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Funeral de Pinochet: Entre la burocracia y la ética


Al parecer nos encontramos nuevamente con una escena que genera contradicciones, dudas y temores. Pudiéramos estar a las puertas de la «muerte física» del Dictador, como una consecuencia ineludible del paso del tiempo y de las enfermedades que le acompañan. Pero también de una estratagema más de sus incansables defensores «jurídicos», para liberarlo de una sentencia definitiva, que le dejaría una huella institucional indeleble en su biografía.



Como toda ceremonia, no han estado ausentes las peregrinaciones de visitantes de familiares y cómplices civiles y militares, los recuerdos sobre sus juicios pendientes, las palabras de buena crianza de las instituciones que velan por la moral, la prontitud del discurso concertacionista despojándolo de protagonismo político en el Chile actual, como para despejar cualquier intento de la porfiada memoria sobre las dudas que todavía caben respecto de la profundidad de nuestra democracia.



Pero sin lugar a dudas lo más llamativo de estos momentos se concentra en el dilema sobre la forma en que el Dictador será despedido para siempre de las banalidades terrenales, lo que ha llevado a sucesivas reuniones entre el Ejército y el Gobierno. Supuestamente todo se resuelve con una ceremonia «sencilla», apegada al Reglamento de Servicio de Guarnición, que expresa los honores militares que se le confieren a un ex Comandante en Jefe de la Institución, tal cual ha informado el actual Comandante, el General Oscar Izurieta.



Por su parte, el Gobierno, se libera de compromisos incómodos acudiendo a la fórmula de no reconocerle estatus de Presidente, y solo haciéndose presente con la participación evidente de la Ministra de Defensa. De esta forma la elite concertacionista salda su deuda de coalición opositora al gobierno dictatorial.



Pero la parte más interesante de esta escena, tiene que ver con el rol del Ejército en esta probable ceremonia fúnebre. Su argumento central de rendir honores a un ex Comandante, como obligación corporativa y para la cual existen indicaciones específicas, es por decirlo suave, una decisión contradictoria e inexplicable en su misma lógica institucional.



¿Se puede argumentar seriamente que los honores militares que se le expresen a un ex uniformado estén fuera de toda condición ética del ejercicio de su profesión y mando respectivo? ¿ O acaso la validez del ceremonial es solo en cuanto la jerarquía asumida en la institución?



Me parece que estamos nuevamente ante una nueva contradicción del Ejército, que requiere ser esclarecida ante la comunidad democrática. Todavía resuenan frases rimbombantes con respecto a que el Ejército es de todos los chilenos, que no es heredero de ningún régimen en particular, al reconocimiento de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos, a los Nunca Más en la historia de Chile, al apoyo irrestricto a la institucionalidad y la democracia, a los llamados a poner la mirada en el futuro y no en el pasado que nos divide, a colaborar con la justicia, a que no estigmaticemos a las nuevas generaciones de oficiales, etc.



Todos, postulados en que creo que la gran mayoría de chilenos coincidiríamos. Pero no veo dónde está la continuidad y coherencia con los honores que se le realizarían al Dictador, justamente al principal responsable de la ocurrencia del quiebre institucional, violentando la Constitución de la República, de las atrocidades en la violación de derechos humanos reconocidas por Informes nacionales e internacionales, de crímenes de lesa humanidad como las desapariciones, las caravanas de la muerte, el lanzamiento de prisioneros en alta mar, las torturas sistemáticas, todos hechos reconocidos y avalados en sendos procesos judiciales.



Estamos hablando del mismo Comandante en Jefe que realizó enriquecimiento ilícito con fondos públicos (sería un buen recordatorio para la derecha a propósito de las contingencias) y depositados en bancos extranjeros; del mismo que mintió sistemáticamente sobre las violaciones de los derechos básicos de miles de seres humanos; del mismo que ayudó a montar una red terrorista de estado en el Cono Sur; del mismo que impulsó crímenes de dirigentes políticos chilenos en el exterior; del mismo que se burló públicamente de los detenidos desaparecidos; del mismo que amparó el mayor despojo de bienes públicos cuando privatizó las empresas públicas y las entregó a los nuevos ricos que hoy manejan nuestra economía; del mismo que privatizó la educación y nos ha dejado como herencia estas brechas formativas; etc., etc.



Frente a éstas, y quizás un listado aún más largo de atrocidades cometidas por el Dictador, la pregunta que cabe es: ¿A quién y a qué realmente le rinde honores el Ejército?



A principios de este año, apareció una nueva Ordenanza General del Ejército de Chile, que como dice su presentación viene a actualizar y precisar los principios esenciales en los que se funda el Ejército.



Como uno de los aspectos fundamentales de la construcción discursiva de la Institución tiene que ver con la particularidad de la profesión militar, quiero destacar los conceptos que desde allí emanan con respecto a la dimensión ética de ésta.



Cito: «La naturaleza de la profesión militar exige identificar un marco de principios y un conjunto de valores que actúen como guías de la conducta pues convocan y fusionan espiritualmente a sus integrantes, fortaleciéndoles para un ejercicio de la vida profesional donde se cultivan las virtudes militares.» (pág. 61-62).



Para ahondar más en las especificidades que significan estos valores militares, en el propio texto de desarrollan in extenso una enunciación de éstos:



Cito: «Los valores militares constituyen orientaciones que deben regir la conducta de los militares tanto en la paz como en la guerra. Para el profesional militar actuar conforme a los valores fundamentales constituye una obligación permanente, cuyo cumplimiento lo debe transformar en una persona virtuosa: el espíritu militar, motor y expresión de la vocación militar, demanda a quienes integran el Ejército un compromiso personal para hacer suyas, conscientemente, las siguientes virtudes:



– Disciplina
– Lealtad
– Honor
– Valor
– Espíritu de Cuerpo
– Abnegación
– Cumplimiento del deber militar
– Integridad
– Respeto
– Espíritu de Servicio.
– Subordinación al derecho
(pág. 65-68)



Me he saltado en cada una de ellas la explicación de su significado, porque sería muy largo detallarlo, pero me parece que cada enunciado es muy claro en sí mismo.



Por lo tanto, si este documento es principio maestro de la Institución Militar, cómo puede adquirir tal grado de abstracción al momento de rendir honores a uno de los suyos, más aún con la agravante de haber sido su Comandante, es decir el espejo institucional de esas virtudes.



Sigo creyendo que el Ejército debe una explicación. No del formato del protocolo del funeral, si no sobre su real adscripción a los fundamentos democráticos basados en la ética de la persona humana, donde no caben dobles lecturas del comportamiento público, y donde es perentorio dejar instaladas señales para sus propias futuras generaciones, en cuanto a que estos valores militares, si son realmente significativos, no podrán ser violados por nadie, y que aquel que ose transgredirlos sentirá todo el peso de la ley y el estigma institucional.



Por lo tanto, los honores solo estarán reservados para aquellos que sean cabales representantes de estas virtudes cívicas y morales, que a su vez serán los fundamentos de un real reconocimiento de la profesión por parte de la sociedad civil y democrática.



El Ejército tiene que optar por hacer un gesto apegado a su tradición burocrática o uno que esté apegado a la demanda ética, que emana de sus propias definiciones de virtudes.



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Carlos Gutiérrez P. Director Centro de Estudios Estratégicos Universidad Arcis.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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