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La decadencia del área dramática de TVN


Cómplices o el glamour del chanta



Es curioso pero también iluminador poder presenciar en la señal satelital de TVN y en el mismo día, dos épocas y dos estilos diametralmente opuestos de hacer telenovelas, de narrarlas y sobre todo comparar la base ideológica que las sustenta.



Por la mañana (de California) se transmite ‘Pampa Ilusión’, una de las mejores telenovelas de toda la historia chilena (aunque las hubo mejores) y por la tarde se transmitió hasta hace poco ‘Cómplices’, producto típico de un nuevo estilo de hacer teleseries que apareció hace un par de temporadas, al parecer obedeciendo a un operativo cultural y político que prohibía centrarse en la sociedad chilena en forma crítica (como si ello pudiera evitarse) e imponía desde arriba la entretención banal sin complicaciones socioculturales ni menos políticas. Sobre todo, se pretendía alcanzar la meta del rating con cualquier medio posible.



‘Idolos’, ‘Los Treinta’ y ahora ‘Cómplices’, más algunas miniseries rascas que han venido apareciendo en horarios de relleno, han marcado un viraje hacia el olvido de la memoria histórica como tema artístico, y hacia lo santificado por la moda del momento. Se busca uniformarlo todo con producciones inaguantables por la vulgaridad de sus historias, construidas con personajes deleznables, chantas, crápulas y miserables de ambos sexos que pretenden hacer creer al público que sus pasiones de nivel sádico-anal son el centro de la vida y lo único digno de ser comunicado.



El desplazamiento maquiavélico de Vicente Sabatini del área dramática activa de TVN es un hecho lamentable y que marca el fin de la gran era de las telenovelas chilenas, las que trabajaban mediante historias basadas en el análisis sociocultural de la realidad chilena (Sabatini) y su contrapartida complementaria, una visión centrada en la metáfora mágico realista como entonces solía hacerlo con maestría Quena Rencoret.



La neutralización de Sabatini y como consecuencia de un viraje total en la política artística, también de Rencoret, al parecer fue gatillada por el muy voceado fracaso en el rating de ‘Los Capo’ (la última teleserie de verdadera calidad de TVN). Este infundio fue ampliamente referido por los medios que prosperan en el entorno y el dintorno de la farándula.



La verdad es que, como todas las notables producciones televisivas de Sabatini, Los Capo descollaba por el esfuerzo demostrado por libretistas y dirección al ofrecer una versión creíble (e inédita en la televisión mundial) de un «itañolo» pronunciado por un gran equipo de actores con dignidad y convicción, además de todas las reflexiones críticas a las cuales el autor nos tenía acostumbrados: el autoritarismo, la otredad, y el amor como realidad última. Era un experimento muy ambicioso, que sobrepasaba al parecer la propia realidad del espectador nacional y de los ejecutivos de TVN.



Hay que decir que mucho lamentamos que ‘Romané’, ‘Pampa Ilusión’, ‘Aquelarre’, ‘Oro Verde’, ‘Amores de Mercado’, por dar sólo los ejemplos más notables, hayan pasado a la historia (y con ella sepultados, al estilo chilensis) como ejemplos de una época donde era posible hacer teleseries con una visión crítica y al mismo tiempo artística de la sociedad.



Muy por el contrario, en Cómplices se quiso (y así lo proclamaron a los cuatro vientos los diversos voceros de TVN que pregonan una nueva teleserie) hacer comedia pura, pero el resultado ha sido dar una patética visión del basureo de valores que se practica en la sociedad contemporánea chilena. Toda esta teleserie fue una apología del delincuente, del estafador descarado y abusivo. Se muestra una forma de conciencia nacional del mentiroso y el que manipula a los demás sin importar herir sentimientos y vidas.



Los delincuentes en Cómplices eran presentados como glamorosos, intuitivos, agudos, sagaces, pese a que realmente Soledad Méndez y su hija chorreaban vulgaridad, y como seres humanos pertenecían a la más baja ralea.



La pareja tardo-hippie, Juana y su marido, eran ridiculizados en cada capítulo. Al son de «Oye como va» de Santana —evocando los temibles años sesenta con su rebelión y su búsqueda de nuevos valores— ahí estaban, con sus propuestas de medicina natural y una visión más espiritual del mundo, que los libretistas presentaban como ritos vacíos de todo contenido, buenos sólo para idiotas y pertenecientes a un pasado remoto. Muy por el contrario, la verdad es que las medicinas alternativas, el yoga, el reiki, el tai-chi, etc., pertenecen a una forma de vida y sanación del futuro.



Probablemente lo mejor de la serie fue la visión compasiva y digna que se muestra con la pareja gay de Xavier y Sebastián, que en realidad son tratados humanamente, evitando caer en la caricatura descalificadora.



Ahora bien, el personaje central de Harvey Slater -el gringo que había creído encontrar una familia en los estafadores— es perfectamente inverosímil, una especie de Tarzán arranchado criollo.



Ningún gringo jamás aceptaría las invasiones a su privacidad que se muestran en Cómplices. Su generosidad es también altamente improbable: un caso como el de Douglas Tompkins es más único que raro, como dicen en Italia. Aunque Harvey de verdad buscara a su familia real, el encontrarla no le significaría cercanía, porque un gringo nunca tiene familia, sólo tiene asociados, en el mejor de los casos. Y apenas hubiera sabido de la estafa, hubiera mandado a la cárcel de capitán a paje, sin contemplaciones ni dilaciones.



Creemos que Cómplices fue un perfecto desperdicio del talento de los actores que la interpretaron.





La Cenicienta en el Boudoir



Terminada Cómplices con un final de compromiso que evitó castigar a los chantas, pero que también salvaba la moral puritana de Harvey (esta vez correctamente descrita) hemos pasado a un reinado sin matices de la chabacanería y el porno light.



Cierto que ninguna novela, teleserie o filme, debe ser una unión morganática del Manual de Cortapalos con el Manual de Carreño, pero sí debiera ser o tratar de ser un producto artístico, no una tomadura de pelo o un puchero recocido de las modas, de lo que «suena» o lo que los tontos piden.



Sólo nos cabía desear que —ausente Sabatini— el talento de Quena Rencoret supiera resistir las presiones inescrupulosas del canal. Si en Versus se aplicó la misma «fórmula de éxito» de Los Treinta, esperábamos que se conservara en el futuro alguna forma de buen sentido.



Los primeros capítulos de ‘Disparejas’ y ‘Floribella’ bastaron para hacernos ver lo equivocados que estábamos.



Disparejas no es más que la repetición majadera de los conflictos sórdidos en la vida de habitantes supuestamente top, de un Santiago más aburrido y cartucho de lo que se quisiera hacer ver.



Ni siquiera se muestran los créditos de quienes perpetran y quienes actúan en las teleseries de la «era posmoderna».



Ahora bien, Floribella ya colmó toda medida de vulgaridad y simplificación chabacana. Igual que sus precedentes versiones brasileras y argentina, es una astracanada en tecnicolor, donde los actores son forzados a actuar en una constante mueca guiñolesca. Escamoteada más o menos libremente de los esquemas de la Cenicienta y de la historia de la familia Trapp (‘La novicia rebelde’) que muy pocos conocerán ahora, los personajes en general pero especialmente los muchachos parecen estar a toda hora drogados de anfetaminas, son insoportablemente histéricos y sus canciones apestan. Pareciera que los ejecutivos de TVN, en su inigualable dominio de la majadería, han decidido invadir también la programación de esta área dramática «reformada», con el zangoloteo con música comercial y ramplona de ‘Rojo: Fama contra fama’, como si no les bastaran las horas anteriores.



Es tan horripilante y cursi la Floribella mapochina, refrito de las cabriolas y los trucos baratos que otros actores empleaban desde hace muchísimos años (por ejemplo, en las teleseries mejicanas como ‘Luz Clarita’ o ‘Rosa Salvaje’) con lo peor de la american comedy transmitida en las horas de rumia del americano medio, que finalmente ha ocurrido el milagro: nos hemos curado del vicio blanco de las telenovelas y usamos su tiempo en otros menesteres.



Lo lamentanos por excelentes actores como Pesutic, Münchmayer, Reeves, Rivas y Guazzini, que aparecen obligados aquí a hacer el loco para el gusto del «monstruo» ignaro, trasladado de Viña a los livings del mundo.



Mientras que los noticieros de TVN parecen más bien voceros de la UDI y de RN y en ellos pareciera que hay que resignarse a la pérdida definitiva del pluralismo, en lo que respecta a las teleseries, sólo nos cabe esperar que repitan Romané, Aquelarre, u otra de las grandes series del pasado, para volver a gozar la calidad, la integridad, y el respeto por el público. Series donde no se temía o censuraba a los autores que deseaban mostrar una visión crítica e históricamente fundamentada, sobre las desigualdades, corrupciones seculares, y otros males que aquejan la sociedad chilena desde siempre, y que mediante una forma artística de gran impacto como es la TV, podían al menos denunciarse con la valentía que ahora parece ausente, camuflada detrás de la mueca histérica y la máscara pacotillera del «jaguar» que tiene más de roedor que de félino.



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Hernán Castellano Girón es un escritor chileno publicado por Planeta y LOM, y Profesor Emérito de la Universidad del Estado de California.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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