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Cómo se debe recordar a Pinochet


El Gral. Augusto Pinochet no acaba de quedar reducido a cenizas y ya empieza en Chile el debate sobre cómo debe ser recordado. Iván Moreira presentó un proyecto de ley para construirle tres monumentos. De la Maza, alcalde de Las Condes, quiere rebautizar la calle Burgos como «Presidente Augusto Pinochet». En tanto, la propia Vivianne Blanlot dice que debiera tener un busto en La Moneda, junto con los demás mandatarios chilenos.



Importantes diarios estadounidenses como Los Angeles Times, The Washington Post y The Wall Street Journal anotan que, si bien el general que gobernó Chile durante 17 años no fue exactamente respetuoso de los derechos humanos, se le debe reconocer el «haber enderezado» al país y piden considerar que el lugar de Pinochet en la historia es «más complejo» de lo que parece. En sendos editoriales, argumentaron que en Chile florece la democracia gracias a Pinochet; que -de cierta forma- el alevoso dictador «allanó el camino» a los demócratas que le siguieron.



Pero consideremos lo siguiente:



A Pinochet se le negó un funeral de estado porque estaba procesado -y bajo arresto domiciliario- por ordenar la muerte de chilenos y chilenas y por desfalcar decenas de millones de dólares. La Presidenta Bachelet expresó -justamente- que concederle un funeral de estado sería una afrenta a la conciencia nacional.



Mientras sus partidarios lo velaban en la Escuela Militar, miles de otros chilenos participaban en un acto de conmemoración y protesta frente al monumento a Salvador Allende, el Presidente constitucional derrocado por el sangriento golpe de estado que encabezó Pinochet. Al tiempo que esos chilenos conmemoraban la muerte de la democracia 33 años atrás, trajeron a la conciencia viva del país el recuerdo de las víctimas de Pinochet.



images)¿Y quiénes fueron esas víctimas? El cantautor Víctor Jara, el de las manos rotas en el Estadio Chile, allí donde se encarceló a miles de prisioneros en las semanas de terror que siguieron al golpe, y quien fue después muerto a tiros y abandonado como N.N. en la morgue de Santiago. O el profesor universitario que enseñaba periodismo, sociología o ciencia política, todas cosas incomprensibles para la Junta Militar. O la maestra delatada por el alumno que sabía de sus simpatías por Allende. Médicos, profesionales, trabajadores, estudiantes.



En la prensa de esta semana se vio la imagen de una mujer, una madre, besando un cráneo. Era la madre de un desaparecido, una de las pocas que ha tenido el triste consuelo de ver identificados los restos de su hijo y de besar al menos sus huesos. Son tantos los demás chilenos que nunca podrán despedirse de sus seres queridos, ni siquiera de esta forma tan dolorosa. Siguen desaparecidos a manos de los sicarios de Pinochet 1.100 chilenos, incluyendo cientos que fueron llevados a la costa en helicóptero y lanzados al mar con el estómago abierto por corvos militares.



Otra de las víctimas de Pinochet fue el propio padre de la Presidenta Bachelet. Por oponerse al golpe de estado, el General del Aire Alberto Bachelet fue torturado hasta morir de un infarto a causa del maltrato recibido. Su viuda y su hija fueron torturadas en la infame Villa Grimaldi, uno de los más siniestros centros de tortura montados por la dictadura de Pinochet. Son muchos los prisioneros que no sobrevivieron el paso por la Villa Grimaldi. Pero Michelle Bachelet y su madre sí, y hoy día Michelle Bachelet es la Presidenta de Chile.



Para documentar la barbarie pinochetista, el gobierno pidió al Obispo Valech encabezar una comisión que recogiera el testimonio de los que sufrieron cárcel y tortura a lo largo y ancho del país. La Comisión supo de la aplicación de golpes eléctricos en los genitales, de la inmersión en aguas servidas hasta casi causar la muerte, de mujeres violadas por hombres, perros y ratas. Más de 28.500 personas se presentaron ante la Comisión a relatar actos inenarrables de tortura física, espiritual y sicológica que los dejaron marcados para siempre.



Los torturados, los exiliados, los ejecutados, los desaparecidosÂ… Éstos fueron los chilenos que recordó la romería al monumento de Allende en la Plaza de la Constitución. Allende está enterrado en el Cementerio General, donde una sobria lápida marca dignamente su sepultura. No lejos de allí está la tumba de Orlando Letelier, el ex canciller muerto en Washington por un artefacto explosivo puesto en su auto por mercenarios a las órdenes de Pinochet. En el Cementerio General también está el Memorial del Detenido Desaparecido, un muro sobrecogedor que honra los nombres de los más de 3.000 desaparecidos y ejecutados por la dictadura. Víctor Jara está enterrado en el Cementerio General. También lo está el General Bachelet.



En 1973, el General Carlos Prats se mantuvo leal a la Constitución y prefirió exiliarse en Argentina antes que apoyar el golpe de estado. En 1974 la DINA llegó hasta Buenos Aires y le puso un artefacto explosivo en su auto, matándolo a él y a su esposa Sofía Cuthbert como horrendo presagio de lo que aguardaba a otros opositores en el exilio. Muchos años después, el nieto del General Prats llegó a la capilla ardiente de Pinochet, hizo cola pacientemente, y cuando le llegó su turno, con calma y dignidad escupió el ataúd del asesino de sus abuelos.



Así pues, ¿como debiera el mundo recordar a Pinochet? Con su habitual estilo, el senador Nelson Ávila sugirió habilitar una escupidera donde todos los chilenos que jamás recibirán justicia puedan escupir la memoria del dictador.



Los memoriales tienen el sentido de conmemorar. ¿Cómo se puede conmemorar a un hombre que trajo sólo horror, muerte y la destrucción de la democracia? En lo que a nosotras respecta, no debiera haber jamás un memorial a Pinochet. Jamás.



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Katherine Roberts Hite es profesora de ciencia política en Vassar College, Poughkeepsie, NY. Eliana Loveluck nació en Concepción. Durante la dictadura ambas trabajaron con Isabel Letelier en el Instituto de Estudios Políticos de Washington, DC.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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