EL SISTEMA
que programa la computadora que alarma al banquero que alerta al embajador que cena con el general que emplaza al presidente que intimida al ministro que amenaza al director general que humilla al gerente que grita al jefe que prepotea al empleado que desprecia al obrero que maltrata a la mujer que golpea al hijo que patea al perro.
Eduardo Galeano.Días y noches de amor y de guerra
Érase una vez una campaña política en un pequeño país seudodesarrollado del fin del mundo. En esa campaña, la candidata que después subió al trono de Palacio, usaba como idea fuerza una frase que llegó a hastiar: «educación preescolar para todos los niños desde la más tierna infancia». Es bien conocido que en el pequeño país los medios usan un tema y lo inflan, para darle un poco de aire a los otros asuntos que intoxican la pauta noticiosa, a saber: Chilerrecortes y las 27 horas de codazos para salir en pantalla. De cualquier modo, los abusos en colegios y jardines, entre niños o por parte de los ‘educadores’ hacia ellos, me hacen recordar esa manida promesa electoral y preguntarme si era a esta educación desde la más tierna infancia a la que la candidata se refería.
Que no es culpa del Estado, me dirán, porque el establecimiento no estaba autorizado ni empadronado. De acuerdo, pero ¿por qué los padres deberían elegir un jardín clandestino si no es porque los establecimientos contemplados por la Junta Nacional de Jardines Infantiles (Junji) no tienen capacidad para absorber la demanda? Al menos permítanme la duda respecto de la ‘lavada de manos’, que parece ser la tónica de casi todas las materias políticas.
Si desde el jardín de párvulos hay que aprender que impera la ley de la selva, poco importa si el fenómeno se llama ‘bullying’, ‘mobbing’ o como sea; siempre habrá un niño del Pequeño Cottolengo abusado, una persona golpeada, una red de corrupción, un enjuague deshonesto y malas razones para defenderlo.
Los reyes de la movida
A riesgo de ser majadero o parecer catequista (dios me libre), debo recordar a un buen amigo: el rey de la movida. Gracias a él, otros colegas se agenciaron a precios irrisorios cámaras digitales, poleras Polo, excelentes perfumes, zapatillas con aire, DVDs., una que otra calculadora científica y hasta un notebook de antología. Mi amigo no robaba nada, por cierto. Simplemente llegaban hasta su casa los más variados vendedores y, sin que nadie preguntara demasiado, conseguían irse con plata en el bolsillo, dejando la misteriosa mercancía.
Este mismo amigo, a quien por respeto sólo llamaré C., me comentó el otro día, entre cervezas, su indignación por lo que estaba sucediendo en la clase política. Su preocupación era genuina y no había pizca de ironía en el tono. Él de verdad se inquieta con lo que está sucediendo en la clase política. Yo lo miraba incrédulo. «¿Cómo ser tan carerraÂ…, las justificaciones son un asco, como si no supieranÂ…», vociferaba, transido de furia ciudadana. Nunca supo que mi cara de asombro era por escucharle esas palabras precisamente al rey de la movida. (Probablemente sería la misma incredulidad con la que mis ex parejas me escucharían hablar de paciencia y de fidelidad, en cualquier caso).
Mi teoría es que a nivel privado, tendemos a no darnos cuenta de las pequeñas perversidades cotidianas que protagonizamos. No me refiero a bajar películas de la web, ni a tomarse un yogurt en el supermercado (aunque quepan en la categoría). Esto no es un manifiesto fundamentalista. Es simplemente la constatación de que, o es la raza la mala o de verdad el esfuerzo desde la ‘superestructura’ no basta para que cambie la ‘infraestructura’, y las cosas siguen marchando al modo marxista, por más libre mercado que le pongamos.
Los entrados en años, para no decir los veteranos -qué otro remedio-, tendemos a creer en los jóvenes y en los niños. Habrá que sentarse a esperar un mundo mejor si es que nuestra política doméstica sigue siendo amarrarlos cuando se mueven y ponerles cintas adhesivas en la boca para que no griten.
alupin@elmostrador.cl
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COLUMNAS 2005