano acosado por la superpotencia norteamericana, no se contribuyó a despejar la vía para la unidad latinoamericana. Sin pena ni gloria se escamoteó la posibilidad de que Chile proyectara su influencia en el plano diplomático. No hubo respaldo político generador de un clima de confianza que hubiera ayudado a consolidar el método de resolución de conflictos entre naciones latinoamericanas basado en el diálogo y la diplomacia inteligente.



El lado ciudadano de la cosa; pese al discurso de los «intereses superiores» del Estado y la Nación, el incordio generado y los términos del debate sugieren que visiones muy diferentes —incluso contradictorias— existen en la coalición de gobierno. Están en juego la proyección de Chile en el siglo XXI y su lugar en el sistema de alianzas internacionales.



El debate sugiere que en el sistema político chileno, pese a la abstención y a la falta de ‘razones de Estado’, una Presidenta socialista no es lo mismo que una mandataria DC o de la Alianza derechista.



Es muy probable que en un futuro inmediato las diferencias vuelvan a resurgir. Quedó demostrado que la política internacional de Chile se teje en un contexto bien determinado de correlaciones de fuerzas donde se confrontan visiones políticas e ideológicas de distinto signo.



Es conveniente recordárselo a todas las corrientes políticas, y no sólo a las autoritarias: si la Política Exterior es por definición una Política de Estado, la legitimidad que éste tiene para imponerla (y para ejercer el monopolio de la violencia interna y externa) se obtiene por los canales del proceso democrático de formación de la voluntad ciudadana y por elecciones periódicas, libres e informadas.



También resulta claro que muchos de los argumentos esgrimidos por las fuerzas de centro y derecha se inscriben en las versiones que existen acerca de esa difusa realidad denominada «Civilización Occidental».



No se trata —como algunos lo han pretendido para acallar los debates— de diferencias insignificantes, ni el fenómeno es tampoco típicamente chileno. En el seno mismo de las formaciones partidarias de las democracias occidentales la política internacional se ha convertido en un tema de debate prioritario e insoslayable.



La razón es simple. Los ciudadanos constatan que, en el contexto de la globalización neoliberal y de las recurrentes y peligrosas actitudes imperiales de EE.UU., los gobiernos electos deben posicionarse ante los múltiples problemas de política exterior, de orden planetario como el cambio climático, de ingerencia por razones humanitarias, de alianzas geopolíticas y de otros temas que superan la jurisdicción de los Estados nación. De ahí los intereses en juego.



En este marco, cabe señalar las secuelas políticas e ideológicas que dejó, en el escenario nacional, la reciente visita a Chile de algunos «maí®tres Å• penser«, invitados por las fuerzas de centro y derecha. Tanto el teórico neoconservador norteamericano, Francis Fukuyama, como el político español, José María Aznar, tienen lecturas ‘geopolíticas’ esquemáticas e interesadas con respecto a lo que llaman «Occidente» y al núcleo de ideas civilizacionales surgidas de la Modernidad (siglo XVII).



Aznar, el campeón de la derecha criolla



Fácil es constatar que ante el mar de dudas y las antinomias del pensamiento de un Fukuyama decepcionado por el gobierno de los neoconservadores de Bush (sus fracasos militares en Irak, la inviabilidad de la democracia impuesta por la fuerza) y sus ataques a las libertades constitucionales, las elites de la DC, la UDI y RN prefieren el discurso simplista de José María Aznar, líder de la derecha española.



El ex mandatario español, un incondicional de George Bush, ataca todo lo que huele a Estado solidario, justicia social, recuperación soberana de los recursos naturales, igualdad de géneros, afirmación de la identidad sexual e indigenismo, en Latinoamérica.



Por un lado, Aznar, defiende, el neoliberalismo puro y duro que les garantiza a las multinacionales españolas de la energía, las telecomunicaciones y la banca la realización de suculentas ganancias en América Latina, y por el otro, los valores más retrógrados procedentes de la moral religiosa (1). Con sus corolarios de desprecio por la ética democrática y los derechos individuales y colectivos. Este cóctel ‘valórico’ es la base de un pensamiento doctrinario de esencia antimoderno al cual adhieren gustosas las derechas, puesto que concilia integrismo cristiano con capitalismo neoliberal y militarismo invasor neo-colonial (2); neoconservadores y fundamentalistas protestantes con conservadores católicos.



Todas estas doctrinas manifiestan un evidente desprecio tanto por el humanismo laico como por el auténtico humanismo cristiano y el universalismo judío y musulmán. Pensadores de estas tres culturas religiosas vivieron compartiendo filosofías y ciencia en la magnífica ciudad cosmopolita de Granada (Andalucía), en el siglo XV (3). En este espacio cívico, donde los tres monoteísmos coexistieron pacíficamente, irradiaban la cultura y la ciencia laicas, germinaban las virtudes de la razón y había diálogo de ideas. Fue este crisol de valores que influenció a Fray Bartolomé de las Casas (1484-1566) en su defensa irrestricta de los derechos humanos de los pueblos originarios de América.



La nueva dinámica religioso-cultural retrógrada impulsada por el conservadurismo occidental ha aceptado las tesis de Samuel Huntington (4), quien sostiene que una nueva realidad política se ha impuesto en el siglo XXI: la recomposición de la política global según «ejes culturales» o lo que él llama los «bloques civilizacionales».



Según Huntington, entre las ocho civilizaciones (bloques) mundiales se encuentra la latinoamericana. Ésta puede convertirse en un bloque con peso en un mundo multipolar a condición de tomar consciencia de su potencial cultural, económico y político. Proyecto combatido por centros mundiales económicos, militares e ideológicos ligados a la arquitectónica de poder imperial. ¿No hay acaso un muro en construcción para separar el Norte de América anglosajona del Sur latino? Huntington ha sido bastante explícito acerca del ‘peligro’ que representa la lengua y la cultura de los ‘latinos’ para los «valores occidentales» en su versión estadounidense.



Al afirmar que el antagonismo fundamental, impregnado por el odio y la violencia, es el que existe entre el Islam y el «mundo occidental, las tesis de Huntington y de políticos como Aznar, alimentan el fanatismo religioso, tanto islamista como cristiano. Tesis simplistas, ya que confunden el islamismo político fundamentalista de una minoría (el ‘benladenismo’ o ‘salafismo’) con el Islam. Así, los extremos se alimentan.



Demás está decir que son sectores de las elites políticas y económicas dominantes los que son permeables, aplauden y comparten el tipo de análisis según el cual ‘Occidente’ es concebido como un todo monolítico salido directamente del siglo XVI, etnocentrista, propietario de la verdad, arrogante y presto a usar la fuerza para imponer sus intereses.



Se olvida que fue esta misma ‘Civilización’, en su versión europea-occidental, la que engendró el nazismo y la Shoah. El carácter de civilización homogénea, que con premura se le quiere dar al fenómeno ‘Occidente’, tiende más a ocultar la compleja realidad histórica y presente actual, que a dar sentido o explicar.



Cabe destacar que en las sociedades occidentales hay una diversidad de movimientos, identidades, éticas, legados, filiaciones y utopías además de conflictos sociales, políticos y económicos que persisten desde el siglo XIX. Realidades que rayan un campo de fuerzas en conflicto permanente.



Se trata de un espacio en disputa por imponer orientaciones de distinto signo. Una dinámica hacia una modernidad laica y humanista y, otra, que apoyándose en el vacío dejado por la derrota del proyecto socialista y socialdemócrata apela a la consolidación del capitalismo neoliberal, al uso de la fuerza militar y al retorno y a la instrumentalización de las religiones (5).



Dos versiones de la Ilustración: la radical y la modernada



Los recientes estudios acerca de la Modernidad y de la Ilustración realizados por el investigador universitario norteamericano Jonathan I. Israel (6) muestran que dos corrientes filosófico-políticas atraviesan la modernidad. Una ilustración radical, racionalista, crítica de las instituciones dominantes (Iglesia, Estados monárquicos, pensamientos dogmáticos y aristocráticos) cuyo referente es la filosofía spinozista (Baruch Spinoza el referente para toda Europa y en Francia Diderot), la otra moderada (Hobbes, Locke y sobre todo Newton), será la que los poderes dominantes adoptarán para combatir la primera.

La existencia de una consciencia cosmopolita mundial humanista, crítica y laica no es un hecho reciente. Ni tampoco una mera reacción a los efectos de la globalización neoliberal y del ordenamiento unipolar del mundo. Ella tiene sus raíces tanto en la modernidad radical, como en las luchas sindicales y obreras por conquistar derechos democráticos desde hace más de dos siglos; en las luchas anticolonialistas y por la liberación nacional de los 60′ y en los movimientos sociales contemporáneos por la autonomía, la identidad y contra la destrucción ecológica del planeta



El acontecimiento factual o hecho histórico (votar o no por Venezuela) no es una «agitación de la superficie» a la Fernand Braudel, puesto que el acontecimiento es producto de decisiones humanas. El acontecimiento le da visibilidad a la tendencia histórica cuyo curso y sentido pueden ser modificados por las decisiones de la voluntad política y la praxis humana.



De vuelta a la política contingente. En el voto de Chile no hay mirada al futuro. Es una derrota para toda la izquierda. Las elites políticas concertacionistas son reticentes a inscribir al país en el proceso de unidad y proyección de Latinoamérica en un mundo multipolar. En este combate de ideas y visiones planetarias por modelar el mundo y la vida (el biopoder de M. Foucault), el continente latinoamericano tiene un lugar y una riqueza cultural que ofrecer para un proyecto democrático, humanista laico, respetuoso de la pluralidad de identidades y culturas, solidario y emancipador de las opresiones políticas, económicas y de género.



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(1) La moral conservadora es una reacción a lo que algunos denominan la «crisis moral» debido al «relativismo de valores» de la postmodernidad y a las reivindicaciones democráticas de movimientos sociales que luchan por el reconocimiento de sus identidades y subjetividades específicas (lesbianas, homosexuales, mujeres). Los fundamentos o principios de la moral son religiosos, «revelados». La reflexión ética es de carácter democrático. En ética no hay verdades absolutas, sino principios abiertos y razonables. Las problemáticas éticas son debatidas en el espacio público.



(2) Según Jürgen Habermas, el germen del autoritarismo y del conservadurismo reside en el rechazo de los logros de la modernidad y de la Ilustración (los principios de reflexión, de crítica, de libertad y de democracia). Para el filósofo alemán, el pensamiento conservador busca ocultar la Modernidad Cultural para quedarse con sólo con el «progreso técnico y el crecimiento capitalista». Ver, Donald Ipperciel, «Habermas le penseur engagé. Pour une lecture politique de son oeuvre», Les presses de l’Université. Laval, 2003, 73 p.



(3) La Filosofía Medieval es en gran parte la apropiación de la «philosophia» griega por los musulmanes, los cristianos y los judíos de «Occidente». Los cristianos aprendieron a filosofar leyendo a Averroes y a Avicena, grandes filósofo árabes que transmitieron el pensamiento de Aristóteles. Al-Andalús designa en árabe un espacio — la región de la Península Ibérica sometida a la dominación árabe musulmana durante 7 siglos (711-1492) — y una formación político-cultural, un desarrollo científico, artístico y arquitectural.



(4) El paradigma del Choque de Civilizaciones (el concepto fue originalmente elaborado por el británico Bernard Lewis) del politólogo estadounidense Samuel Huntington pretende ser el modelo que explicaría los conflictos políticos del siglo XXI a partir de factores culturales y religiosos.



(5) Es la tesis desarrollada por George Corm en su libro «La question religieuse au XXI sičcle», Editions La Découverte, Paris 2006, 215 p.



(6) El extraordinario trabajo erudito de Jonathan I. Israel ha modificado la lectura de la Modernidad filosófica cultural y política. Ver: «Radical Enlightenment, Philosophy and the Making of Modernity 1650-1750», Oxford University Press, 2002, 832 p.




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Leopoldo Lavín es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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