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Daniel Ortega contradice a Heráclito


Especial para el diario El Mostrador.cl





Daniel Ortega nació en 1945 en La Libertad, un pueblito ganadero y minero empotrado en los llanos del área central de Nicaragua.



Pero en 1950 su familia se mudó a Managua, a la Colonia Somoza, frente a la estatua de Somoza del Estadio Somoza. Allí estudiaron en el Colegio Calasanz, y por las tardes se agavillaba su pandilla alrededor de los chorros de la fuente del Parque Somoza.



En 1963 abandonó sus estudios de Derecho en la Universidad Centroamericana de Managua para unirse al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Fue encarcelado entre 1967 y 1974 por participar en el asalto a un banco. Tras las rejas de la Cárcel Modelo vivió el bamboleo del terremoto que destruyó Managua, ocurrido en la víspera de Navidad de 1972.



Cuando recuperó la libertad (gracias a un canje de prisioneros tras la acción de un comando que había tomado rehenes en la residencia de un colaborador de Somoza), se exilió en Cuba.



De la isla regresó clandestinamente a Nicaragua para colaborar en la lucha armada que puso fin al régimen somocista. Depuesto el dictador, Ortega desempeñó la coordinación de la Junta de Gobierno y fue Jefe de Estado de 1984 a 1990.



Durante su mandato se asumió una construcción jurídica impúdica e injusta: la revolución era fuente de derecho. Ello significó la partida de nacimiento de la «nueva clase» a que se refirió el yugoslavo Milovan Djilas, que supeditó los derechos ciudadanos a la ideología y, por consecuencia, la ciudadanía a los ideólogos que ostentaban el poder.



En su Principia de 1687, Isaac Newton postuló que toda acción va seguida de una reacción igual y opuesta. A lo largo de los siglos su teoría se reveló como una predicción útil tanto para la física, como para la política. Mismamente, el FSLN, al condicionar la participación social a la ideología, no dirimió los conflictos políticos, sino que polarizó la sociedad y disipó tenazmente el ámbito de oportunidades que la revolución parecía haber restablecido mediante una cuota de sangre bastante alta. Como reacción de la intransigencia revolucionaria, sobrevino otra guerra civil.



Presionado social y económicamente por causa de la prolongada guerra civil, el sandinismo accedió al sufragio. La directiva sandinista consideró que era una oportunidad de legitimar el régimen y deslegitimar a la Contra; es decir, de acabar con la guerra y el embargo de Estados Unidos, en un escenario en donde una derrota electoral estaba fuera de todo cálculo.



No obstante, en 1990 Daniel Ortega fue derrotado contra pronóstico por el «efecto UNO»: todos contra el Frente. San Agustín había hablado de «unidad en las cosas esenciales y libertad en las no esenciales». Fue una buena máxima para agrupar a catorce partidos heterogéneos (desde el partido comunista hasta el partido conservador), presididos por Violeta de Chamorro. Además, la Contra y EEUU habían puesto su parte en labrar esta victoria en las urnas.



Pero justo antes de traspasar el gobierno, el sandinismo se destapó, en lo que se denominó «la piñata sandinista», como una infame cleptocracia. La lógica fue la siguiente: la organización, para sobrevivir en la oposición, necesita recursos; y los que estaban a mano eran el erario y los bienes del Estado.



La piñata sandinista le costó al país mil millones de dólares. Pero como dice el ex Vicepresidente Sergio Ramírez, «peor que esa primera piñata fue la segunda, cuando el FSLN consintió que el Gobierno de Violeta Chamorro privatizara el grueso de los bienes y empresas estatales, a cambio de un 30% de esos bienes y empresas que pasarían a mano de los trabajadores, una operación que nunca se dio. Los verdaderos beneficiarios fueron líderes sindicales corruptos, que en su mayoría vendieron luego su participación, y dirigentes del propio Frente Sandinista, ahora parte de la elite de nuevos ricos de Nicaragua».



La «piñata del ordenamiento» durante Doña Violeta le costó al país todavía más que la primera piñata. En ambas piñatas hubo un puñado de gente que saltó de la pobreza a la riqueza a la velocidad de la luz. De manera que la estrategia funcionó: el FSLN se instaló en el establishment como una poderosa realidad política y económica.



En 1996 Daniel Ortega fue derrotado por segunda vez en una contienda polarizada contra Arnoldo Alemán, en la que la Iglesia puso su peso en la balanza: Juan Pablo II en una visita papal dejó un estupendo lema de campaña a la Alianza Liberal, refiriéndose a la «noche oscura» del sandinismo; y el Cardenal Obando impactó con una parábola en la que Daniel Ortega era personificado por una víbora. Esta elección volvió a enrostrarle a Daniel Ortega una verdad indefectible: el anti-sandinismo es mayor que el sandinismo.



Conscientes del axioma anterior, Arnoldo Alemán y Daniel Ortega pactaron que se rebajara el requerimiento para ganar en primera vuelta del 45% al 40%, con la posibilidad de conseguir el triunfo en los comicios con el 35% si se aventajaba con un mínimo de cinco puntos porcentuales al segundo lugar. A cambio Alemán recibió el apoyo para reformar la ley electoral afianzando el bipartidismo. No importaba si el FSLN acariciaba su techo electoral, si en el contexto bipartidista su arrastre estaba condenado a ser el de una fuerza de minoría.



¿Cuál es la diferencia entre «pacto» y «acuerdo o contrato social»? En el diccionario nicaragüense, el primero es excluyente, antidemocrático, prebendario y sólo beneficia a grupos reducidos. En cambio, el segundo implica un acuerdo político entre grupos rivales que beneficia al conjunto de la sociedad. Alemán y Ortega pactaron repartiéndose cuotas de poder.



En el 2001 Daniel Ortega fue derrotado en las elecciones por tercera vez, cuando EU impidió que se fragmentara el anti-sandinismo sacando a un candidato conservador de juego. Lo anterior, sumado a los sucesos del 11-S, derivó en que las encuestas empezaran a sellar el triunfo de Enrique Bolaños, a despecho de que el FSLN había conseguido de Alemán que se bajara la primera vuelta al 35%, que se acomodaba mejor a su techo real.



Después de tres elecciones bipolares en que Daniel Ortega resultó perdedor, las extrapolaciones en materia de táctica electoral eran claras: divide y vencerás; y, en un país mayoritariamente católico, empatiza con la Iglesia.



Para el 2006 Daniel Ortega volvió a ser ungido candidato por cuarta vez, ahora aliado a su otrora archienemigo el Cardenal Obando, quien lo unió en matrimonio después de ocho hijos y 27 años de concubinato. Asimismo, promovió la estrategia de fragmentar el anti-sandinismoÂ… y, con sesenta años encima, esta reliquia de la Guerra Fría, dio con el éxito: se dividió el voto de los liberales y con el 38% se alzó con las votaciones (a pesar de casi dos tercios en su contra).



Daniel Ortega, pues, se ha empeñado en contradecir a Heráclito: siempre nos bañamos en el mismo río.



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Pedro Xavier Solís Cuadra. Escritor y periodista nicaragüense. Fue subdirector del Diario La Prensa de Managua. Ha sido asesor de comunicación del Gobierno del Presidente Enrique Bolaños.








  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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