Publicidad

La ceguera del salmón


El pasado 20 de octubre, Rodrigo Infante, gerente general de SalmonChile publicó a través de este medio electrónico una columna titulada «Omisiones en campaña contra salmonicultura», en la cual acusa a Fundación Terram de llevar a cabo junto a otras organizaciones de la sociedad civil, una campaña para desprestigiar a la industria salmonera chilena, dando cuenta además, de lo «frustrante» que le resulta a la industria ser continuamente vilipendiados por quienes (según su particular visión) irresponsablemente, son proclives a la crítica fácil y efectista.



Al respecto, es pertinente precisar que la «Pure Salmon Campaign» es un proyecto global que promociona una salmonicultura más justa y sustentable en siete de los principales países productores de salmones (no sólo en Chile), tal como señalé expresamente en la columna «Salmonicultura: Globalicemos también los derechos», publicada en este mismo medio el 18 de octubre pasado, y a la cual hace alusión el gerente de SalmonChile.



Asimismo, Fundación Terram publicó un comunicado de prensa con fecha 11 de octubre en el cual se indicaba que el objetivo de esta campaña no es atentar en contra del sector salmonicultor, ni pretende atacar a las distintas empresas salmoneras en particular, sino informar a los consumidores, autoridades y a la ciudadanía en general sobre los impactos ambientales, sociales y de salud, asociados al cultivo del salmón y a las actuales prácticas de las empresas productoras, las que por cierto son lamentables.



Por otra parte, es muy positivo que SalmonChile valide públicamente el estudio realizado por el experto de la FAO, Albert Tacon, pues es precisamente a partir de este documento que se puede inferir que (al menos en el caso de Chile) se requieren de 9,9 kilos de peces pelágicos para producir apenas un kilo del salmón cultivado. Efectivamente, tal como señala el señor Infante, el documento indica que se requerirían entre 2,9 y 4,2 kilos de peces para producir un kilo de salmón en Chile, la diferencia radica en que Tacon estima la tasa de conversión considerando como insumo principal el harina de pescado, pero las condiciones actuales de composición del alimento para salmones corresponde a un 35% de harina y 35% de aceite de pescado (como precisa Tacon en su documento). Por tanto, resulta lógico que la tasa de conversión se estime a través del aceite, pues la elaboración de un kilo de este insumo requiere entre 21,4 y 27,2 kilos de peces (FAO, 1999) en comparación a los 4,3 y 5 kilos de peces que requiere la elaboración de harina, por lo tanto, es el aceite el insumo principal para el alimento del salmón.



En otro ámbito, Infante insiste en señalar que «los índices de pobreza e indigencia e ingresos de las comunas en las que se desarrolla esta actividad son mejores y han mejorado más rápido que los de similares comunas del resto de país», conclusión errónea, puesto que esto lo infiere a partir de los datos que entrega la encuesta Casen, instrumento que es utilizado desde 1990, pero sin considerar información de comunas salmoneras hasta el 2000 (salvo los casos de Ancud, incluida desde 1996, y Puerto Montt, que ha estado siempre presente). ¿Cómo puede entonces concluirse que estas comunas se encuentran mejor que antes o en mejores condiciones que otras comunas, si no existe punto de comparación?.



El representante gremial indica además que las remuneraciones del sector salmonero superan en 40% y hasta en 130% las de otros sectores para similar «cualificación». Si consideramos el estudio de remuneraciones en plantas de proceso de la industria salmonera realizado por la dirección del trabajo y que señala que el sueldo promedio líquido de los operarios era de aproximadamente $187.825 (en dicho estudio se consideraron siete de las empresas salmoneras más grandes), significaría que los otros sectores económicos de similar cualificación, pagarían sueldos que fluctúan entre $80.000 y $132.000 y por lo tanto ilegales, ya que no cumplen el mínimo exigido por ley, ¿cuáles son estos sectores?



Aunque este dato es bastante improbable, resulta de todas formas más pertinente comparar estas remuneraciones con la de otros países productores de salmón. Esta industria es global y debe ser analizada como tal (actualmente casi el 40% de las empresas que producen en Chile son de capitales extranjeros). En comparación con un operador noruego, el chileno recibe hasta ocho veces menos, valor que llega hasta casi cuatro veces, si se ajusta por poder adquisitivo.



Y si se quiere comparar las condiciones de calidad y cantidad de infraestructura vial o portuaria, debiesen confrontarse también los aportes tributarios que realizan las empresas salmoneras en Chile y en Noruega. Los montos y porcentajes que se tributan en Chile son considerablemente menores que en Noruega, donde además las concesiones acuícolas no son «regaladas» como en nuestro país. ¿Acaso espera la industria que además el Estado la subsidie con una mejor infraestructura?.



La industria salmonera externaliza sus elevados costos a los pescadores artesanales, al turismo, comunidades locales y utiliza recursos públicos como el agua y borde costero, por tanto, está sujeta al debate público. No es de nuestra competencia destacar los beneficios de esta actividad (aunque no las desconocemos cuando realmente son tales), la cara bonita del salmón la presenta la propia industria, que destaca en numerosos medios de comunicación electrónicos y escritos cada acción que realizan.



Es impresentable para una industria moderna tener niveles de infraccionalidad laboral superiores al 80%, y que en su mayoría se deben a materias relativas a precarias condiciones de higiene y seguridad (32% del total), y no por la falta del libro de asistencia en las balsas jaulas, como señaló recientemente el gerente general de SalmonChile en un programa radial.



Nuestra misión es presentarle a la sociedad la cara oculta de esta industria, la del 80% de infraccionalidad laboral, la de la tasa de accidentabilidad de 13,9% en plantas de proceso y 11,2% en centros de cultivo, la de los bajos salarios, la de los buzos muertos, la de las prácticas antisindicales, la de sobreproducción, la de los vertederos y centros de cultivos ilegales, la que está contaminando los fiordos del sur de Chile.



No basta con querer mejorar los estándares de vida de los trabajadores y de las comunas salmoneras, no bastan las declaraciones de buenas intenciones, la voluntad se refleja en hechos concretos. Como organización de la sociedad civil no estamos en contra de la industria, estamos a favor de una salmonicultura sustentable.



_________________________________



Francisco Pinto. Economista de Fundación Terram


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias