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La gran Concertación


De vuelta de vacaciones, se precipitarán evaluaciones con motivo del primer aniversario del gobierno de Michele Bachelet, el cuarto de la Concertación. Las encuestas, como le es propio, retratarán un presente, lo inmediato, pero se hace necesario extender la mirada. Ello requiere disponer de información procesada suceptible de interpretación y predicción sobre las políticas comprometidas.



La participación ciudadana es una de esas políticas llamadas a distinguir a este gobierno de los tres anteriores. En este campo, el sistema electoral binominal fue el compromiso más relevante. Una comisión ad ho inició un proceso de consultas, estudió alternativas, evacuó un informe en vista a la elaboración de un proyecto de ley para que los parlamentarios debatieran y decidieran.



El resultado no pudo ser más sorprendente. A la negativa de los partidos de la Alianza a participar de un cambio de sistema, los de la Concertación, conocido el informe, se plegaron a la decisión de la Alianza: «perfeccionar el sistema». El Gobierno quedó sin apoyo, mas la propia Presidenta fue desautorizada por partidos de la Concertación cuando planteó la idea de convocar a un plebiscito si la Alianza bloqueaba el proyecto en el parlamento.



Los partidos oficialistas renunciaron al cambio del sistema, plegándose a una parte de la oposición que estudia un «perfeccionamiento», es decir, reafirmarlo con una fórmula que conceda un cupo al Partido Comunista. Ha sido un «compromiso retórico» durante 15 años, señaló Edgardo Böeninger, tras fracasar la misión que le encargó la Presidenta Bachelet. «Los parlamentarios de la Concertación y de la Alianza no desean cambiar ni los territorios ni los electores», dijo.



La predicción hecha por el ex Presidente Lagos en su cuenta anual del 2004 se ha cumplido. Los parlamentarios de todo el espectro político coinciden en continuar repartiéndose los escaños de acuerdo a una de las principales herencias de la dictadura de Pinochet: el sistema binominal.



Un sistema electoral en que dos bloques de partidos determinan quienes serán sus diputados y senadores, ratificados, en la gran mayoría de los distritos y circunscripciones, por los ciudadanos; un principio semejante (aunque no con resultados iguales) a lo que sucedía en la Unión Soviética, en que un partido determinaba a sus candidatos y los ciudadanos concurrían a ratificarlos en las urnas. En el caso chileno las posibilidades de elección de los ciudadanos son mínimas; en el caso soviético eran nulas.



La lógica del binominalismo electoral es clave para cerrar intentos de apertura que contradigan los principios fundamentales del modelo de desarrollo político, económico y social, cuyo dinamismo se sustenta en un incremento ininterrumpido de un desigual reparto del poder, de la riqueza de los ingresos y de las oportunidades entre los diversos sectores sociales y culturales de la ciudadanía. Aquello que con cierto cinismo, de vez en cuando, se le llama «escándalo social o moral».



El discurso de la Presidenta sobre participación ciudadana no ha tenido ambiente en los partidos que la apoyan. Éstos continúan como viviendo en una «transición política» (aunque la declaran concluida) con una ciudadanía de mínima intensidad, inexpresiva. Ya el mismo concepto de participación (a no ser que sea subordinada), incomoda.



En vez de ciudadanos prefieren videntes de espectáculos fabricados por las televisiones con el material que extraen de delitos, corrupciones y surtido de banalidades políticas y de la farándula. Formas mediáticas que afianzan a un ciudadano alejado del conocimiento, del debate, de la iniciativa y de sus capacidades de decisión, más allá del acto de comprar y vender, indispensable para construir sentido a sus vidas en la familia, el barrio, el estudio, el trabajo, la sociedad; en suma, en la política.


Pablo Portales es periodista.


















  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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