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A los incendiarios de libros


A ustedes que quemaron libros de una biblioteca universitaria y se volaron frenéticos algunos instantes con el humo del papel y la tinta de hermosos volúmenes, podría, quizás, llegar a entenderlos. Pero nunca podré aprobar ni justificar razonablemente tal gesto desprovisto de humanidad.



No les escribo para servirles el discurso de la moral en la bandeja de plata del poder. Como tantos otros soy un trabajador de la educación. Nuestras herramientas son los libros, nos nutrimos de ellos y de las ideas escritas. Buscamos transmitir a nuestros alumnos la pasión por el estudio, el conocimiento y el pensamiento crítico que se aprende leyendo textos. Y como ustedes deseo forjar un mundo mejor. Por eso exijo la libertad para los luchadores del pueblo mapuche.



Para muchos, confortablemente instalados en los recovecos del régimen post-dictadura seré un hereje cuando les diga lo siguiente: no estoy de acuerdo con la afirmación de Salvador Allende cuando declaraba que «la juventud es biológicamente revolucionaria». No basta.



En algo coincido con ustedes. Ofenderse por las críticas y vanagloriarse de algunas acciones del pasado, sacando alguna frase suelta del repertorio, para justificar las inconsecuencias del presente, provoca en muchos ciudadanos chilenos una legítima indignación. Después de tantas promesas discursivas. Poco o nada. Pero no por eso quemar libros es un método de lucha.



Quería decirles que no bastan la fuerza de la edad, la mística y la firme voluntad juvenil para cambiar un sistema económico y político injusto.



Entendámonos. Si es que vuestra práctica a largo plazo busca inscribirse en esa histórica perspectiva en la que muchos de los nuestros dejaron la vida, pero no los sueños.



Me refiero a la emancipación del género humano y a la liberación de los individuos.



Porque la violencia por la violencia pura, como fue la de los oficiales fachos al mando de la soldadesca pinochetista, también quemando libros, acarrea agua al molino de los enemigos de la vida y, ahora, al de nuestros adversarios. Hay que ver las hipócritas gesticulaciones mercuriales.



La fascinación por el fuego destructor y nihilista es propio de los inquisidores, de los nazis, del Ku Klux Klan, del fanatismo sectario y del militarismo actual.



Si se fijan bien, muchos de aquellos que hoy querrán aplicar la «mano dura» en contra de ustedes son un ejemplo viviente de que el ardor de la juventud no basta. Allí donde las convicciones razonables se apagan, el lucro, el lujo, las cuotas de poder, y el cinismo, mueblan la existencia. Espero que no les suceda lo mismo.

Para construir una sociedad digna, sin explotación ni opresiones por el origen étnico, la clase o el género se requiere una buena dosis de ideas, teoría y conocimientos. Además de la irremplazable —y sin atajos — acción sociopolítica con un proyecto coherente surgido de horas de debates en busca de la difícil unidad.



Además, educarse y aprender a ordenar las ideas y a defenderlas para ganar consciencias toma tiempo, obstinación y método. En la larga lucha por nuestros derechos individuales y colectivos seguimos siendo hijos de la razón crítica. Es cuando ésta se duerme que se despiertan los monstruos, decía el pintor Goya.



Así es, la despolitización de los individuos es una de las cuerdas del poder de las clases dominantes contemporáneas. Y lo que hoy llaman «educación», no es más que un conjunto de habilidades y contenidos mínimos para la reproducción del trabajo asalariado, «flexiseguro», dócil, maleable. Los ciudadanos necesitamos saber más y construir poder.



Hoy sabemos que la razón se vuelve instrumental si se pone al servicio de los medios sin reflexionar sobre los fines. Indigna ver que lo social debe subordinarse a las reglas del becerro de oro del mercado, sin pensar en las consecuencias del poder creciente del capital. Por eso, a todo plan de acción política debe preceder un debate democrático. La organización política es un intelectual colectivo, repetía Antonio Gramsci.



Estoy de acuerdo con ustedes, mientras la corrupción se extiende y el mundo es tratado como mercancía la tentación es grande de patear tableros. Pero los porfiados hechos y el estado del mundo muestran lo estéril de tales actos pasajeros.

¿Hubieran quemado ustedes, como la Inquisición, el libro sagrado de los mayas?



Fue en el Popol Vuh donde aprendí que para los mayas el mal no es una fuerza cósmica o un engendro salido del mismo Arcángel del Bien, como afirma la teología cristiana. Para la sabiduría maya el mal es social. Los hombres dejan que éste se petrifique en las relaciones sociales y que se manifieste en la desigualdad, la violencia, el odio y la opresión.



Para solidarizar con la causa del pueblo mapuche y con sus heroicos luchadores es conveniente conocer su larga historia. La lectura de los textos de José Bengoa es una tarea imprescindible.



¿Creen ustedes que la lengua mapudungun podría enseñarse y contribuir a la identidad sin ese soporte material que es el libro?



Incluso los libros escritos por nuestros enemigos como el Mein Kampf de Hitler, o las odas al capitalismo de nuestros adversarios ideológicos Milton Friedman tienen que circular y ser leídos… para conocerlos y para combatirlos mejor … con argumentos.



Es leyendo libros que se aprende que la Biblia y los Evangelios, la Tora y el Corán son compendios de textos seleccionados por algunos hombres, que fueron escritos en su tiempo por muchos otros, para fijar normas, tradiciones, enseñanzas y prácticas cotidianas purificadoras (de sanidad diríamos hoy). Si estos libros fueran leídos y estudiados por lo que son, no habrían tantas guerras de religiones, ni odio, ni construcción artificial y racista de diferencias.



Además, entenderíamos que es la derecha cómplice de crímenes aquí, quien tiene — no por mero azar sino por interés — creencias «antropológicas» monoteístas de la vida en el más allá.



Está comprobado. En las sociedades opresivas, es mediante la alfabetización, es decir aprendiendo a leer libros en escuelas públicas, que las mujeres comienzan a controlar su cuerpo y sexualidad, deciden hacer uso de la libertad para interrumpir voluntariamente el embarazo, salen a ganarse la vida y la autonomía para después participar en política. De igual a igual con los hombres.



Sólo después enfrentan los poderes tutelares de las religiones patriarcales. La baja de la tasa de la natalidad determinada por la educación es una variable democrática.



Quiero decirles que quemar libros es contraproducente, aquí y en otras latitudes y tiempos. Que llamar la atención con un acto tan irracional como poner en llamas ideas escritas significa someterse a la lógica posmoderna nihilista que adora lo efímero e instantáneo. Esos libros habían quedado, eran un legado.



Para terminar, no sé si se habrán percatado, que ahora que la sociedad dispone de potentes dispositivos mnemotécnicos como las computadores, las clases dominantes se apoyan en un formidable dispositivo mediático triturador de la memoria histórica. Que la sociedad posmoderna contemporánea mercantilizada por el capital es una enorme fábrica de obsolescencia y que en el plano del potencial humano cognitivo eso se traduce en ignorancia.



Se habrán dado cuenta que mientras que el movimiento estudiantil exige educación pública de calidad para todos, algunos senadores y políticos ponen el énfasis en facilitar el acceso a computadores e instalar banda ancha en las escuelas. Suena bonito, «progresista». Pero sale más barato que formar maestros con buenas condiciones de trabajo.



No se puede estar en contra del progreso tecnológico, dicen. Sin embargo olvidan que es sólo una buena y clásica educación basada en la cultura renacentista del libro la que permite sacar ventajas del instrumento/tecnología Internet. Creer que el acceso inmediato a la información permite acumular conocimientos es una ilusión fomentada por gurúes y demagogos.



Por eso, repitan el gesto que recomienda el pensamiento crítico: debatan y evalúen por escrito lo que hicieron, resuman las posiciones/tesis presentes entre ustedes, arguméntenlas, busquen información en libros o en Internet sobre experiencias de lucha similares. Me imagino que la pregunta clave ya la tienen: ¿Cómo construir un amplio movimiento de solidaridad con las reivindicaciones democráticas del Pueblo Mapuche? Cuando tengan las respuestas editen un manifiesto, poco importa si es artesanal, para que su lectura ayude a la toma de consciencia de todos. Inviten a otras fuerzas a analizarlo y debatirlo. Envíenlo a los archivos de la Biblioteca Nacional para que nunca se pierda la memoria. Ah, y hagan un blog.

Resumiendo: la rebeldía ante un orden cultural opresivo y la solidaridad con el pueblo mapuche discriminado social, política y económicamente es comprensible y necesaria. Sin embargo, los actos de barbarie, como quemar libros, constituyen un retroceso y alimentan los proyectos de los que pregonan la intolerancia, el racismo, la violencia gratuita, la tierra arrasada, el dogmatismo y la ignorancia crasa. Aquellos que creen en el poder de la fuerza por sobre la razón. Esos no son los valores de la Izquierda.



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Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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