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Integración económica y TLCs


Existen dos misterios respecto de la profusión de acuerdos bilaterales y regionales de libre comercio. El primero es, ¿por qué las naciones se empeñan tanto en establecer tales acuerdos, cuando los principios que los rigen ya han sido acordados en el marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que, además, los obliga a hacerlos compatible con ella? El segundo es más general. ¿Porqué las naciones ponen tanto empeño en formalizar este tipo de acuerdos, sabiendo que sus esfuerzos pueden ser infructuosos si sus contrapartes establecen los mismos acuerdos con otras naciones?



Según datos aportados recientemente por Pascal Lamy, Director General de la OMC, durante la existencia de la OMC y su antecesor (GATT), se ha notificado de 362 acuerdos comerciales preferenciales (bilaterales y regionales). De estos se encuentran vigentes 211. Tomando en cuenta las negociaciones en marcha, se prevé que hasta el año 2010 podrían estar implementándose hasta 400 acuerdos de este tipo. Es decir, ninguno de estos acuerdos podrá reclamar exclusividad.



Para Lamy ello estaría demostrando un constante alejamiento de las naciones de los conceptos de integración económica vigentes hasta hace no mucho tiempo atrás. De la integración de países vecinos, se estaría pasando a una integración entre países y regiones e, incluso, hemisferios diferentes. «Abundan los ejemplos», afirma Lamy, como los tratados entre Chile-EFTA (podría agregarse el Chile-Unión Europea), EE.UU-Australia o Unión Europea-Sudáfrica.



Sin embargo, este cuadro es distorsionante. Son muchos los países vecinos y/o relativamente cercanos, con historias y culturas si no similares, por lo menos cercanas, los que recurren a este tipo de acuerdos. Según el Banco Asiático de Desarrollo (Outlook 2006), desde la creación de Asean en 1992 – primer tratado regional de libre comercio del continente asiático- hasta 2006, se había notificado a la OMC de 36 acuerdos, «con un número mucho mayor en negociación o consideración». China y la India están empeñados arduamente en cerrar nuevos acuerdos, tanto dentro como fuera de la región. La situación de Africa y América Latina no es diferente. El Banco Mundial se ha encargado de dibujar el cuadro de spaguettis y rigatonis de la cacerola mundial de acuerdos de libre comercio bilaterales y regionales (véase: Perspectivas económicas mundiales 2005).



Más que avanzar hacia nuevos conceptos de integración, lo que está sucediendo es que las naciones han perdido toda orientación sobre cómo lograrla. Por eso, no saben qué priorizar en su comercio mundial. Además, es mucho más fácil eludir compromisos bilaterales que los multilaterales.



En algunos casos, la desorientación resulta casi folclórica. Así, por ejemplo, las negociaciones de un TLC entre Costa Rica y Panamá están estancadas, porque los gobiernos respectivos no se ponen de acuerdo si incluir o no los embutidos, confitería, chocolates, chicles, galletas, panadería, y pastas alimenticias en la liste de productos liberados. Al parecer, para ambos países se trata de productos estratégicos.



Según algunos estudios recientes, todo el alboroto podría resultar inútil. En una revisión de un teorema casi sacrosanto de la teoría económica, de que el auge del comercio entre países europeos más desarrollados durante la segunda mitad del siglo XIX tuvo como inicio el tratado de libre comercio entre Inglaterra y Francia (tratado Cobden-Chevalier de 1860), dos investigadores (Accominotti/Flandreau) han concluido que él no tuvo significación alguna. Otro estudio ha puesto en duda si todo el aparataje de acuerdos del GATT/OMC ha servido para algo en la promoción del comercio mundial durante los últimos decenios (Andrew Rose, en American Economic Review, 2006).



De lo que se trata aquí no es poner en discusión si el comercio mundial aumentó o no, porque eso es evidente. Ni tampoco, si los efectos beneficiosos de este aumento son reales o no. Más bien, los resultados de estos estudios indican que el instrumento de los tratados bi- y multilaterales prácticamente ha sido irrelevante para el crecimiento de este comercio. En el marco de la globalización, este se habría producido con o sin ellos.



A pesar de existir una instancia específica de la OMC para revisar la compatibilidad de los tratados regionales de libre comercio con sus propios principios, en los últimos años, ningún estado ha recurrido a ella. Todos se hacen los tontos. Y siguen negociando nuevos tratados. Es que ninguna nación se atreve a denunciar las evidentes incompatibilidades. La razón es que éstos responden a visiones coyunturales, carentes de perspectivas estructurales de largo plazo.



Para los bloques fuertes, como la Unión Europea, o países como EE.UU., Japón, China y la India, ello no significa problema alguno. Ellos pueden estructurar su comercio de acuerdo a sus propios fines e intereses. Para los países más débiles queda la pelea por los chicles y las salchichas. Mientras tanto dan libre acceso a sus materias primas y recursos naturales, de los cuales sus supuestos socios están ávidos de todas maneras.



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Alexander Schubert. Economista y politólogo.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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