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La dictadura que casi tuvimos


En el caudal de lágrimas y champaña tras la muerte de Pinochet se ha ignorado un hecho importante: el domingo 10 de diciembre pudo haber sido el final de la dictadura.



Para entender por qué, cabe recordar que Pinochet fue gran admirador de Franco, cuyo régimen fue una dictadura «personal.» Desconfiado de las instituciones, Franco era el eje en torno al cual todo giraba en España. El secreto de su longevidad es que nunca tuvo que lidiar con contrapesos institucionales, pero este fue también el talón de Aquiles de su legado. Al fallecer Franco, también murió su dictadura. Sin mayor legado institucional, el franquismo no pudo proyectarse hacia el futuro, permitiendo una rápida y comprensiva transición a la democracia.



Desde el comienzo, Pinochet quiso seguir los pasos de Franco, y establecer una dictadura personal permanente. A través de su alianza con Manuel Contreras, y al combinar en su persona la Presidencia de la República y la comandancia en jefe de las FFAA, fue el líder más poderoso en la historia de Chile.



Pero la dictadura de Pinochet tomó un rumbo diferente a la de Franco. Los otros miembros de la Junta (y especialmente Gustavo Leigh entre 1977-78) resistieron la acumulación de poder de Pinochet. Pinochet controlaba el Ejército, pero nunca controló las otras ramas de las FFAA.



Pinochet pudo haber usado su alianza con la DINA para montar un autogolpe, aniquilar a sus contrincantes, y mantenerse en el poder, como Franco, hasta el final de sus días. No lo hizo. Dejó caer a Contreras, y aceptó un marco institucional (formalizado en la Constitución del 80) para definir la división de poderes en su régimen. Mantuvo la presidencia, pero la Junta se quedó con el Poder Legislativo. (La caída de Gustavo Leigh probablemente fue el precio de la institucionalización.)



Tras la muerte de Pinochet, conviene pensar en la dictadura que casi tuvimos. Si la DINA hubiera sido menos torpe y más capaz de cubrir las huellas de sus actos de terrorismo, no se le hubieran acumulado tantas acusaciones en su contra dentro y fuera de Chile. En tal caso, Pinochet podría haber calculado que valía la pena mantener su alianza con Contreras para tomarse todo el poder. De lograrlo, estaríamos solo hoy contemplando el fin de la dictadura en Chile.



Por otro lado, si Pinochet y Contreras hubieran calculado mal – si el autogolpe hubiera fallado – los conflictos internos del régimen y las FFAA probablemente hubieran hecho colapsar la dictadura. Algo comparable ocurrió en Argentina. Ahí hubiéramos celebrado el fin de la dictadura no en 1990, sino quizás una década antes. En ese escenario, se hubiera podido fácilmente enjuiciar a los responsables de las violaciones a los derechos humanos como se hizo en Argentina, sin importar el Decreto Ley de Amnistía.



Pinochet fue sin duda un «mal hombre,» como lo planteó The Economist en su obituario. Pero pudo haber sido un peor dictador si se hubiera quedado en el poder, como Franco, hasta la muerte. La ironía es que las mismas instituciones que lo forzaron del poder después de ser derrotado en el plebiscito son las que permitieron que la dictadura se proyectara hacia el futuro, algo que Franco nunca consiguió. Aunque se haya reformado, la Constitución de 1980 sigue siendo el fundamento institucional del país.



Mucha gente dentro y fuera de Chile correctamente lamenta que, al morir, Pinochet le hizo el quite final a la justicia. Probablemente, esa impunidad es el precio que todos pagamos por haberse terminado la dictadura en marzo de 1990 en vez de en diciembre del 2006.



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Pablo Policzer es politólogo de la Universidad de Calgary, Canadá

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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