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La historia no lo condenará


Se equivocan quienes creen que la historia concretará las condenas que la justicia no logró imponer a Augusto Pinochet. El paso a la evaluación de la historia es un salto a un punto de vista alejado, no sólo temporalmente, sino emocionalmente.



Ser evaluado por la historia es caer en la tentación de los balances y, por lo mismo, de buscar los equilibrios, buscar que las cuentas queden ajustadas, sin hacer entrar en el resumen los factores humanos. En los balances históricos entra lo cuantificable y demostrable, lo presente sólo en fuentes oficiales, y deja de lado de manera dramática la contingencia de las personas, de los seres humanos reales que, si vivían, lo hacían con terror, amordazados y en condiciones de difícil supervivencia.



Un destacado dirigente de la derecha fue el primero en hacer este balance después de la muerte del general en retiro. «Todos los gobiernos tienen puntos negros y puntos blancos», fue la frase que se impuso y que suena a una sabiduría salomónica, revestida por el pudor ante un difunto.



No, la historia no lo condenará. Lo tratará como a un Presidente más, y evaluará su período en fríos términos administrativos: hablará de la gestión de Pinochet, de la modernización económica (pero no dirá cómo se impuso), de su consolidación política (pero no hablará de represión ni de derechos humanos), de las cifras macroeconómicas con que recibió y dejó el gobierno, y presentarán los «costos sociales» -como los ha llamado el profesor de administración Arnoldo Hax- como si éstos fueran aceptables en relación con los beneficios recibidos como país.



La historia olvida los «costos sociales», porque en los balances, cuando se pueden mostrar utilidades, los accionistas olvidan los costos. Porque en los balances nunca aparecen quienes los han pagado. Se olvida que los costos sociales no implican únicamente dinero, sino vidas humanas, y éstas no son cuantificables.



La historia se construye, así, basada en el olvido de lo humano, en la cuantificación de resultados, en el equilibrio de activos y pasivos, y se resume en una página de enciclopedia y una foto protocolar. La historia va eliminando significados sociales y va construyendo una memoria liviana, en la que caben sólo datos graficados y anecdotarios.



Las dictaduras y gobiernos más oscuros terminan consignados en los libros de historia con un nivel enorme nivel de asepsia, paso que irónicamente es facilitado por sus sucesores elegidos democráticamente, quienes administran sus legados económicos -a veces eficiente y orgullosamente- y buscan realizar una gestión sin factores humanos ni emocionales que la enturbien. Entonces se llama a mirar hacia el futuro, a dejar atrás divisiones. En esos discursos desinfectados de lo humano, se buscan los equilibrios de manera pasmosa en un juego de suma cero: ante la muerte de unos, se arguyen de inmediato las víctimas del otro lado; ante la pobreza y desigualdad del sistema económico, se saca la carta de lo ocurrido en el gobierno anterior; ante la corrupción y enriquecimiento ilícito, se despliegan las noticias recientes, como demostración de que esos males «administrativos» no son privativos de las dictaduras. Siendo contrarios que se anulan, los balances históricos los dejan fuera y los factores humanos quedan enredados en una maraña de falacias argumentativas.



La muerte aleja a Augusto Pinochet de las condenas humanas y lo acerca a la evaluación histórica desapasionada, estructural, desprovista del relato de las microfísicas del ejercicio de su poder, desadjetivada por completo, convertida en una sumatoria contable, pulcra, limpia y equilibrada.



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Álvaro Medina J. es comunicador, Magíster en Administración y Dirección de Empresas, Magíster (c) en Ciencias Sociales y docente universitario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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