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Soledad, Arinda y Cristina: Una historia de miristas


Ellas son las tres protagonistas de un libro de reciente aparición en Chile. Mujeres militando en dictadura que en la clandestinidad son hechas prisioneras. Mujeres que luego de salir al exilio han retornado de éste, preparación militar mediante, para contribuir de manera más significativa al desgaste y derrocamiento de la dictadura. Sólo hasta ahí, ya resulta significativo leer esta historia. Pero eso no es todo.

Este ejercicio de reconstrucción histórica, de ejercicio de la memoria desde los rincones de esta, trae aparejado una intersección singular: feminismo y militancia política revolucionaria. Visiones críticas a la relación establecida en las casas, los campamentos de instrucción, las células de militancia y en la organización en su conjunto: el MIR. Así emerge el perfil de «un machismo militante», pero no por ello menos cuestionable desde los testimonios de estas tres sobrevivientes, junto a incipientes y aislados atisbos de reivindicar la «cuestión de la mujer». Discusión de fondo que para algunos obvia contextos y para otras no hace sino visualizar lo oculto, luego de la radicalidad de los riesgos y costos de ese entonces. La discusión está abierta.



El relato se construye desde el testimonio y este desde la oralidad de una madre y de las amigas-compañeras a la hija-autora* que pregunta y registra con la certeza de haberlo vivido y también desde la libertad de un arsenal teórico renovado. Hasta allí, toda una cadena de postas generacionales y de genero para «tejer estas historias», como se reiteró en la presentación del texto «Mujeres en Rojo y Negro»: Reconstrucción de la memoria de tres mujeres miristas 1971-1990, de Ediciones Escaparate, lanzado el 27 de diciembre en Santiago, ante más de un centenar de acalorados asistentes en el Museo Benjamín Vicuña Mackenna de la capital.



Entre el publico: ex- prisioneras de los campos de concentración de Tres Álamos y Pirque, exiliados de paso, historiadores de la cuantía del Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar, representantes de movimientos de los derechos humanos, colectivos feministas, familiares y amigos. Todos allí reunidos para escuchar, reencontrarse y compartir un vino tinto y, si están los pesos, llevarse este libro de 476 páginas hasta con dedicatoria de la novel autora. En el ambiente hay mezcla de nostalgia, pero también de estar participando de un nuevo aporte a la memoria histórica de Chile, tarea del Bicentenario para todos quienes voluntariamente quieran y queramos asumirla.



La tarde del lanzamiento la sala estará abarrotada de invitados e invitadas. La temperatura aumentará aún más con las presentaciones de Gladys Díaz, Margarita Iglesias, Lucia Sepúlveda y Cristina Chacaltana. Todas militantes miristas de la época relatada que frente a la autora, Tamara Vidaurrázaga Aránguiz valoraron su esfuerzo por conseguir que ésta, una tesis de magíster en estudios de género, fuera a la vez un cuidado ejercicio de reivindicación histórica, sobrepasando a las nombradas y trayendo a la memoria toda una caracterización para perfilar la militancia clandestina, la sobrevivencia en los campos de concentración y las cárceles de Pinochet de centenares y miles de mujeres.



Tras los rostros de Soledad, Arinda y Cristina están los de María Isabel Joüi, estudiante de Sociología, detenida-desaparecida y amiga de Soledad.
De Paulina Aguirre secuestrada y ejecutada. De Michelle Peña y el de Marta Ugarte, detenida-desaparecida, cuyos restos al retornar a las playas del litoral central delataron procedimientos y autorías. Muchos rostros de mujeres peleando a peñascazos la libertad de los hijos o parando ollas comunes frente al hambre. Mujeres con fotos alfileradas en sus pechos o haciendo colas en las cárceles. Mujeres desde la cultura y el arte. Demasiadas mujeres con historias heroicas y cotidianas, singulares y memorables.



¿Cómo fue posible que estas mujeres-militantes se separaran de sus hijas e hijos y partieran a escuelas militares para ingresar clandestinamente a Chile arriesgando ser torturadas o muertas? Esas y muchas preguntas de «la normalidad» flotaron en el ambiente de la presentación de esta obra.



¿Cómo fue posible que «nuestros bravos valientes..» torturaran a mujeres maniatadas? Alguno de ellos ¿vestirá todavía el uniforme?



¿Cómo fue posible que estas mujeres se repitieran la tortura en dos momentos distintos, en menos de diez años, para luego seguir cantando «gracias a la vida»?



¿Cómo explicar que los balances de hoy incluso se extiendan a las actitudes más culturales y subjetivas de sus protagonistas, otrora envueltos solo en el ámbito de lo publico y heroico?



Desde las tesis universitarias parece que se dibuja una tendencia no despreciable de trabajos de sistematización histórica. Trabajos que no temen construirse desde el atrevimiento y asalto al dogma de la objetividad, al escribirse desde la inmediatez de una hija que interroga a su madre, para reconstruir relatos en los que ha sido parte activa y testimonial. Trabajos que no trepidan en interceptar vectores del ayer y del hoy, amalgamando respuestas, dudas y preguntas cargadas de futuro.



En la presentación realizada en ese gélido museo y bajo los atentos mostachos blancos de Don Benjamín, se afirmó que este texto, pese a lo dramático de muchos de los momentos y situaciones vivenciadas, era ajeno a la victimización. Dato no menor, cuando en la estrategia de la amnesia, la condición de víctima pareciera ser lo máximo factible de conceder a quienes integraron proyectos de militancia revolucionaria, táctica fina y elegante de neutralizar a perpetuidad.



La amnesia oficial parece que supone el olvido de esas otras historias que pasan a un lugar subalterno al quedar constreñidas a los chascarros de convivencias y bitácoras de vida, a los asados y las copeteadas de madrugada. En Chile, todavía hay miles de historias de múltiples autores que envejecen y comienzan a olvidar, cuando no a morir. Para «las generaciones vencidas» la peor derrota es la no documentada, porque no tiene lecciones ni posibilidad de segundas lecturas y menos de nuevas interpretaciones.



O más aún, no hay peor derrota que la ignorancia que alguna vez ocurrieron sucesos aparentemente increíbles para los «ojos normales» y que en su tiempo y circunstancia fueron la cotidianeidad de otras personas normales que no hicieron nada más que empinarse sobre sus propios zapatos.



Los testimonios reunidos en esta tesis y recuento histórico respiran conversaciones de fogón. Muchas hojas de calendario tras mejores tiempos, y por cambiar lo existente. Me tinca que la apuesta de la autora es que la memoria sea la primera y más inmediata reparación para cientos de miles de personas muertas y vivas.

En la batalla de Tamara a favor de la memoria, este texto parece llamado a ser un aporte en ámbitos hasta ahora inexistentes y desconocidos de esa otra historia. Que todas las energías y dioses lo posibilitenÂ…



*No puedo soslayar que este texto no es objetivo, ni menos pretende «distancia crítica» alguna, Tamara es la mayor de mis hijas.





Ignacio Vidaurrázaga Manríquez. Periodista.










  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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